(Por Rolando López del Amo)
Decenas de años después del derrumbe del sistema socialista liderado por los Partidos Comunistas en Europa, los nombres de Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin continúan siendo referencias imprescindibles para todos los que aspiran a un mundo mejor.
Nadie puede poner en duda, seriamente, la veracidad científica del estudio que hizo Marx del capitalismo hasta su tiempo y de las formaciones económico sociales que lo precedieron. Eso es ciencia constituida basada en el estudio de los hechos. Sin embargo, Marx no pudo prever el fenómeno del imperialismo como nueva fase del capitalismo y esa tarea le correspondió a Lenin posteriormente, cuando el imperialismo comenzó a existir.
La idea de la justicia social para el reino de este mundo ha tenido, históricamente, ilustres defensores y promotores de modelos sociales ideales que se han agrupado en nuestro tiempo bajo la denominación de utopías, por la palabra homónima con la que Tomás Moro denominó el país de su modelo social ideal.
En su tiempo, Federico Engels, el inseparable compañero de lucha , en la teoría y en la práctica, de Carlos Marx, escribió su conocido trabajo Del socialismo utópico al socialismo científico, en el que explicaba que solo gracias al inusitado desarrollo de las fuerzas productivas creado por el capitalismo, se hacía posible establecer una sociedad socialista si se lograba que la apropiación de los resultados de la producción social, la plusvalía obtenida de ella, no fuera de apropiación individual, por los propietarios de los medios de producción, sino colectiva, por los trabajadores. Y la tarea de lograr ese cambio revolucionario le correspondía al proletariado, la clase opuesta a la burguesía, y que, al liberarse ella mediante la toma del poder, liberaría también al resto de las clases sociales.
La prontamente reprimida y liquidada Comuna de París se veía como el antecedente de la posibilidad de tomar por asalto el cielo burgués.
Pero la visión de Marx y Engels sobre el futuro socialismo no podía ser sino una hipótesis que tendría que pasar la prueba de la práctica. Desde el punto de vista económico Marx vio, como forma práctica de organización, las cooperativas organizadas por Owen, un modelo que había resistido la crisis capitalista en Inglaterra, aunque aseguraba que esa forma productiva debía generalizarse a toda la sociedad al tomar el poder político y luego, en su Crítica al Programa de Gotha, señalaba un conjunto de condiciones que debería cumplirse antes de que cada productor recibiera su parte correspondiente de la producción social y hablaba de dos etapas sucesivas de desarrollo: el socialismo, período de transición en el que aún la distribución del producto social se haría según la cantidad y calidad del trabajo realizado, y el comunismo, etapa final, en la que cada cual recibiría según sus necesidades.
Tras la muerte de Marx y Engels le correspondió a Lenin, en el primer cuarto del siglo siguiente, dirigir la revolución socialista triunfante en Rusia, utilizando, muy acertadamente, una forma de poder revolucionario típicamente rusa surgida en la fracasada revolución de 1905, los soviets o consejos populares de obreros, campesinos y soldados, cosa que se reprodujo en la revolución de octubre de 1917, en la que Lenin lanzó la exitosa consigna de todo el poder para los soviets. Dentro de ellos actuaban los comunistas influyendo con sus ideas, sus tácticas y su ejemplo. Tuvieron que enfrentar a una poderosa contrarrevolución armada y la invasión de los ejércitos de una veintena de naciones. Y salieron victoriosos en el campo militar. Sin embargo, Lenin se dio cuenta que en las condiciones de depauperación en que se hallaba el país lo único que podría repartirse equitativamente era la miseria y eso no tenía nada que ver con las aspiraciones al bienestar humanista de Marx y Engels. De ahí que con el mismo pragmatismo con que firmó la paz de Brest con Alemania para sacar a Rusia de la guerra entre las potencias imperialistas europeas –posición que muchos altos dirigente partidarios criticaron y demoraron su adopción votando contra ella; con ese mismo pragmatismo planteó la necesidad de realizar una Nueva Política Económica en sustitución de lo que llamó el comunismo de guerra aplicado anteriormente. La NEP, que esas son las siglas de esa política que utilizaba el capital extranjero, el capital nacional, la empresa mixta, el capitalismo de Estado, las cooperativas, en fin, todas las vías posibles para sacar al país de la devastación y la miseria y crear la base económica indispensable para una sociedad socialista moderna, no una arcaica comunidad primitiva congelada en el tiempo. Por supuesto que esto implicaba para los comunistas un trabajo muy difícil y riesgoso, pero era el único camino posible.
