“¿Quieres conocer a Korda?”

(Por Irina Morán / En fin, el mar…)

Fue la pregunta que me lanzó Tomás una mañana calurosa de junio, mientras desayunábamos juntos, allá por el año 2000 en La Habana.

– Claro, le respondí sonriendo en forma inmediata.

– “Es bueno que lo conozcas, chica”, agregó unos segundos después de observarme, pensando tal vez en lo que significaba Korda en términos históricos.

– “Déjame llamarlo por teléfono y ver si hoy mismo podemos caerle a su casa”.

Él lo venía visitando. De hecho, ya habían tenido un par de encuentros previos, porque Tomás estaba produciendo una serie de entrevistas a fotógrafos cubanos que de alguna u otra manera lo habían influenciado.

– “¿Sabes?”, me dijo mientras finalmente nos dirigíamos camino al modesto apartamento de Korda, ubicado en el barrio Miramar, frente a la desembocadura del río Almendares. “Ahora vas a conocer no sólo al autor de la fotografía más famosa del mundo, sino también a uno de los fotógrafos que supo retratar buena parte de la épica iconografía que marcaron los primeros años de la Revolución”.

Llegamos.

De aquellos encuentros, Tomás terminó publicando, recién a fines del 2001 y en la provincia de Córdoba, dos extensas entrevistas: una, en el suplemento Temas del diario la Voz del Interior y otra, en la revista Aquí Vivimos. Pero también hubo un poco más.  A comienzos de octubre de ese mismo año, Tomás fue invitado a exponer su muestra “Cubanas” en el Cabildo Histórico de Córdoba, acompañando la mega exposición de Korda, titulada Diario de una Revolución.

Hoy, trece años más tarde, comparto con ustedes la versión que más me gusta de esos reportajes, donde Tomás no se priva de narrar muchos de los detalles que compartimos aquella memorable tarde de junio, en la casa de Alberto Korda, en La Habana.

***

El retrato de la rebeldía

Por Tomás Barceló Cuesta

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“Con mirada pícara y pinta de conquistador incorregible, la cercanía de una mujer joven y bonita no dejaba nunca de despertarle interés. De hecho, Korda tuvo varios amores en su vida. Mujeres cubanas y de otras nacionalidades, muy atractivas todas, de quienes conservaba magníficos retratos como un tesoro de incuestionable valor de caza.

Era delgado y de mediana estatura. Usaba bigote y perilla, parecidos a los que lucían en los años cincuenta aquellos villanos estereotipados del cine norteamericano.

Fue un hombre lúcido y con sentido pragmático, cualidades que incorporó a la fuerza en la Cuba de su juventud -allá por los años 40 y 50-, cuando se abría paso en una ciudad signada por una feroz competencia capitalista. Por esa época la Habana, capital del chachachá y del mambo, era una ciudad rumbosa, con una bien ganada fama de prostíbulo particular de Estados Unidos. Una época de políticos corruptos, en pugna siempre por el poder. De protestas y luchas estudiantiles y sindicales, uno de cuyos grupos era entonces liderado por Fidel Castro.

El 25 de mayo de 2001, las agencias de noticias del mundo dieron a conocer la noticia de su fallecimiento. Ocurrió de forma inesperada en París, mientras preparaba una muestra antológica de su obra fotográfica. Tenía 72 años y había vivido así durante los últimos años de su vida. Una exposición tras otra, viajando de país en país. Dando entrevistas y ofreciendo conferencias. Bebía ron como si fuera agua, y fumaba cigarrillos negros cubanos sin parar.

Alberto Korda, al morir, cargó con la gloria de haber sido el fotógrafo más famoso de Cuba y uno de los más conocidos del planeta. Tales méritos los obtuvo a partir del retrato que le tomara al Che Guevara, aquella tarde aciaga del 5 de marzo de 1960,  que se asentara en la conciencia del mundo como un símbolo rotundo de las utopías. Y también como estandarte de los inconformes frente al stablishment. Todo ello alimentado por la mítica vida del guerrillero argentino y por el misticismo que rodeó su propia muerte, ocurrida en un pueblito desconocido de Bolivia, tras ser perseguido con saña, capturado vivo y asesinado por el ejército boliviano, después de que Washington diera la orden de su ejecución.

