(Por Eva Golinger / Actualidad RT)
Dentro de esta historia de los Cincos Cubanos, hay una riqueza de experiencias y lecciones que son emblemáticas de las grandes luchas de nuestra humanidad. El sentido del deber que ha guiado a cada uno de ellos les ha dado la fuerza de resistir bajo condiciones insufribles. El hilo que los mantuvo fuerte, con claridad de mente y corazon lleno, siempre fue el apoyo incondicional de sus mujeres, familias, madres, hermanas, hijos, hijas y amigos alrededor del mundo. Nunca estaban solos, ni siquiera durante los 17 meses que estuvieron sometidos en prisión a la tormenta solitaria e inhumana del “hueco.” Como me dijo Antonio, nunca estaban presos realmente. “Cada noche al acostar mi cabeza en la almohada sabiendo que había cumplido con el deber, sabía que era libre.”
Continuo.
RAMÓN
Salí de la casa de Gerardo, envuelta a su inmensa historia de amor con Adriana, y su final feliz con Gema, y me fui a ver a Ramón Labañino, un hombre formidable, apasionado, lúcido y lleno de energía.
A Ramón ya lo había conocido unas horas antes junto a Gerardo y René en el conversatorio que tuvimos en el Centro de Prensa Internacional allá en Vedado. Cuando nos vimos por primera vez, me dio un enorme abrazo y me confesó que su sueño también era conocer a Chávez, pero no fue posible. “Quería conocer a Chávez y darle un abrazo, pero ahora abrazándote a ti es como abrazarlo a él,” me dijo. Me mencionó que seguía todo sobre Venezuela desde la prisión y leía mucho mis textos. “Era un sueño nuestro que algo como la Revolución Bolivariana pudiera ocurrir.” Le hice saber que para mi era un gran honor que le había sido útil mi trabajo.
Cuando nos sentamos, Ramón fue el primero en hablar. Le había preguntando sobre la misión en Estados Unidos y cuales eran sus motivos. Me habló detalládamente de su trabajo en Estados Unidos. El también era oficial de inteligencia y hacía un trabajo parecido a Gerardo, a veces incluso reemplazaba a Gerardo cuando él iba a Cuba de vacaciones. Ramón utilizaba el nombre Luis Medina, era la identidad de un puertorriqueño, tal como Gerardo. Esa identidad falsa de Ramón fue tan efectiva, que su nombre quedó así escrito en los papeles oficiales durante todo su encarcelamiento en Estados Unidos, hasta su liberación 16 años después.
Ramón es economista de formación, pero durante su trabajo de inteligencia en Estados Unidos, tuvo que asumir nuevas tareas. “Yo manejaba camiones, vendía cosas, hacía varios trabajos para poder ganar un ingreso mínimo. La gente cree que el trabajo nuestro era algo lujoso, pero no era así.” Era el periodo difícil en Cuba y no había mucho dinero para pagar a sus agentes en el exterior. Ellos no hacían ese trabajo con fines lucrativos, lo hacían para defender a su patria y su pueblo de las graves amenazas terroristas que provenían de los grupos en Miami.
Luego me encontré con Ramón y su esposa, Elizabeth, y sus dos hijas Laura y Lisbeth. Nos fuimos a un café cerca, con un bello y aflorecido patio al aire libre. Allí nos sentamos a conversar sobre las dificultades personales que experimentaron como familia durante los años del trabajo clandestino de Ramón y luego su largo encarcelamiento. “Ellas son las verdaderas heroínas,” declaró Ramón. “Nosotros tomamos la decisión de hacer éste trabajo, sabiendo que estábamos incluso arriesgando nuestras vidas, y no las consultamos a ellas.”
Ramón miró a sus hijas, ahora grandes. “Yo miro a ellas y veo a dos mujeres, y yo no pude estar con ellas todo este tiempo. Yo las pido perdón. Y quiero que sepan que su padre nunca haría algo por una razón banal. Si lo hice es porque realmente era importante.”
“Yo era casi madre soltera,” explicó Elizabeth, una mujer bonita y sincera. Hablaba con mucha franqueza e honestidad. “Habían momentos muy difíciles. No sabía que hacia él, ni donde iba, a veces no llegaba. Hubo momentos cuando pensé en el divorcio e incluso la mamá de él me apoyaba porque era muy difícil todo.”
“Yo no podía decirle a ella que hacía,” comentó Ramón. “Pero una vez ella me hizo un comentario sobre un grupo de hombres de nuestra historia que luchaban silenciosamente por la patria, y ella me dijo que admiraba a esos hombres.” Un tiempo después, cuando Ramón estaba visitando a Elizabeth y Laura en Cuba, y la situación había llegado a un punto muy fragil en su relación, Ramón decidió que era hora de hacer a su esposa saber que la verdad.
