(Por Bertha Mojena)
“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, reza la frase inicial del documental “Fidel y Chávez: Hasta Siempre”, de los realizadores cubanos Roberto Chile y Fabiola López, presentado en Caracas recientemente.
Con la originalidad habitual de sus creadores, unida a la pasión por mostrar el lado más humano y sensible de la relación estrecha entre estos dos grandes hombres, dos seres humanos extraordinarios, se refleja a través de imágenes propias de Chile, momentos poco conocidos en los que los dos líderes compartieron, intercambiaron, se conocieron, se dedicaron homenajes.
Son episodios en los que juntos surcaron la historia, a la vez que se mostraban al mundo como hombres de carne y hueso al fin, que podían ser buenos padres, amigos, soñadores, amantes de la vida y la naturaleza, de la historia, de los pueblos, de ideas y acciones por el bien común.
No necesitan presentaciones, no hay conductores que entrelacen una trama y presenten una historia que pudiera parecer idílica y alejar a quienes la disfrutan, de lo que realmente fueron ellos. Basta apenas con seguir la idea que avanza en el tiempo y otras veces va en retrospectiva hasta los primeros momentos en que se conocieron, pero llega siempre para dejarnos, en la propia voz de los dos Comandantes, la opinión, el cariño, la lealtad, el compromiso y la admiración de uno por el otro.
Encontramos entonces a un Chávez que recuerda a Fidel diciendo con mucha travesura que cuando él nació en 1954, ya el líder cubano estaba preso, ya había pasado el Moncada y todo aquello, pero que él “intuyó”, más bien sabía, que nacería el hijo de la tierra de Bolívar.
“Bueno, yo pudiera decir lo mismo. Cuando nací sabía que él existía ya. Fidel puede ser como un padre, más allá de las dimensiones humanas, y yo pudiera pensar que él me ve a mí como si fuera un hijo: un hijo profundo, un hijo comprometido, un hijo en toda la extensión de la palabra: espiritual, político, soldado. Somos soldados, somos revolucionarios, y yo creo que somos muy humanos, y eso nos une profundamente, desde los genes, hasta siempre, hasta siempre”, precisa Hugo Chávez.
Y de pronto, vemos a un Fidel quien presenta a aquel hombre que nadie en Cuba sabía apenas quién era ni por qué Fidel lo llevaba allí, al Aula Magna de la Universidad de La Habana, para calificarlo como un ser muy modesto, verdaderamente modesto, que considera no ser acreedor a ninguna de las atenciones recibidas y que espera ganárselas con su conducta en el futuro. “Pero quien se pasó 10 años educando a oficiales jóvenes, educando a soldados venezolanos en las ideas bolivarianas, podemos decir que es acreedor a estos y muchos mayores honores”, aclara el líder cubano.
Nos acercamos a un Chávez orgulloso de contar que se fue a La Habana en diciembre de 1994 con “un liqui liqui verde oliva y con un maletincito y un corazón lleno de sueños”, abrazó a Fidel y le dijo que algún día lo recibiría con el pueblo venezolano. Poco tiempo después cumpliría su deseo y en aquella Venezuela ardiente, con aquel pueblo emocionado ante la presencia de los dos, cumpliría su promesa: “Aquí estamos, recibiéndote, con un baño de pueblo, de amor. Bienvenido a tu tierra, a tu pueblo, a la patria que es tuya, de Bolívar, de Martí y de nuestros pueblos”.
Vemos también a un Fidel que califica como un privilegio la posibilidad de asistir a la toma de posesión del entonces nuevo presidente venezolano, a quien había conocido apenas cinco años antes. Y hablaron de futuro, pero “era difícil imaginarse que en tan breve periodo histórico Hugo Chávez estaría tomando posesión como presidente de la gloriosa Venezuela de Simón Bolívar”, confiesa.
