Diez días en las entrañas del imperio

(Por Acela Caner Román – Eugenio Suárez Pérez / Granma)

Primera parte

En 1960, Fi­del Castro Ruz partió rum­bo a Nueva York, en un Britannia de la Compañía Cubana de Aviación, para asistir al XV Periodo de Se­siones de la Asamblea General de la ONU

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Con hotel o sin hotel, tendrán que oír a Fidel

El domingo 18 de septiembre de 1960, Fi­del Castro Ruz inició un memorable viaje a Estados Unidos al frente de la delegación cu­bana que participaría en el XV Periodo de Se­siones de la Asamblea General de la Orga­ni­zación de Naciones Unidas.

Bienvenido, Fidel

Poco después de las 11:00 a.m., junto a varios miembros de su delegación, Fidel partió rum­bo a Nueva York, en un Britannia de la Com­pañía Cubana de Aviación. A las 4:34 de la tarde, la nave cubana tocó tierra en el aero­puerto internacional de Idlewild.

Había bastado el anunció de que Fidel asistiría a la Asamblea General de las Naciones Unidas, para que el gobierno de Eisenhower adoptara un conjunto de medidas para aislarlo y limitar su contacto directo con el pueblo norteamericano.

Entre esas disposiciones se encontraba su confinamiento a los límites de la isla de Manhattan, una férrea custodia policial y la prohibición de la asistencia de público a las sesiones de la Asamblea.

Sin embargo, las regulaciones no pudieron impedir que en el último piso del Empire State, flotara una gigantesca tela, colocada por algún amante de la Revolución Cubana, que decía: “Bienvenido, Fidel”.

Más de 500 policías, un número indeterminado de agentes secretos del Departamento de Estado y de agentes de la policía local, esperaban a Fidel en el aeropuerto. Aunque en realidad la escolta no era necesaria, pues millares de simpatizantes y miembros del Comité Pro Trato Justo para Cuba aguardaban por Fidel y, en caravana de automóviles, lo siguieron hasta el hotel. Ellos eran los verdaderos guardianes del máximo líder de la Revolución Cubana.

Muy cerca de las cinco de la tarde, Fidel arribó al hotel Shelburne situado en las calles 37 y avenida Lexington. Los alrededores del hotel habían sido tomados desde la mañana por fuertes contingentes de la policía metropolitana, quienes mantuvieron a raya a los miles de simpatizantes de la Revolución Cubana que esperaban la llegada de Fidel para darle la bienvenida.

Varios incidentes desagradables sucedieron causados por la brusca actuación de la policía. Estos hechos se agudizaron cuando las autoridades norteamericanas le notificaron a la tripulación de la nave que condujo a Fidel, que si no salían “de la pista del aeropuerto antes de las 12 de la noche de ese día, el avión será incautado”.

Ante tantas agresiones, el notable periodista y escritor norteamericano Carleton Beals dirigió un telegrama a Fidel que decía: “Bienve­nido. Estoy avergonzado de la falta de cortesía de mi pueblo, tan generoso en oro para los lacayos, pero tan pobre en generosidad del alma”.(1) Asimismo, Beals elevó una enérgica protesta al Departamento de Estado “por el trato increí­ble dado al Primer Ministro de Cuba, doctor Fidel Castro, en su visita a la ciudad de Nueva York para asistir a la Asamblea General de las Naciones Unidas”.

Si es necesario acamparemos en los jardines de las Naciones Unidas

El lunes 19 de septiembre sucedió un he­cho inaudito: la gerencia del Shelburne le no­tificó a la delegación cubana que debía abandonar el inmueble, al tiempo que se ne­gó a devolver los 5 000 dólares que la delegación había depositado como garantía de pago. No era un hecho aislado. Los dueños de los más céntricos hoteles neoyorkinos también se negaron a hospedar a la delegación cubana. El único que ofreció sus servicios exigió condiciones humillantes.