Durante varias jornadas de trabajo, tuve el placer de conversar con Korda sobre sus inicios como fotógrafo, su trayectoria profesional, su relación con el Che y Fidel Castro. Sobre periodismo, sus amores, la fotografía de moda, la fama y otros asuntos de menor interés.

Tres de los encuentros ocurrieron en su modesto apartamento, en el residencial reparto de Miramar. El último de ellos se produjo en La Casona del Tango, en la Habana Vieja. Un lugar al que gustaba ir con frecuencia y adonde el fotógrafo nos invitó por franca galantería con mi mujer, al comprobar que era argentina. “Me gusta mucho el tango y la milonga, había dicho mientras le lanzaba una mirada cargada de complicidad a mi mujer”.

Korda no es mi apellido

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Las paredes de su apartamento están engalanadas con cuadros de pintores famosos y sobre todo fotos del Che, donde el conocido retrato del guerrillero ocupa un lugar predominante.

– ¿Korda, ¿cómo fueron sus inicios como profesional?

– Profesionalmente me inicié en el 53 o en el 54, no recuerdo con exactitud. No tengo muy buena memoria para las fechas.

– ¿Y qué estudió anteriormente?

– Comercio.

– ¿Esa fue su primera profesión?

– Mi primer trabajo fue de investigador publicitario de la empresa Sabatex, que fabricaba jabones de baño y detergentes. Más tarde fui cajero en una empresa norteamericana, cinco o seis meses, pero terminé tomándole odio a las oficinas. No soportaba los espacios cerrados.

– ¿Claustrofobia?

–Posiblemente. Me dediqué a buscar trabajos que fueran en la calle, caminando de un lugar a otro. Empecé a vender jabones y perfumes. De ahí pasé a vender máquinas de escribir Remington. También fui visitador médico del Instituto Biológico Cubano. Y no sé cuántas cosas más.

–Después se hizo fotógrafo.

– Todo comenzó así: fui a venderle una caja contadora a un fotógrafo famoso de la Habana que tenía una casa que se llamaba Estudio Mario, en la calle Amistad. Como es lógico, con una buena táctica de vendedor, le conté que yo era muy aficionado a la fotografía, para entrar en conversación con él. Entonces el hombre me dijo: “Ah, sí, tráeme tus fotos para verlas”. Y al día siguiente o dos días después, no recuerdo bien, volví con fotos mías y se las mostré. Entonces el hombre me dijo: “¿Usted sabe que tiene talento para la fotografía?”

– Es decir, ¿con fotos realizadas por usted?

–Sí, fotos mías. Imágenes que hice cuando iba de vendedor por las calles de la Habana. Yo andaba siempre con una camarita Kodak en mi bolsillo con la que hacía fotos por ahí, de cosas que viera que me llamaran la atención.

– ¿Era una preocupación suya hacer fotos de la Habana de entonces?

–No puedo asegurar que fuera una preocupación, pero sí ya llevaba el germen de fotógrafo. Eso fue por los años cincuenta, más o menos.

– Es decir, se inició en el oficio no muy joven, ya era un hombre maduro…

– Sí, pero yo tomaba fotografías desde los 16 años, con la camarita de mi padre…

– Pero no de manera profesional.

– No profesionalmente…, tenía también aquellas fotos de Yolanda…

– ¿Yolanda?

–Sí, una noviecita que tuve a los dieciséis o diecisiete años. Salía con ella a pasear los sábados y domingos a lugares bonitos y le hacía retratos. De ahí nació mi vocación por la fotografía de moda. Aquel fotógrafo me ofreció trabajo. Hacía fotos murales, muy en boga por aquellos tiempos, donde aparecían retratados paisajes cubanos, muy hermosos, que yo salía a vender por las oficinas y donde quiera que me los compraran, por lo que recibía una comisión. Después me metí a trabajar en el laboratorio.

