Abel Santamaría, segundo jefe del movimiento

El segundo jefe del movimiento revolucionario que inició la lucha el 26 de julio, dirigido por el joven abogado Fidel Castro, se llamaba Abel Santamaría Cuadrado. Abel, era hijo de residentes españoles en Cuba.

(Por Marta Rojas*)

El segundo jefe del movimiento revolucionario que inició la lucha el 26 de julio, dirigido por el joven abogado Fidel Castro, se llamaba Abel Santamaría Cuadrado. Abel, era hijo de residentes españoles en Cuba. Nació el 20 de octubre de 1927 en el central Constancia, municipio de Encrucijada, provincia de Las Villas, en la parte central de Cuba, a unos 400 kilómetros de La Habana. Su padre trabajaba en el Central, y su casa estaba instalada en el perímetro azucarero. De manera que Abel, junto a su hermana Haydée, a su hermano Aldo, a Aida y Ada, pasaron su niñez y adolescencia en un ambiente rural e industrial a la vez, ya que su medio era la agroindustria azucarera.

Con grandes deseos de superación, después de vencer la enseñanza primaria y secundaria, decidió viajar a La Habana, donde trabajaba un primo suyo. Haydée, la más apegada a él de sus hermanas y con intereses similares, al que se debe agregar la vocación política, también viajó a La Habana y finalmente alquilaron un apartamento en el barrio del Vedado (Calle 25 y O). Ya Abel había encontrado trabajo, y también se había matriculado en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Estos hechos ocurren en momentos en que en Cuba había un gran debate político de enfrentamiento a la corrupción administrativa de los «politiqueros» y el gobierno en el poder. En oposición había surgido un Partido que luchaba con ello: el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), con el cual se identificó la mayoría de la juventud cubana y en general, la mayoría del pueblo. Abel y Haydée, estaban entre ellos.

En 1952 el general Batista, ex presidente, y ex dictador luego de traicionar la revolución contra el tirano Gerardo Machado, en 1933, dio un golpe de Estado con el favor de las Fuerzas Armadas de donde procedía y el beneplácito de la administración norteamericana, pues las clases conservadoras lo consideraban » el hombre fuerte» que podía evitar el triunfo de un partido político popular, como el Ortodoxo. A ese Partido —el ortodoxo— también pertenecía el joven abogado Fidel Castro, e incluso estaba nominado en la candidatura para Representante (legislador) por la referida agrupación. Muy apoyado por barrios populares no había duda que hubiera sido electo, del mismo modo que el Partido ortodoxo habría triunfado, si no ocurre el golpe militar, de no ser roto el proceso constitucional.

Inmediatamente de ocurrido el golpe de estado los estudiantes y los jóvenes de la ortodoxia, se opusieron a él. Sin ponerse de acuerdo se produjeron protestas. Abel, quien todavía no conocía a Fidel, estaba en contra el golpe de estado, al igual que su hermana Haydée. Un día, en que se conmemoraba la muerte de un obrero asesinado por la policía en el anterior gobierno, coincidieron en el Cementerio de Colón Abel Santamaría y Fidel Castro. Fueron presentados por una amiga común y nació de inmediato una amistad que se enriquecía por la coincidencia de criterio sobre cómo sacar a Batista del poder y llevar a delante, con mayor profundidad las premisas del Partido Ortodoxo y realizar una revolución nacional liberadora. Para Fidel y Abel, se trataba mover las estructuras podridas de la república neocolonial. Aunque no eran comunistas, ni estaban afiliados al Partido Socialista, ambos tenían ideas muy profunda sobre la justicia social y en el caso de Fidel, él mismo se declara después como un comunista utópico. La revolución que se proponía hacer no era la caricatura de revolución que proclamaba Batista con su golpe de estado castrense, con el beneplácito de fuerzas reaccionarias y silenciosamente apoyado por la administración norteamericana de turno.