Ante tales circunstancias, el Primer Mi­nistro cubano se entrevistó con el danés Dag Ham­marskjöld, entonces secretario general de la ONU. Tras expresar su consternación ante el hecho acontecido y las dificultades para hallar alojamiento en los hoteles de Nueva York, Fidel le comunicó que si era necesario, él y los miembros de su comitiva oficial acamparían en los jardines de la ONU.

En el curso de la entrevista, Fidel preguntó a Hammarskjöld si no creía que “había llegado el momento de cambiar la sede de las Naciones Unidas para otro país”, a lo que el Secretario General respondió con un ligero movimiento del hombro derecho.

En Cuba, al conocer de la nueva agresión, de manera espontánea, cientos de cubanos se fueron reuniendo en parques y plazoletas de todo el país. El pueblo en pleno había decidido pasar la noche a la intemperie, como muestra de solidaridad con Fidel y su comitiva.

En La Habana, una singular y gigantesca movilización se congregó dentro de la explanada norte del Palacio Presidencial y sus calles aledañas. Improvisados cartelones y telas decían “Con hotel o sin hotel, tendrán que oír a Fidel”.

Allí, el comandante Raúl Castro —quien había sido designado Primer Ministro por el tiempo que Fidel estaría fuera de Cuba—, dirigiéndose a los presentes comentó que apenas una hora se había necesitado para convocar a los habaneros a esa concentración que, en es­cala menor, representaba la Asamblea Gene­ral del Pueblo de Cuba.

Con palabras emocionadas, Raúl desenmascaró las intenciones del gobierno de Estados Unidos y, refiriéndose a Fidel dijo: “Lo respetan, lo respetaron antes y tendrán que respetarlo encuéntrese donde se encuentre. A los gobernantes que fielmente responden y respetan a sus respectivos pueblos, tienen que respetar los demás dondequiera que se encuentren”.(2)

Tuve que refugiarme en Harlem

En medio de esa situación, gracias a la solidaridad de la comunidad afronorteamericana y latina, la delegación encabezada por Fidel fue invitada a alojarse en un hotel de Harlem, el barrio del pueblo negro neoyorquino. Entre los coordinadores de aquella acción estuvo Malcolm X, el mítico activista por los derechos humanos.

Cuando supo de esa invitación, el Primer Ministro cubano comunicó al secretario general de la ONU que le habían brindado el hotel Theresa en Harlem y se dispuso a marchar de inmediato hacia el lugar, no sin antes exigir de las Naciones Unidas las garantías correspondientes a un jefe de Estado miembro de esta institución internacional.

Pasada la medianoche, Fidel llegó al hotel Theresa. Su arribo ocurrió apoyado por las voces de los más humildes habitantes de Nueva York que aclamaron al líder cubano con gritos de ¡Viva Castro! y ¡Fidel, Fidel, Fidel!

Años después, en la misión cubana de la ONU —cuando en 1995 asistió a los festejos por el aniversario 50 de las Naciones Unidas—­,­ reunido con Lucius Walker y los Pastores por la Paz, Fidel les contó cómo 35 años atrás tuvo que refugiarse en Harlem en una época de lucha muy dura por los derechos civiles y contra la discriminación.

Fidel relató sobre su nueva visita al barrio neoyorkino: “Me reuní con los de Harlem, ¡qué placer!, ¡qué felicidad!, ¡qué afecto!, ¡qué cariño encontré allí!, ¡qué espíritu de lucha, de combatividad pude apreciar allí! ¡Increíble! […] Pocas veces en mi vida he visto tanto entusiasmo, tanto afecto y tanto apoyo. Y si no olvidé el primer Harlem, jamás podré olvidar el segundo Harlem. ¡Ojalá viviera mil años para seguirlo recordando! Fue realmente muy emocionante para mí”.(3)

Así comenzaron los diez días de la delegación cubana en las entrañas del imperio.
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Segunda parte

Nikita Jruschov y Fidel Castro

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La mañana del martes 20 de septiembre de 1960, una multitud calculada en miles de personas por la propia policía neoyorquina —a la cual no es posible acusar de parcialidad en favor del líder cubano— aguardaba la salida de Fidel Castro por las calles que rodean el hotel Theresa, cuando a las 12 y 14 minutos del mediodía, apareció frente al hotel, Nikita Jruschov. El Primer Ministro soviético iba a saludar a su homólogo cubano.

