Por Por Damián Estrada (*)
La Habana (PL).- Para Eduardo Galeano la palabra siempre fue su mayor virtud, la libertad de un hombre que reflejó el panamericanismo como pocos y al cual la muerte le tocó la puerta antes de lo esperado.
Galeano no pudo llegar a esa cifra redonda de los 75 años que en estos días estaría cumpliendo, pero 74 fueron más que suficiente para dejar huellas visibles en todo sendero literario por el que se propuso andar.
Aún resuenan en mis oídos aquellas sentidas oraciones que en su honor predicó el escritor cubano Eduardo Heras León cuando la intelectualidad criolla se propuso darle un último adiós al autor de Las venas abiertas de América Latina (1971).
El Chino -como le decía Galeano a su tocayo y amigo- no dejó que aquel triste 13 de abril en que el uruguayo falleció se convirtiera en una fecha mustia y amarga, sino un recordatorio de la grandeza de ése hombre nacido en Montevideo, el 3 de septiembre de 1940.
«Quería escribir algo pero la muerte de mi hermano Eduardo me tenía bloqueado, no podía mover la mano. ¿Cómo asumir que un ciudadano del mundo se nos había ido? Este homenaje es el resultado de una hermandad que duró 45 años», expresó en la capitalina Casa de las Américas un contrariado Heras León.
Resulta imposible pensar en otro santuario de la literatura de nuestro continente más acorde que Casa para despedir a un grande entre los grandes, que siempre defendió la simbiosis de nuestros países como una gran familia.
«Esta Casa es mi casa, la casa nuestra. Y porque así lo siento, y así lo sé, he sido y seguiré siendo su siempre amigo», expresó el propio Galeano hace unos años durante una edición del premio que promueve la institución cubana.
Su director, el poeta Roberto Fernández Retamar, no podía faltar en la despedida y con su habitual atino desmenuzó vocablo a vocablo el legado del también periodista e historiador sudamericano.
En estos momentos -dijo Retamar- se hace latente su inmensidad, se ha convertido para nuestra Casa en uno de sus principales orgullos. No es simple retórica, siempre estará con nosotros.
Tal es el impacto de su obra a lo largo y ancho de nuestra región que aparecen todavía mensajes de admiración y cariño de todos los rincones de la América, como le gustaría a él que se refirieran a esa masa continental que nos une, señaló.
Su compatriota, el periodista Fernando Ravsberg declaró que gracias a Galeano él ya no se siente extranjero en ningún país latinoamericano; mientras el trovador cubano Silvio Rodríguez lo calificó de «eterno, por la utilidad de su legado».
El venezolano Luis Britto y el mexicano Juan Villorio fueron otras voces autorizadas que se pronunciaron cuando un cáncer de pulmón terminó con la fructífera vida del ganador del prestigioso premio literario Stig Dagerman, en 2010.
El hombre que no todos conocen
Quizá es más que un cliché: quienes aman la literatura tienden a endiosar a sus autores favoritos y seguramente Galeano no es una excepción.
Detrás de aquella presencia seria y penetrantes ojos azules yacía un hombre también dado a los placeres simples de la vida.
Tal vez su afición por el fútbol o su declarada devoción al Club Nacional (el equipo de sus amores), así como su afinidad a la comida tradicional uruguaya y otras costumbres de hombre común, le convirtieron en alguien siempre del mismo «lado de los condenados».
Precisamente de esa forma lo calificó el jurado del Stig Dagerman el día de su premiación.
Sobre sus gustos culinarios, Heras León recordó que una vez fueron juntos a un restaurante alemán: él pidió un bistec y Galeano se decidió por un plato exótico, pero al final ambos terminaron compartiendo el bife por lo minúsculo de aquel platillo de nombre impronunciable.
Así de terrenal era este humano enviado de quién sabe dónde a poner un poco de sentido unitario e integrador en las retinas de todo aquel que se topó con sus Memorias del fuego (1982-1986) o Los hijos de los días (2011) y cuanta obra literaria legó.
El alcance de Eduardo Galeano es tal que aún hoy sigue dando de qué hablar y en su natal Uruguay buscan disminuir el consumo del tabaco, ése mismo que se pasó de listo e impidió disfrutar más de la presencia de aquel profeta de los condenados y de la virtud de sus palabras.
(*) Periodista de la Redacción de Cultura de Prensa Latina.
Fuente: Prensa Latina
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