La gran tarea del Partido Comunista era poner todo este conjunto de fuerzas contradictorias en función del desarrollo del país para lograr el mejoramiento de la vida del pueblo ruso y los demás pueblos que integraban la unión. Y no tenía temor de que lo acusaran de seguidor del camino capitalista al destacar el sistema de organización del trabajo creado por Taylor que aumentaba considerablemente la productividad del trabajo.
Lenin murió muy tempranamente y asumió la dirección del Partido alguien del que Lenin escribió a sus camaradas que no debía estar al frente del trabajo por las características de esa persona, que Lenin detalló. Se refería a Stalin. Hombre de méritos revolucionarios, pero limitada cultura, su modelo de gobernación política conocido era el zarismo y su gobierno, a nombre de la clase obrera, lo ejerció como un zar de poderes omnímodos y mano afilada contra sus oponentes, sobre todo dentro del Partido. La historia es conocida. Pero nadie puede negarle el mérito de haber industrializado el país y haber elevado los niveles de educación, cultura y sanidad pública, haber promovido la ciencia y la técnica y, en particular, haber desempeñado el papel fundamental en la derrota del nazismo, el fascismo y el militarismo japonés. Stalin fue también hombre pragmático. Para el desarrollo de la Unión Soviética proclamaba que había que combinar el ímpetu revolucionario ruso con el sentido práctico norteamericano. Y supo hacer las alianzas necesarias que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial y dieron nacimiento a la Naciones Unidas. Recordemos que la República española tuvo en la URSS de Stalin a su mayor aliado.
En breves días se conmemorará el aniversario setenta de la derrota del fascismo y habrá que recordar y honrar a todos los que dieron sus vidas, como víctimas de brutal genocidio o como combatientes para arrancar de raíz aquel diabólico engendro. El mayor número de muertos, más de veinte millones de seres humanos, fueron hombres, mujeres y niños soviéticos. Ellos murieron por la defensa de la patria y el socialismo y por librar al mundo de aquel nefasto flagelo.
A pesar del retroceso del socialismo en Europa, este se mantiene triunfante en buena parte de Asia por los caminos que Lenin avizoró y dirigentes de esos países aplicaron a las condiciones locales específicas, bajo la dirección de los respectivos partidos comunistas.
Cuba resistió en América y hoy son varias las voces que proclaman la necesidad, en nuestro continente, de un socialismo del siglo XXI. Y está claro que no hay fórmulas iguales ni mágicas y que cada país tiene que encontrar la vía que le resulte más factible de acuerdo con sus características. Pero hay algo que sí iguala todos los esfuerzos y asemeja los senderos diversos: la idea del bien común, el trabajar por la dignidad de cada ser humano, de garantizarle sus derechos humanos básicos que comienzan con el derecho a la vida, al trabajo, a la educación y la cultura, a la salud, a una vivienda digna, a pensar con cabeza propia y participar, democráticamente, en las decisiones que atañen a su comunidad, a su país, a que se conquiste la equidad, la justicia para todos, la solidaridad y la igualdad de oportunidades que desemboquen en el respeto al otro y la fraternidad que da cuerpo y sustancia a la libertad, que incluye, como decía José Martí, el derecho a ser honrado y pensar y hablar sin hipocresía.
Por eso, al hablar del socialismo del siglo XXI, quisiera recordar lo que a la muerte de Carlos Marx escribió Martí, quien durante sus quince años de vida como exilado en Nueva York habló de la naturaleza de los monopolios económicos y advirtió el fenómeno del naciente imperialismo norteamericano antes que Lenin.
Martí escribe sobre Marx: “… Como se puso del lado de los débiles, merece honor”.
Martí lo llama “reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra.”
Y dice también Martí: “Karl Marx estudió los modos de asentar el mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos”. Aunque Martí considera que Marx anduvo de prisa, indicando quizás que se adelantaba en el tiempo porque “ …No nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa”.
Pero vivimos ya los tiempos deseados y hay que volver a Marx por las razones que Martí explicó y que expongo a continuación: … “no fue solo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y hombre comido del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha”.
Al rendir este homenaje a Marx, debemos tener presente las recomendaciones que Martí dejó para los gobernantes de nuestra Patria Grande: “ Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. “Gobernante en América es decir creador”. “Crear, es la palabra de pase de nuestra generación”.
Fuente: Cubano1erplano
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