Fidel Castro recibió personalmente al go­ber­nante soviético. Era el primer encuentro de am­bos líderes, quienes sostuvieron una cordial con­­­­­­versación que no excedió los 30 mi­nutos.

Tras la partida de Jruschov, el Primer Mi­nistro cubano se dirigió hacia el edificio de la ONU, adonde llegó alrededor de las tres de la tarde.
Un nuevo precedente se estableció en la Asam­blea de las Naciones Unidas, cuando Ni­ki­ta Jruschov se levantó de su asiento para saludar a Fidel. Los periodistas y empleados de la ONU confirmaron que era la pri­mera vez en la historia de ese organismo que un jefe de Go­bierno se levanta para ir a saludar a otro jefe de Gobierno.
Una breve entrevista de ambos acaparó la atención de los delegados de las 97 naciones y de más de dos mil periodistas presentes.

Nuevos intentos para obstaculizar presencia de Cuba en la ONU

Aunque la delegación cubana había resuelto el problema de alojamiento y participaba en la Asamblea, iban en aumento los intentos de obstaculizar su presencia en el país.

En horas de la noche de ese martes 20 de septiembre, se produjo el secuestro de otro avión cubano. Ese acto de inadmisible piratería fue cometido contra la nave donde viajaban el comandante Juan Almeida y el ministro Regino Boti, quienes habían llegado para integrarse a la delegación cubana.

El avión secuestrado —un Britannia de Cu­ba­na de Aviación—, llevaba una inscripción que decía: “Delegación de Cuba en la O.N.U.”. La nave fue entregada por las autoridades de Nue­va York a un funcionario judicial. El hecho no fue casual, este era el tercer avión cubano que retenían los norteamericanos en una semana. El primero, fue un Bri­ta­nnia que llegó al aeropuerto Idlewild en un servicio regular de pasajeros y, el segundo, un DC-4 de Aerovías Q.

Otro hecho, esta vez de trágicas consecuencias, aconteció en el restaurante El Prado, ubicado en la Octava Avenida y la calle 51 en Nue­va York. En ese mismo lugar, en la tarde del miércoles 21, un grupo de cubanos simpatizantes de la Re­vo­lución fue atacado a tiros por varios contrarrevolucionarios. Los disparos hi­rieron a una niña ve­nezolana de apenas nueve años de edad, quien se encontraba de paseo con sus padres. La­mentablemente, la niña fa­lle­ció al siguiente día.

La policía neoyorquina llegó minutos después del tiroteo. Las detenciones que realizó no in­cluían a los atacantes. El Departamento de Es­tado norteamericano, en una monstruosa con­ju­ra, inculpó a un inocente, solo porque simpatizaba con la Re­vo­lución Cu­ba­na.

Almorzaré con los humildes

En la sesión del jueves 22, el jefe de la delegación cubana, Fidel Castro, junto al canciller Raúl Roa, el comandante Juan Almeida y demás miem­bros de su delegación, acudió a saludar a Ni­kita Jruschov en el salón de sesiones de la ONU. Momentos después el Mariscal Josip Broz, Tito, presidente de la República Fe­de­rativa Socialista de Yugoslavia, se acercó a Fi­del y departió con el líder revolucionario cu­bano durante unos minutos.

Mientras tanto, las autoridades yanquis siguieron sus actos inamistosos hacia Cuba al excluirla de un almuerzo que Eisenhower ofreció el 22 de septiembre a las delegaciones latinoamericanas.