“¿Recuerdas que una vez me dijiste que admirabas a esos hombres que luchan desde el silencio para defender a la patria? Bueno, soy uno de esos hombres.” No la podía dar más detalles, pero Elizabeth entendió perfectamente y desde ese momento, los males y dificultades en su relación disminuyeron. Justo fue en esa visita que concibieron a Lisbeth, su hija más joven.
“Después todas mis amigas y hasta la mamá de Ramón me preguntaron cómo era posible que me había quedado embarazada de él otra vez, porque pensaban que ya nos íbamos a separar, y yo no podía explicarles nada.”
Ramón no pudo estar en Cuba para el nacimiento de Lisbeth, debido a sus labores de inteligencia en Estados Unidos, y poco después vino la oscuridad del 12 de septiembre del 1998. Fue condenado a cadena perpetua más 18 años, pero se mantuvo firme frente a los chantajes y maltratos en la prisión. Elizabeth fue su principal defensora durante su larga estadía en la cárcel estadounidense. Lo visitaba lo más que podía, junto a sus dos hijas y la hija mayor de Ramón, Ailí, de un primer matrimonio.
Hoy están recomponiendo su familia, recuperando tiempo perdido y reconciéndose. La pareja – Ramón y Elizabeth – camina mano en mano por las calles. Cuando se sientan, se tocan con los brazos, se acarician con las manos. Su afecto y amor ha sobrevivido inimaginables obstáculos y momentos, y ahora es su tiempo de estar juntos, por fin. Pero Ramón, como un buen soldado, está ansioso para comenzar su próxima tarea. “Nosotros no vamos a permitir que atacan a Venezuela como hoy están haciendo. Defenderemos a Venezuela y la Revolución Bolivariana con nuestras vidas, tal como lo hemos hecho con Cuba.”
Ramón se muestra optimista frente a la nueva etapa que vive su país con Estados Unidos. “Queremos mejorar nuestro socialismo, pero jamás vamos a cambiarlo por otro modelo. Aquí tenemos salud gratuita, educación gratuita, y la mayoría de nuestro pueblo no quiere que esas cosas se quiten. Nosotros no tenemos apuro. Queremos tener una mejor relación con Estados Unidos, pero con respeto por nuestro sistema.”
Nos dimos unos abrazos fuertes y los dejé en ese lugar bonito, con el soplo del fresco viento que entraba desde el mar caribe. Al salir, los miré una vez más antes de irme del lugar. Allí, sentados en su mesa, reunidos y conversando, parecía una tarde normal de una familia habanera.
FERNANDO
A Fernando González lo fui a ver en su oficina. El cumplió con su sentencia en Estados Unidos y fue liberado el 27 de febrero del 2014, aproximádamente diez meses antes de los últimos tres. Regresó a Cuba el día siguiente y luego de pasar por una etapa de transición, comenzó a trabajar. Hoy ocupa la vicepresidencia del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), desde donde ayuda a coordinar la gran solidaridad que Cuba tiene con miles de organizaciones y ciudadanos alrededor del mundo.
El edificio del ICAP es bellísimo, es un viejo estilo colonial con un inmenso patio atrás lleno de palmeras y fauna tropical. Fernando salió de su oficina y me buscó abajo por el patio. Sin habernos conocido antes, nos abrazamos como viejos amigos que no se habían visto en muchos años. “Mejor hablamos por aquí. Mi oficina está muy desordenada,” me dijo. Decidimos caminar por el patio conversando un poco antes de sentarnos.
“Los otros me han contado sobre los detalles de su trabajo en Estados Unidos. ¿Y tu, que papel tenías, cómo lo realizabas?” le pregunté abiertamente. La historia de su trabajo de inteligencia ya ha sido publicada en el juicio, no es secreta, pero quería que él me lo contara de primera mano.
“Yo reemplazaba a Gerardo cuando iba de vacaciones,” dijo, como si fuera un trabajo cualquiera. Fernando era oficial de inteligencia, aunque estaba formado en relaciones internacionales con una manera muy analítica de ver al mundo. El fue combatiente internacionalista en Angola, como Gerardo y René, recibiendo altas condecoraciones por su valentía y compromiso. Durante su trabajo clandestino en Estados Unidos utilizó la identidad falsa de un estadounidense de nombre Rubén Campa. Cómo en el caso de Ramón, ese nombre se mantuvo a lo largo de su juicio y luego durante sus 15 años encarcelados. Sus papeles de liberación no decían Fernando González, sino Rubén Campa.
