Un canto a la paz y la humanidad

Cientos de miles de personas asistieron este domingo a la Plaza de la Revolución José Martí de la capital cubana a la misa del Papa Francisco

(Por Lissy Rodríguez / Granma) 

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Era muy temprano esta mañana en la Pla­za de la Revolución —tan temprano, que todavía un manto de estrellas escrutadoras la cubría— cuando se les vio llegar a los miles de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, ya sea movidos por sus distintas posiciones religiosas, o tal vez sencillamente por ese ferviente respeto, admiración, pasión hos­pitalaria y amor a la cultura y a la Patria.

Entre sus manos o sobre la ropa llevaban los atuendos, estampillas y banderas de ambos estados —Cuba y el Vaticano— que ágiles ondeaban. Si se intentaba aguzar un poco los sentidos, no podía encontrarse más que un sosiego silencioso, y un hálito de bendiciones y purezas que deseabas durara eternamente, y se extendiera entre todas las fronteras de la tierra.

Los fieles avanzaban entre los caminos trazados para estar en primera fila cuando el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, pasara saludando. Hubo hasta quien intentó una predicción, basado en la espontaneidad que caracteriza a este Papa, y se preguntó si podría desde allí tocarlo. Para otros, lo más importante fue buscar ese sitio desde donde encontrar la paz en la oración.

Pasados unos minutos después de las ocho de la mañana llegó. Alzados los brazos al cielo se escucharon los aplausos, las expresiones de eterna gratitud y emoción, las miradas examinando cada espacio desde donde pudiera al menos verse su silueta, y hasta quienes en puntillas de pies intentaron alcanzarlo.

¡Viene por aquí! ¡El Papa viene por aquí!, gritó una señora a mi lado y alzó en brazos a su pequeña nieta, para que al fin terminara el suspenso.

—“¡Gracias, Señor Bergoglio!” “¡Gra­cias, Francisco!” “¡El pueblo de Cuba lo saluda!” “¡Ay Dios mío, Gracias!” —se escuchó decir casi al unísono.

Desde su papamóvil, Francisco se mostraba agradecido y sonriente ante el pueblo no­ble y caluroso al cual se habían sumado hermanos de distintas latitudes, unidos por su mensaje de misericordia, por los sentimientos de humanidad y amor al prójimo, por la fraternidad y el deseo de lograr ese mundo mejor y posible. Como si quisiera sintetizar y extender sus ideas de amor e igualdad entre los hombres, y abrazar de una vez a todo el pueblo de Cuba, saludó personalmente a algunas personas, entre ellas un niño y un discapacitado.

Desde la génesis histórica del pueblo de Cuba, parecía que observaban con orgullo el Apóstol José Martí —erguido desde un extremo de la plaza—, el padre Varela y los mambises que hace cien años solicitaron a la Santa Sede proclamar a la Virgen de la Ca­ridad del Cobre como Patrona de Cuba.

“Quienquiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás (…) Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, fue uno de los mensajes certeros que legó el Papa en su homilía a este pueblo que vive para servir a sus hermanos.

También se refirió a su “gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas… un pueblo que camina, que canta y alaba… que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”.

No faltó tampoco en este día el agradecimiento del cardenal cubano, Jaime Ortega, que dijo hablar en nombre del pueblo cubano, de los católicos y de otros tantos creyentes, y aun no creyentes. “Gracias por venir a visitar esta tierra nuestra, Cuba querida, gracias por haber sembrado, con su Pontificado, inquietudes buenas y necesarias en nuestras conciencias (…)”.

Igualmente dio gracias al Santo Padre por haber favorecido el proceso de renovación en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que tanto beneficiará a nuestro pueblo, dijo el también arzobispo de La Habana.

En la solemnidad de ese momento se es­par­ció entre los presentes ese espíritu de humildad y afecto, de solidaridad, el deseo del bien hacia los demás que colma el alma de los hombres buenos. En el An­­gelus pronunciado momentos después hi­zo referencia al “querido pueblo de Co­lombia” y pidió que toda la sangre vertida valga los sacrificios hechos —incluso por esta ‘bella Isla’—, para una definitiva reconciliación. “Y así la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la institucionalidad y del derecho nacional e internacional, para que la paz sea duradera. Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”, dijo.

Como siempre al lado de los más necesitados, y con esa gran vocación de Pastor que sirve, encomendó el cuidado de aquellos que han perdido la esperanza, que padecen in­justicia, abandono, de los ancianos, enfermos, niños, jóvenes y familias en dificultad.

Frente al altar desde donde el Papa Fran­cisco ofició la Santa Misa, se escribió otra de las páginas de Historia, amor a la justicia y al prójimo, de todo un pueblo que más tarde recibió la esperada y grata noticia del encuentro entre el Sumo Pontífice y su líder Fidel.

Fuente: Granma / Foto: CubaMinRex


 

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