La reunión, convocada por el imperialismo, se efectuaría después que el presidente Eisen­hower pronunciara su discurso en la Asamblea General de la ONU, por la mañana. Un vocero del gobierno de Estados Unidos había anunciado la invitación a 18 representantes latinoamericanos ante la ONU (la lista excluía a Cuba y República Dominicana). Al festín imperialista en el salón Waldorf To­wers, del hotel Waldorf Astoria, dejó de asistir el jefe de la delegación uruguaya Eduar­do Víctor Haedo, quien no fue en obvio gesto de solidaridad con el representante cu­bano.

Ese día, cuando Fidel salía de la ONU, un pe­riodista le preguntó cuál era su opinión so­bre el almuerzo en el lujoso Waldorf As­to­ria, al cual no había sido invitado.

“Me parece bien —respondió— y lo que de­seo es que los que asistan a él tengan buen apetito. Yo almorzaré en el barrio de Harlem, con los humildes. Yo pertenezco al pueblo humilde”.

Al llegar al hotel Theresa, Fidel subió al comedor donde almorzó con los empleados y el propietario. Lo acompañaban Celia Sán­chez y otros miembros de la delegación, así como numerosos periodistas norteamericanos, quienes antes de comenzar el almuerzo le hicieron varias preguntas.

De un libertador a otro libertador

En horas de la noche, el Comité Cubano Norteamericano ofreció una cena al compañero Fidel.

Richard Gibson, miembro del Comité Pro Justo Trato a Cuba, entregó un busto de Abraham Lincoln al Primer Ministro de Cuba y reconoció “el honor que es para el Comité hacer entrega del busto de Lincoln a Castro”.

En el momento de la entrega, Gibson expresó: “De un libertador a otro libertador”.

Al acto asistieron más de 300 personas. Des­pués del saludo hecho por Gibson, el compañero Fidel tomó la palabra. Al referirse a su estancia en el hotel Theresa y en el barrio de Har­lem, confesó: “me siento como quien camina en un desierto y se encuentra, de re­pente, en un oa­sis”.

El Primer Ministro cubano obsequió a Love Woods —propietario del hotel Theresa—, un busto del prócer cubano José Martí, con la siguiente inscripción: “Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas”.

¡Estupendo!, ¡Estupendo!

El viernes 23, en la sesión de trabajo de la Asam­blea General de la ONU intervino Nikita Jrus­chov. El Primer Ministro soviético fue portador de proposiciones a favor de liquidar el colonialismo, de respetar y cumplir estrictamente las cláusulas de la Carta de las Naciones Unidas, y de otras importantes propuestas, como la de trasladar la sede de la ONU de Estados Unidos.

“¡Estupendo!”, “¡Estupendo!”, se escuchó por los auriculares de la transmisión en español de traducciones simultáneas cuando el Premier soviético hizo la propuesta del traslado de sede. La voz que se escuchó fue reconocida como la de Fidel, quien en su entusiasmo no pudo contenerse y lanzó esa exclamación de aprobación, dirigiéndose al doctor Raúl Roa.

Esa noche, el Primer Ministro soviético ofreció una cena a la comitiva cubana. El encuentro se efectuó en el edificio de la delegación permanente de la Unión Soviética en la ONU.

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Tercera parte

El lunes 26 de septiembre de 1960, a las 2:40 de la tarde, Fidel Castro arribó a la entrada principal del edificio de las Naciones Unidas vistiendo su inconfundible traje de campaña.

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La voz de los pueblos latinoamericanos se escuchó en la ONU

Tras ocho días de estancia en Nueva York, el lunes 26 de septiembre de 1960, a las 2:40 de la tarde, Fidel Castro arribó a la entrada principal del edificio de las Naciones Unidas vistiendo su inconfundible traje de campaña.
Esa tarde haría su primera intervención ante la ONU.