“¿Me puedes comentar como era la forma de comunicación entre ustedes? Hay técnicas conocidas como el uso de radio ondacorta, mensajes cifrados.” No me quiso responder. “Prefiero no entrar en esos detalles.”
Respetando sus deseos, y sabiendo además, que esa información ya estaba disponible en la transcripción del juicio contra ellos, decidí aprovechar nuestro tiempo juntos para conversar sobre otros temas. “Vamos a sentarnos,” le sugerí, y fuimos hacia el otro lado del patio a buscar unas sillas. Las colocamos en un lugar con sombra, bajo unos árboles inmensos y hablamos sobre su experiencia en la cárcel. A mi sorpresa me comentó que había compartido la celda con el preso político puertorriqueño, Oscar López Rivera.
“¿Estuviste en la misma prisión con Oscar López Rivera? ¡Que tremenda coincidencia! ¿Cómo fue esa experiencia?”
“Sí,” respondió. “Estuve cuatro años compartiendo la celda con Oscar López. El tenía 33 años preso y se había negado a aceptar la clemencia ofrecida por el Presidente Clinton en 1999 porque otros de sus compañeros no estaban incluidos. Compartir con él fue una experiencia extraordinaria,” afirmó.
El público estadounidense en general no conoce el caso de Oscar López Rivera, quien ha sido un gran luchador latinoamericano. Durante los años sesenta y setenta, López Rivera fue miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, luchando para lograr la liberación de Puerto Rico de la dominación de Estados Unidos. Fue detenido en 1981 con otros activistas de su organización, y luego lo condenaron por conspiración para cometer sedición y fue sentenciado a 70 años de prisión. Hasta hoy ha cumplido 34 años de su sentencia, y sigue firme por su causa.
Le pregunté a Fernando cómo hacía para sobrevivir en la cárcel todos esos años. “Me dedicaba al ejercicio,” dijo, y claro, a responder a la multitud de correspondencia que recibía de sus familiares y personas que apoyaban a los Cinco. “Aún me he quedado con la costumbre de levantarme temprano, como a las cinco de la mañana, para ir a correr afuera o hacer algún otro ejercicio. Mi familia no entiende porque sigo levantándome tan temprano, pero es la rutina que he mantenido durante todos estos años y me gusta.”
Me parecía interesante que algunos hábitos de su tiempo en la cárcel se habían ya convertido en algo permanente en su vida. Fueron muchos años de la misma rutina, sin duda se vuelve algo habitual.
Fernando habló bastante sobre la sociedad estadounidense y su nivel de desconocimiento de temas políticas y sociales. “Es una cultura sin mucho conocimiento. La mayoría de los estadounidenses desconocen la realidad…” Lo interrumpí, “Es una sociedad ignorante.”
“Bueno,” me respondió, “no quería usar esa palabra, pero es cierto.”
Hablamos durante más de dos horas sin parar. Habían cantidades de cosas para conversar, y las que faltaban. Sin duda, pensé al despedirme de él, ésta conversación continuará.
Dejando a la hermosa tranquilidad del patio embellecido de la ICAP atrás, fui a encontrarme con el poeta de los Cinco, Antonio Guerrero.
ANTONIO
Nos habían citado de nuevo en el Centro de Prensa Internacional para ver a Antonio, pero yo estaba convencida a llevarlo a un escenario más dinámico. Quería ir con él a una de las exposiciones de su arte que había en La Habana, o a algún otro lugar emblemático para poder sostener una conversación de manera más informal.
Antonio es el artista del grupo. En la prisión aprendió a pintar y ha sido muy prolífico con su arte. Varias exposiciones de sus obras han recorrido al mundo. Tiene talento, y no solamente con los pinceles, sino también con el lápiz. Antonio escribe poesía y han sido publicados por lo menos once libros de poemas que escribió en la cárcel.
Cuando lo vi por primera vez, no me saludó formalmente. Estaba en medio de una conversación sobre el viaje que había tomado a Matanzas para ver a una premiada poeta cubana, Carilda Oliver Labra, quien a sus 92 años mantuvo una sentida correspondencia con Antonio durante su tiempo en la prisión. Me comenzó a mostrar algunas fotos con ella que tenía guardado en su teléfono celular, aún emocionado con la experiencia de haber conocido una leyenda de la literatura cubana.