El apartamento de 25 y O —casa de Abel y Haydée— no tardó en convertirse en un centro de reunión de los jóvenes que aglutinaba Fidel. Muchos de ellos habían participado en acciones de protesta y en actividades políticas de la Juventud Ortodoxa, en barrios populares de La Habana y sus alrededores, pero no eran líderes conocidos. En su mayoría, como Abel, eran jóvenes bastante anónimos en cuanto a liderazgo pero de profundas convicciones revolucionarias. O sea no se trataba de integrantes de la Dirección de la Juventud de su Partido, sino trabajadores, empleados, profesionales modestos y desempleados e incluidos algunos estudiantes. Una cifra elevada procedían de poblaciones del interior de La Habana y de la provincia de Pinar del Río, la más occidental de Cuba. Abel fue aglutinador de esos jóvenes que llegaron a componer una masa de más de 1 200, aunque todos recibieron entrenamiento militar–revolucionario, muy pocos alcanzarían armas, de manera que no pudieron participar en el asalto del 26 de julio.

Por las características personales de Abel, un joven muy organizado, de seriedad probada y discreción extraordinaria llegó a ser, según lo expresa el propio Fidel en el juicio del Moncada «el alma del movimiento».

Cuando todo estuvo listo, ya en Santiago de Cuba, Abel pidió el lugar de mayor riesgo para preservar la vida de Fidel. Por su parte Fidel planteó que sería él y no otro compañero, el que ocupara el puesto más peligroso, o sea el asalto por la posta 3 del Moncada y le dijo a Abel que lo mandaría a la retaguardia (Edificio del Hospital Civil), donde, según los planes no habría que combatir, sino solo ocuparlo para que el Ejército no lo hiciera por ninguna circunstancia. El plan era tomar por asalto el Cuartel, una vez que entraran todos, vestidos con sus uniformes de militares.

Por un hecho fortuito, a partir de una posta de recorrido o «posta cosaca» que el regimiento agregó, precisamente por motivo de los carnavales, se frustró el asalto por sorpresa, iniciándose el combate desigual. Abel que conocía perfectamente todo el plan, empezó a disparar con los compañeros bajo su mando, dirigiendo la carga al Moncada por otro flanco, de manera que Fidel y sus compañeros pudieran retirarse, y como estaba previsto si ocurría un combate desigual, encaminarse a las montañas de la Sierra Maestra próximas a Santiago de Cuba.

En el juicio celebrado, donde Fidel asumió, como abogado, la defensa del hecho revolucionario, más que la suya propia declaró con hidalguía —refiriéndose a Abel Santamaría— que «su heroica resistencia lo inmortaliza ante la historia». Pues se mantuvo combatiendo mucho tiempo después que sus compañeros pudieron retirarse del punto principal. Hecho prisionero, junto a su hermana Haydée y Melba Hernández, que fueron para servir de enfermeras en caso necesario, ya que habían participado con los demás en la organización del Movimiento, fue conducido prisionero junto a los demás revolucionarios bajo su mando, entre ellos un médico, el doctor Mario Muñoz Monroy. Los torturadores militares querían arrancarle de los labios el nombre del Jefe del Movimiento y sus planes pero Abel guardó silencio al igual que los demás, y esa misma mañana luego de sacarle los ojos y torturarlo horriblemente, lo asesinaron.

Minutos después los torturadores se dirigieron a Haydée y Melba para tratar de que delataran a aquellos que habían asaltado la posta 3, pero no lo lograron. Cuando le dijeron a Haydée que habían matado a su hermano y también a su novio —Boris Luis Santa Coloma— que al primero le habían sacado los ojos y al segundo le habían arrancado los testículos, ella dijo que si Abel, que lo conocía todo no habló, ella tampoco lo haría. Su declaración pormenorizada expuesta después en el juicio, fue impresionante. Su hermano Abel y demás compañeros habían salido con vida del hospital: esos fueron los primeros asesinatos a prisioneros, el 26 de julio de 1953.

Actualmente una de las condecoraciones más altas que otorga la Revolución a jóvenes extraordinarios en diferentes esferas de trabajo o estudio, lleva el nombre de «Abel Santamaría».

* Publicado en 2006 por Granma

Fuente: Somos Jóvenes


 

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