Cuba siempre ha estado dispuesta a discutir sus problemas

Fidel comenzó su intervención diciendo: “Aunque nos han dado fama de que hablamos extensamente, no deben preocuparse. Vamos a hacer lo posible por ser breves y exponer lo que entendemos nuestro deber exponer aquí. Vamos a hablar también despacio, para colaborar con los intérpretes. Algunos pensarán que estamos muy disgustados por el trato que ha recibido la delegación cubana. No es así. Nosotros comprendemos perfectamente el porqué de las cosas. Por eso no estamos irritados ni nadie debe preocuparse de que Cuba pueda dejar de poner también su granito de arena en el esfuerzo para que el mundo se entienda. Eso sí, nosotros vamos a hablar claro”. (*)

Fidel se refirió a varios de los incidentes ocurridos en esos días, respaldados por las campañas sistemáticas contra Cuba, y por la complicidad de las autoridades estadounidenses y que incluyeron hasta el trágico hecho que dio lugar a la muerte de una niña.

Seguidamente, hizo el recuento de cómo llegó a ser Cuba una colonia de Estados Unidos; los años de lucha de los cubanos por alcanzar su independencia; lo que encontró la Revolución al llegar al poder; y la alternativa del Gobierno Revolucionario ante esa situación. Asimismo, recordó la contribución del gobierno de Estados Unidos a la dictadura batistiana.

Más adelante, dio a conocer cuáles habían sido los primeros pasos del Gobierno Revolucionario una vez alcanzado el poder: rebaja de los alquileres, restablecimiento de los precios de los servicios telefónicos, la rebaja de las tarifas eléctricas y, sobre to­do, se detuvo en el significado de la Ley de Reforma Agraria.

“Sin reforma agraria, nuestro país no habría podido dar el primer paso hacia el desarrollo. Y, efectivamente, dimos ese paso: hicimos una reforma agraria. ¿Era radical? Era una reforma agraria radical. ¿Era muy radical? No era una reforma agraria muy radical. Hicimos una reforma agraria ajustada a las necesidades de nuestro desarrollo, ajustada a nuestras posibilidades de desarrollo agrícola. Es decir, una reforma agraria que resolviera el problema de los campesinos sin tierra, que resolviera el problema de los abastecimientos de aquellos alimentos indispensables, que resolviera el tremendo desempleo en el campo, que pusiera fin a aquella miseria espantosa que habíamos encontrado en los campos de nuestro país. […] ¿Qué nos planteó el Departamento de Estado norteamericano, como aspiraciones de sus intereses afectados? Tres cosas: el pronto pago…, “pago pronto, eficiente y justo”. ¿Ustedes entienden ese idioma? “Pago pronto, eficiente y justo”. Eso quiere decir: “Pago ahora mismo, en dólares y lo que nosotros pidamos por nuestras fincas. […]  Nosotros no confiscábamos las tierras; noso­tros, simplemente, proponíamos pagarlas en 20 años, y de la única manera en que podíamos pagarlas: en bonos, que ha­brían de vencer a los 20 años; que cobraban el cuatro y medio por ciento de intereses y que se irían amortizando año por año”.

A continuación, el líder revolucionario expuso cómo comenzaron las amenazas contra nuestra cuota azucarera y cómo ha­bían comenzado los bombardeos sobre los centrales azucareros y otras acciones terroristas procedentes de Estados Uni­dos, causando muertos, heridos y destrucciones materiales. Ade­más, recordó las agresiones económicas y los intentos que Cuba ha hecho en el seno de la OEA para condenarlas.

Tras detallar los logros alcanzados en 20 meses, invitó a cualquier miembro de las Naciones Unidas o periodista para que vi­site a Cuba “pues allí no se le cierra las puertas a nadie, y vean con sus propios ojos la realidad cubana”.

Fidel reiteró la necesidad de que la ONU esté bien informada de los acontecimientos provocados por Estados Unidos contra Cuba, y ratificó que “el gobierno de Cuba siempre ha estado dispuesto a discutir sus problemas con el gobierno de Estados Unidos, pero el gobierno de Estados Unidos, no ha querido discutir sus problemas con Cuba”.