Le dije que quería llevarlo caminado a algún lado para hablar, explicándolo que no me interesaba una entrevista clásica sino algo más informal. Me propuso ir al Malecón. “Yo no he ido al Malecón todavía”, reveló. “¿De verdad?” le pregunté. “Para mi sería un gran honor ser tu primera acompañante al Malecón,” le confesé.
Sonrió. Me parecía fantástica la idea de ir a uno de los lugares más especiales de La Habana, pero la fantasía fue rápidamente disuelta. Su seguridad no pensaba que era buen idea por ser pleno día y podía atraer mucha atención.
Los Cinco son héroes en Cuba y cuando la gente los ve en la calle, los saluda con mucho entusiamo. Decidimos caminar hasta el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) donde había una exposición de sus obras de José Martí en la sede de Radio Rebelde.
“Yo no sé donde es,” le dije. “¿Tu no sabes done es?” me respondió, y me llevó gentilmente por el brazo para guiarme por el camino. Después me echó un cuento sobre una novia suya que vivía en la zona del Vedado, donde nos encontrábamos, cuando era joven.
Antonio es un galán. Habla suave, con mucho sentimiento e intensidad. Es cautivador con su forma de dirigirse pautádamente con un nivel de profundidad intrigante. Nació en Miami en 1958, pero meses después su familia volvió a Cuba para comienzos de la Revolución. A pesar de haber nacido en Estados Unidos, creció en un ambiente completamente revolucionario con padres comprometidos con el proyecto socialista liderado por Fidel Castro. Antonio fue un buen estudiante de ingeniería y ganó una beca para estudiar en la antigua Unión Soviética.
Cuando le pregunté sobre cómo había llegado a Estados Unidos para la misión de inteligencia, me miró con perplejo. “La gente ha visto muchas de esas películas raras y creen una cosa que no es cierto,” dijo. “No es James Bond”, le respondía. Se rió. “No, no es James Bond,” afirmó.
“Aquí comenzaron a poner bombas. Tu seguro conoces esa historia,” me dijo. “Y a mi me pidieron una colaboración. Yo nada más informaba sobre algunas cosas que veía, pero dentro de una vida normal.”
Antonio es bastante modesto. El recibió una sentencia de cadena perpetua más diez años por conspiración para cometer espionaje, entre otros cargos. Las autoridades estadounidenses nunca lograron mostrar evidencia en su contra que fundamentaba su acusación, pero el juicio fue tan sesgado que no importaba la verdad.
La madre de Antonio, Mirta, y su hermana María Eugenia fueron sus pilares durante sus 16 años encarcelado. Viajaron al mundo entero en su defensa, y lo visitaban, junto a sus hijos, Antonio Jr. y Gabriel, lo más que podían. Hoy, la alegría de tenerlo de regreso, libre y sano, es inmensa. Lo acompañan a todas sus actividades, como sus compañeras de vida.
Pasamos un rato conversando en la sede de la Radio Rebelde. Aunque habían muchas personas en la sala con nosotros, por la manera íntima en que hablábamos, parecía que estábamos a solas. Antes de terminar, le pedí que me recitara un poema suyo. “Que te recito un poema mío,” me dijo con asombro, como si fuera la primera vez que a éste autor le habían pedido un poema en voz alta. “Yo siempre los escribía en la cárcel y los enviaba, no me quedaba con mis poemas, pero hay uno que recuerdo porque ha sido muy conocido. Se llama Regresaré, pero ahora tendría que ponerlo, regresé.”
Mi miró con su profundidad y comenzó a recitar la letra, usando su mano como una guía rítmica.
“Regresaré y le diré a la vida he vuelto para ser tu confidente. De norte a sur le entregaré a la gente la parte del amor en mí escondida. Regaré la alegría desmedida de quien sabe reír humildemente. De este a oeste levantaré la frente con la bondad de siempre prometida. Por donde pasó el viento, crudo y fuerte, iré a buscar las hojas del camino y agruparé sus sueños de tal suerte que no puedan volar en torbellino. Cantaré mis canciones al destino y con mi voz haré temblar la muerte.”
De allí salimos a la planta baja del edificio, y a nuestra sorpresa en las puertas, desbordadas por la calle, había una multitud de gente lista para recibirlo como invitado de honor en un evento que ni él sabía que estaba planificado. Lo vi bajar la escalera del ICRT, su descenso en cámara lenta. Al llegar abajo, los brazos abiertos de su gente lo envolvieron con cariño y admiración. La sonrisa acogedora de Antonio fue inolvidable.
Ha regresado.
Fuente: Actualidad RT
(Ver Amor y Resistencia: Un día con Los Cinco – Parte 1)
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