–Pero los Estudios Korda se conocían mucho antes del triunfo de la Revolución…

–Sí. Te cuento. En un momento conocí a Luis Peice Byers, un fotógrafo ambulante que andaba por las calles de la Habana. Hicimos amistad. Ya por esa época yo le hacía fotografías a la firma de seguros Godoy Sayan. Ganaba quinientos pesos mensuales.

–Todo un sueldazo para la época ¿no?

–Cierto. Le propuse a Luis montar un estudio. Empezamos a hacer fotos publicitarias. Había mucha competencia y no era fácil abrirse paso en esta ciudad. Pero nosotros lo logramos. Montamos nuestro estudio en el Vedado. Al poco tiempo comenzó el boom de los Korda. Nueve años después del triunfo de la Revolución, en el 68, el gobierno revolucionario nos intervino el negocio, en lo que se dio en llamar “la guerra contra los chinchales”.

–Korda no es su verdadero apellido ¿o sí?

–No. Mi verdadero nombre es Alberto Díaz Gutiérrez. Lo de Korda se lo pusimos al estudio. Pensamos entonces en un nombre bien comercial. Korda no podía resultar mejor: fonéticamente es muy parecido a kodak, la película fotográfica que más se vendía, y que  aún se vende  en el mundo.

–Había que ser muy competitivo en aquella época…

–Claro. Podrás imaginarte que la publicidad en Cuba era la mejor de América Latina. Desde aquí, por ejemplo, se le hacía publicidad a firmas norteamericanas y también a otros países del área. En medio de todo eso comenzamos nosotros y, poco a poco, fuimos ganando fama.

–Pero usted hizo mucha moda también…

–La moda prácticamente estaba en pañales. Yo fui uno de los que introdujo la moda fuerte en Cuba. En eso fui un pionero. Se hacía modas, claro, pero me parece que era algo bastante ingenuo: se utilizaban aquellas modelos muy cubanas, sensuales, muy tetonas, con aquellas caderas despampanantes. Yo, en cambio, seleccionaba mujeres de alta estatura, más finas, más estilizadas.

– Un concepto importado…

–Sí, era algo que ya se venía haciendo en el mundo. También cambié el concepto de la luz. Utilizaba estudios con amplios ventanales, la luz ambiente, exteriores. A veces, para lograr lo que me proponía, tiraba dos rollos para sacar una sola fotografía. Por esa época conocí a Norka. Ella fue el non plus ultra de la moda en Cuba. Una modelo única (Muestra algunas de aquellas imágenes de antaño: la mujer, que más tarde sería una de sus esposas,  platinada, parece más una actriz norteamericana que una cubana).

–Después vino el 59, el triunfo…

Un testigo privilegiado

“En el ´59 comienza mi etapa de fotorreportero en el periódico Revolución. Allí trabajé aproximadamente 10 años, hasta que se convirtió en el periódico Granma, de donde me fui porque en aquellos comienzos la administradora no sabía nada de fotografía. Mantuve mi estudio hasta 1968, fecha en que lo nacionalizaron. Fue una etapa de mucho trabajo pero hermosa. Y también de gran competencia: Osvaldo SalasRaúl CorralesErnesto Fernández, entre otros fotógrafos. Sacábamos el Rotograbado todos los fines de semana y tratábamos de ganarnos, cada uno por su lado, aquel espacio que era formidable”.

— ¿Qué otras ventajas le aportó trabajar en aquella época?

— Me dio la oportunidad de estar en medio de aquella vorágine. De estar bien cerca de las altas figuras de la Revolución: Fidel, algunas veces el propio Che. Viajaba de un lado a otro por cooperativas, fábricas, la Sierra Maestra y a otros países cuando el comandante se movía hacía afuera. Recuerdo una anécdota de esa época. Cuando perdimos la marca Bacardí, allí, en la propia fábrica, en un diálogo con Fidel, un obrero le sugirió la idea de ponerle al ron el nombre de Patria o Muerte. Podrás imaginarte. ¡Qué barbaridad!