Desaparezca la filosofía del despojo

Luego, el jefe de la Revolución Cubana abordó los problemas que preocupan a otros pueblos del mundo. Como una fórmula que acabe con la explotación de los pueblos y con las guerras, Fidel expresó: “El quid de la paz y de la guerra, el quid de la carrera armamentista o del desarme. Las guerras, desde el principio de la humanidad, han surgido, fundamentalmente, por una razón: el deseo de unos de despojar a otros de sus riquezas. ¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra! ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso!”.

Al retomar las propuestas hechas por varias delegaciones en sus intervenciones, Fidel dejó constancia de la opinión de Cuba ante cada problemática y, especialmente, se detuvo en la lucha por la paz: “Nos queda un punto que, según hemos leído en algunos periódicos, iba a ser uno de los puntos de la delegación cubana, y era lógico, el problema de la República Popular China. […] Aquí han ingresado, en los años recientes, numerosos países. Es negar la realidad de la historia, y negar la realidad de los hechos y de la vida misma, el oponerse aquí a la discusión de los derechos de la República Popular China; es decir, del 99 % de los habitantes de un país de más de 600 millones de habitantes a estar representados aquí. Es sencillamente un absurdo, un ridículo, que ni siquiera se discuta ese problema”.

Nosotros no podemos ser enemigos del pueblo norteamericano

Otro tema de sumo interés aborda Fidel cuando se refiere a cómo, maliciosamente, se intenta tergiversar la opinión pública presentando a los revolucionarios como agresores y enemigos, y afirma: “Nosotros no podemos ser enemigos del pueblo norteamericano, porque hemos visto norteamericanos como Car­leton Beals, o como Waldo Frank, a ilustres y distinguidos intelectuales como ellos, salírseles las lágrimas pensando en los errores que se cometen, en la falta de hospitalidad que particularmente se cometió con nosotros”. Y precisa: “En muchos norteamericanos, los más humanos de los escritores, los más progresistas de sus escritores, los más valiosos de sus escritores, veo la nobleza de los primeros dirigentes de este país […]  Lo digo sin demagogia, con la sincera admiración que sentimos por aquellos que un día supieron liberar a su pueblo de su colonia y luchar, no para que hoy su país fuese el aliado de todos los reaccionarios del mundo, el aliado de todos los gánsteres del mundo, el aliado de los latifundistas, de los monopolios, de los explotadores, de los militaristas, de los fascistas”.

Por último, Fidel expuso la esencia de la Declaración de La Habana, para que los delegados conocieran cuál era la línea del Gobierno Revolucionario de Cuba.

Su intervención concluyó a las 8:15 de la noche con una prolongada ovación.

Un diplomático latinoamericano comentó: “Por primera vez, la voz de los pueblos latinoamericanos se escuchó en la ONU”.

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Cuarta parte

A las 6 y 46 minutos de la tarde del 28 de septiembre, el Primer Ministro cubano descendió la escalerilla del avión de la línea soviética Aeroflot que lo había transportado a la Patria

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Últimos días en las entrañas del monstruo

El martes 27 de septiembre de 1960, Fidel estuvo muy ocupado. En las primeras horas de la mañana se entrevistó con Wladyslaw Gomulka, miembro del Consejo de Estado de Polonia, y a las diez de la mañana asistió al debate en la Asamblea, donde escuchó el discurso del presidente Gamal Abdel Nasser.

En la tarde se entrevistó con el presidente de Ghana, Kwame Khrumah, y a las seis, asistió a la recepción que ofreció la delegación uruguaya a la delegación cubana.

A las ocho de la noche estuvo en el banquete ofrecido por el Premier de la India, Ja­waharlal Nheru a los jefes de Estado. Más tarde, se reunió con el jefe de la delegación de Bulgaria, Teodor Jivkov, quien como Jruschov y Nasser también lo visitó en el hotel Theresa.

Mientras tanto, la prensa cubana anunciaba que después del mediodía del 28 de septiembre Fidel regresaría a La Habana.

Antes de embarcar, Fidel se entrevistó con el Mariscal Tito y con el entrañable Nasser presidente de la República Árabe Unida.