En el documental se muestra cómo comparten momentos televisivos del programa “Aló Presidente” en los que Fidel resalta la importancia del apoyo del pueblo y la simpatía hacia su líder, el respaldo de sus compañeros de armas y avizora el decisivo papel de la unión cívico-militar para una Revolución como la que se gestaba y en la que Chávez entonces, era imprescindible.
Decía el líder cubano al mandatario venezolano: “(…) no era intención ninguna de halagarte, tú sabes bien cómo yo soy… no tenías sustituto en este momento, en este país. (…) queremos que tú salves a muchos niños y ayudes a millones de personas, que hagas toda la justicia que hay que hacer en este hemisferio, en este país, donde tú tienes un prestigio y creciente influencia. Es en eso lo que yo pienso que el destino te ha dado esa responsabilidad…”
Y Chávez, entonces, respondía llamándolo hermano, repitiendo una frase de Martí que dedicaba a toda Cuba: “Amor con amor se paga”. Y amor es lo que se profesaban, como verdaderos revolucionarios.
Entonces los vemos visitando a los enfermos venezolanos que llegaban al Centro Médico de las Praderas, en Cuba, como parte de los primeros convenios de salud entre nuestros gobiernos; y allí saludan, abrazan, se emocionan, dicen consignas, conversan con los pacientes y sus familiares, se acercan a los niños y comparten melodías tradicionales de Venezuela, como si de pronto su llegada allí fuera una gran fiesta por la vida.
Se les ve también compartiendo la celebración por los cumpleaños de uno y de otro, a veces en Cuba, a veces en tierras bolivarianas, jaraneando, cantando con figuras legendarias como Omara Portuondo, y Sarah González o simplemente con un coro de niños cubanos, bailando una “Guantanamera”, apagando velitas, jugando beisbol y hasta riendo de forma desmedida.
No falta espacio para mostrar sus recorridos por comunidades indígenas de Venezuela, en lanchas por el rio Orinoco, apreciando las maravillas de la naturaleza o, simplemente, en ciudades cubanas como Santa Clara o Pinar del Río, donde el pueblo los recibía, los aclamaba, les rendía honores, los hacían sentir como en casa.
Y entonces llega casi al final ese diálogo provocado, que los autores del documental nos dejan para que los imaginemos, nuevamente, hablando entre sí, admirándose, ratificando lo que los unió y los hace seguir juntos, más allá de ausencias físicas.
Para Fidel, Chávez fue un hombre que nació en el momento oportuno, en cuyas palabras descollaban la capacidad, la elocuencia, la profundidad del pensamiento, su capacidad de hablar, de persuadir, de convencer, que tuvo además el arte de hacer reír, la cualidad esa tan natural de hacernos pasar momentos agradables, usar la broma adecuada, hacer anécdotas.
Para Chávez, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana era un soldado, un soñador, un ejemplo para todos, para generaciones enteras de latinoamericanos y de luchadores del mundo. Por eso, la historia lo había absuelto y estaba de cara infinita ante ella, de donde no lo sacaría nadie.
Al decir del líder cubano, los unió la hermandad, las ideas y los sueños; por eso Chávez decía una y otra vez aquel “Hasta la victoria Siempre”, o “Patria o Muerte”, aunque aclara Fidel que no habría muerte, habría mucha vida para seguir luchando.
En el documental los vemos tanto tiempo juntos, como estuvieron, como estarán, fundando, forjando, creciendo, aunque ya al final unas letras nos recuerden que el 5 de marzo de 2013 se despidió físicamente el mejor amigo que ha tenido el pueblo cubano y que ni él mismo sabía cuán grande era.
Prefiero recordarlos entonces caminando, conversando, riendo, soñando travesuras, abrazándose, creando nuevos espacios para el amor, para la vida, enfrentándose juntos a los peligros, uniéndose, celebrando amaneceres en caminos, llanos, ríos, plazas, bajo la lluvia. Y es que en todos, en muchos, en Venezuela, en Cuba, en Latinoamérica, en el mundo, habrá que seguir andando y aprendiendo de ellos, de distintas formas, hasta siempre.
Fuente: Cubahora
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