Primeros encuentros

Korda despliega y muestra ejemplares viejos del periódico Revolución y fotos de aquella época, algunas de ellas insólitas, casi desconocidas. Fidel aprendiendo a esquiar en la nieve, o cazando jabalíes en la tundra rusa junto a Nikita Jruschev. O pescando en las aguas del mar Caribe en busca de algún tiburón. “Mira éstas: el Che jugando golf”, dice Korda. Y recuerda: “Ahí lo conocí por primera vez. Fue en el ’59, en el Villa Real Golf Club. Yo le hacía fotos desde muy cerca y lo seguía cada vez que se movía. En algún momento, al parecer molesto, me dijo: ’Oye, chico, pareces un fotógrafo norteamericano. ¿Tú no sabes que esos rollos cuestan divisas?’ Me dije: ‘Qué hombre más pesado éste’. Y seguí haciendo mi trabajo, pero a cierta distancia de él con un telefoto.

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— ¿Y después?

—La segunda vez fue en el ’63 ó ’64. Me mandan a Camagüey para que le hiciera fotos con aquellas primeras máquinas cortadoras de caña, una idea de él con un ingeniero francés. Llegamos al centro azucarero y lo buscamos durante todo el día sin encontrarlo. El Che llegó a la noche al campamento todo sucio, lleno de polvo. Me acerqué muy feliz por su llegada y le dije: ‘Comandante, me mandó el periódico para hacerle algunas fotos’. El me preguntó: ‘¿Dónde naciste, Korda?’, ‘En La Habana’, le respondí. ‘¿En la ciudad o en el campo?’, ‘En la ciudad, comandante’. ‘¿Has cortado caña alguna vez?’, ‘No’, fue mi respuesta. Entonces se dio vuelta hacia el jefe de la escolta y le dijo: ‘Consíguele una mocha al compañero periodista de La Habana para que colabore con la zafra del pueblo’. Y me tuvo una semana cortando caña antes de permitirme hacerle las fotografías.

Símbolo de multitudes

Alberto Korda ha sido un hombre con suerte. De vendedor publicitario en el comienzo de su vida profesional, se convirtió, de la noche a la mañana, en uno de los fotógrafos más famosos del mundo: cientos de entrevistas, exposiciones de su obra, libros. Su retrato del Che ha sido reproducido como tal vez ninguna otra imagen.

— ¿Qué tiene esa fotografía para que llegara a ser un emblema en todo el mundo?

—La del Che es una expresión de un momento muy dramático. Yo le regalé esa foto a Alberto Granado, que fue su compañero de juventud. Posiblemente no hay quien conozca más al Che en su carácter, sus expresiones, que el propio Granado. El, al verla, me dijo que el Che en esos momentos tenía un encabronamiento tal, que si hubiera encontrado a un norteamericano le partía el pescuezo.

Habían reventado el barco La Coubre. Hubo 136 muertos. Cuando él se asoma al borde de la tribuna y mira aquella multitud que cubría toda la calle, la gente tirándole flores desde los balcones a los féretros, yo hacía mi trabajo, tomaba mis fotos y estaba muy emocionado, imaginate. Esa misma pregunta me la han hecho miles de veces. Yo les digo: ‘El Che era muy carismático’. Las mujeres dicen que era muy lindo, en todas partes del mundo dicen: ‘¡Qué hombre más bello!’ Y fotógrafos cubanos y extranjeros le han tomado magníficas fotos.