Como el avión en el que debía regresar a La Habana, una vez más fue obstaculizado, Fidel aceptó la gentil invitación de la delegación soviética para que hiciese uso de un avión que puso a su disposición con el objetivo de que se trasladara a Cuba.

Traemos una profunda impresión de este viaje

A las 6 y 46 minutos de la tarde del 28 de septiembre, el Primer Ministro cubano descendió la escalerilla del avión de la línea soviética Aeroflot que lo había transportado a la Patria.

A su paso, la exclamación más escuchada por el Comandante en Jefe era: “Fidel, seguro, a los yanquis diste duro”.
Pocas horas después, frente al Palacio Presidencial, Fidel fue recibido por decenas de miles de cubanos. Luego de las palabras de bienvenida pronunciadas por Osvaldo Dor­ticós, Fidel inició sus palabras reflexionando sobre su visita a Nueva York: “En realidad, nosotros traemos una profunda impresión y alguna experiencia de este viaje. ¡Es una verdadera lástima que cada cubano no tenga la oportunidad de haber vivido diez días como los hemos vivido nosotros!”* Diez días, reiteró, en las entrañas del imperio.

“[…] aquí, en medio de la vorágine de los acontecimientos, ni ustedes ni nosotros so­mos capaces de darnos realmente cuenta de lo mucho que significa, no ya en el orden internacional, que no me estoy refiriendo a eso, sino lo que para cada uno de nosotros representa esta patria nueva que estamos construyendo”.

“No intentaría tratar de explicarlo, porque sé que es imposible, pero, al menos expresando el sentimiento de todos nosotros, los que hemos vivido diez días en las entrañas del imperio, confesamos que hemos tenido realmente una idea clara y completa de lo que significa tener patria. Sobre todo ahora que ya no somos colonia; ahora, que somos un pueblo realmente soberano y libre”.

Más adelante, Fidel expuso “Hay que ha­ber vivido diez días en la entraña del monstruo imperialista, para saber que monopolio y publicidad es allí una sola cosa y como nosotros somos enemigos de los monopolios, como nosotros hemos chocado con todos los monopolios más poderosos del imperio, unánimemente, con muy pocas y honrosas excepciones, los órganos de publicidad nos combaten, mas no nos combaten con razones, porque razones, de eso sí que carecen; nos combaten con mentiras, con todo género de falsedades, con todo género de invenciones porque […] cuando lo único que se posee es desvergüenza e indecencia, ¡lo que se muestra es eso: desvergüenza e indecencia!”

“Nosotros vimos vergüenza, nosotros vi­mos honor, nosotros vimos hospitalidad, no­sotros vimos caballerosidad, nosotros vi­mos decencia en los negros humildes de Harlem”.

Ese petardito ya todo el mundo sabe quién lo pagó

En ese momento se oye explotar un petardo. Fidel reacciona con firmeza: “¿Una bom­ba? ¡Deja…! Ese petardito ya todo el mundo sabe quien lo pagó, son los petarditos del imperialismo. Creen… claro, mañana le irán a cobrar a su señoría y le dirán, le dirán: ‘Fíjate bien, fíjate bien, en el mismo momento en que estaban hablando del imperialismo sonó el petardo’ […]

“¡Qué ingenuos son! ¡Si por cada petardito que pagan los imperialistas nosotros construimos quinientas casas! ¡Por cada petardito que puedan poner en un año, nosotros hacemos tres veces más cooperativas. ¡Por cada petardito que paguen los imperialistas, nosotros nacionalizamos un central azucarero yanqui! ¡Por cada petardito que pagan los imperialistas, nosotros nacionalizamos un banco yanqui! ¡Por cada petardito que pagan los imperialistas,
nosotros refinamos cientos de miles de barriles de petróleo! ¡Por cada petardito que pagan los imperialistas, nosotros construimos una fábrica para dar empleo a nuestro país! ¡Por cada petardito que pagan los imperialistas, nosotros creamos cien escuelas en nuestros campos! ¡Por ca­da petardito que pagan los imperialistas, nosotros convertimos un cuartel en una escuela! ¡Por cada petardito que pagan los imperialistas, nosotros hacemos una ley revolucionaria! ¡Y por cada petardito que pagan los imperialistas, nosotros armamos, por lo menos, mil milicianos!”.