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¿Por qué el mundo ha escogido ese retrato como la foto del Che? Yo digo que fue tomada de casualidad, yo no la esperaba, ni él sabía que lo estaban retratando en esos momentos. Fue tomada con una rapidez vertiginosa porque él apenas estuvo un minuto o minuto y medio asomado allí. Ya era tarde y la luz estaba declinando. Parece que los seres humanos que lo admiran consideran en esa mirada todo el carácter que había en él, su vida interior. No ha sido culpa mía, ha sido el mundo quien la ha escogido.

Un legado histórico

Korda interrumpe para mostrar una imagen manipulada del guerrillero, una de las tantas fotos que le hicieron a su cadáver, en la que aparece con una corona de espinas sobre la cabeza. Unos ojos que, aun así, siendo los ojos de un muerto, parecen tener vida, pero con una expresión de resignación, como alguien que después de una jornada ardua se decide al fin a descansar. Una magnífica labor del fotógrafo que la tomó y un no menos formidable acabado digital dentro del vientre de una computadora, imagen utilizada por las iglesias en Inglaterra, en el año 1999, para dirigirse a los jóvenes en plena Semana Santa. Debajo decía: “Chesucristo”.
“El Che muerto se parece a Jesucristo, ¿verdad? Yo soy ateo, pero considero, y lo digo con todo lo que siento, que el Che fue el segundo Jesucristo de la historia. Y yo lo retraté. Los dos lucharon, a su manera, y murieron por la misma causa”, dice Korda.

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— ¿Qué significa para usted haber retratado a Ernesto Guevara?

— Ha sido una oportunidad histórica que me llena de satisfacción, porque dejo a la humanidad, a mis hijos, a mis nietos, algo de mi paso por el mundo. Suponte que hubiera seguido siendo fotógrafo publicitario y de moda, nadie hoy sabría quién soy. Tuve la suerte de estar allí, en ese momento en que ese hombre estaba ahí, con esa expresión que encierra tantas cosas a la vez, y hacerle por casualidad esa foto que se ha convertido, no por capricho mío, en la foto más reproducida en la historia de la fotografía. No es que sea la mejor foto, pero sí la más reproducida. Ese honor me ha tocado a mí, como ser humano, como cubano. Esa imagen está entre las mejores 100 fotos del siglo XX.

—Sin embargo, no es una foto técnicamente buena. Dada la premura con que usted la hizo, la expresión del Che lo sorprende, no tiene una buena definición. Incluso el encuadre… Tuvo que hacer un trabajo de ampliación, de eliminar partes que sobraban…

—Cierto, sale así porque el lente que estaba utilizando en esos momentos, un teleobjetivo de 90 milímetros, estaba dañado. Esto le otorga cierto halo de difusión que la favorece. Alguien una vez escribió que ese retrato lo había hecho en un estudio, de ahí que todo ese efecto fuera intencional de mi parte, para lograr ese impacto, esa impresión. Le escribí una carta contestándole: ‘Nada de eso, amigo. Salió así porque simplemente tenía el lente rayado’. En fin, creo que ese es mi aporte a la historia, a la humanidad: ese retrato único del Che, haber captado esos ojos con esa expresión mirando hacia el futuro”.

Al filo de la medianoche de un día de junio del 2000, estamos en la puerta del hogar de Alberto Korda. A pesar de lo avanzado de la noche, la temperatura es alta, con un calor pegajoso. Tengo en mi poder un par de casetes de conversación grabada con él y varias hojas llenas de apuntes en mi cuaderno de notas.

Un silencio absoluto se tiende por este lado de la ciudad. Después de varias horas en las que no se privó de coquetear impunemente con mi mujer, me permito tutearlo. Le digo: “Korda, tres hombres hicieron ese retrato: tú, que apretaste el obturador; Giancano Feltrinelli, que lo dio a conocer al mundo; y el Che. Sobre todo el Che, que puso su vida por delante para que la rebeldía y la inconformidad tuvieran un rostro”

— “Tienes razón”, respondió. “Uno nunca es absolutamente el dueño de lo que hace”.

 

Fuente: En fin, en el mar… (Publicada el 9 de junio de 2013)


 

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