El compañero Osmany Cienfuegos “da una buena idea” y es que la respuesta a ese petardo sea dedicada al Regimiento de Santa Clara convirtiéndolo en una nueva ciudad escolar.

¡Vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva!

Suena otro petardo y Fidel toma una decisión crucial para el posterior desarrollo de la Revolución. “Estos ingenuos parece que de verdad se han creído eso de que vienen los ‘marines’, y que ya está el café colado aquí. Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo, porque, en definitiva, nosotros vivimos en toda la ciudad, no hay un edificio de apartamentos de la ciudad, ni hay cuadra, ni hay manzana, ni hay barrio, que no esté ampliamente representado aquí”. “Va­mos a implantar, frente a las campañas de agresiones del imperialismo, un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria que todo el mundo sepa quién vive en la manzana, qué hace el que vive en la manzana y qué relaciones tuvo con la tiranía; y a qué se dedica; con quién se junta; en qué actividades anda. Porque si creen que van a poder enfrentarse con el pueblo, ¡tremendo chasco se van a llevar!, porque les implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada manzana, para que el pueblo vigile, para que el pueblo observe, y para que vean que cuando la masa del pueblo se organiza, no hay imperialista, ni lacayo de los imperialistas, ni vendido a los imperialistas, ni instrumento de los imperialistas que pueda moverse”.

Surgían así los Comité de Defensa de la Re­vo­lución.

Con la cabeza y el corazón

Antes de concluir sus palabras, Fidel se refirió a la larga y dura lucha que los cubanos debemos enfrentar. Y dejó claramente explícito que cuando él compareció en la ONU, no compareció un hombre, ¡compareció un pueblo! Y que allí estaba cada uno de los cubanos.

Convencido de la victoria ante el enemigo imperialista, Fidel aconseja dos cualidades, cuando dice que esa victoria la obtendremos “con dos cosas: inteligencia y valor; con la cabeza y con el corazón. Nunca dejar ni que nos arrastre el valor por encima de la inteligencia, ni tampoco que la inteligencia vaya delante del valor. ¡Inteligencia y valor han de marchar juntos por el camino que conduce a la victoria!”

Para finalizar, Fidel precisa algunas valoraciones sobre su viaje:

“Consideramos que de las impresiones de nuestro viaje, estas son las conclusiones más importantes, la idea del rol que Cuba está jugando, la idea de la lucha que tenemos por delante, la necesidad de conducirla con valor y con inteligencia y la necesidad de trabajar muy duro, de redoblar el esfuerzo”.

Aún resonaban las palabras de Fidel cuando, en todos los barrios del país, los vecinos reunidos espontáneamente fundaban los primeros Comité de Defensa de la Revolución.

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Notas:

1 Revolución, 19 de septiembre de 1960, La Habana, p. 12. (volver)

2 Revolución, 20 de septiembre de 1960, p. 8. (volver)

3 Discurso de Fidel Castro en el encuentro con Pastores por la Paz (25/10/1995). (volver)

* Todas las citas del discurso fueron tomadas del periódico Re­volución, 27 de septiembre de 1960.

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Fuente: Granma

Primera parte:
www.granma.cu/cuba/2015-09-17/diez-dias-en-las-entranas-del-imperio-primera-parte

Segunda parte:
www.granma.cu/cuba/2015-09-18/diez-dias-en-las-entranas-del-imperio-segunda-parte

Tercera parte:
www.granma.cu/cuba/2015-09-20/diez-dias-en-las-entranas-del-imperio-tercera-parte

Cuarta parte:
www.granma.cu/cuba/2015-09-21/diez-dias-en-las-entranas-del-imperio-cuarta-parte-y-final


 

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