Discurso de Frei Betto en ocasión del otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Habana, el 12 de octubre de 2015
Me siento muy honrado al recibir el título de Doctor Honoris Causa que me concede la Facultad de Filosofía de esta universidad. Tengo muchas razones para sentirme así. Y también para agradecerle a esta Universidad y al heroico pueblo cubano, con el que convivo hace ya 35 años, desde que estuve por primera vez con el querido amigo y Comandante Fidel Castro en Managua, la noche del 19 de julio de 1980, en ocasión del primer aniversario de la Revolución Sandinista.
La razón inicial de mi alegría es que es la primera vez, en 173 años, que un fraile dominico retorna a los predios de esta Universidad. Y en pleno socialismo cubano.
Esta Universidad y la Orden Dominica – que en el año 2016 cumple 800 años de fundada– están íntimamente relacionadas. Los primeros dominicos pisaron suelo cubano por un breve período en 1511. En 1514, el más revolucionario de todos los dominicos de la historia latinoamericana, fray Bartolomé de las Casas, pronunció en Sancti Spíritus su célebre Sermón del arrepentimiento. Debo señalar que la familia dominica de Brasil lleva el nombre de Provincia Bartolomé de las Casas. Ya en 1515, los dominicos impartieron en La Habana sus primeras clases.
Fue en 1670 que fray Diego Romero realizó las gestiones iniciales para fundar una universidad en La Habana. Sin embargo, los dominicos solo obtuvieron la autorización del papa Inocencio III en 1721. El obispo de Cuba, Gerónimo Valdés, manifestó su apoyo a la iniciativa, y les donó a los frailes iglesia y casas para que organizaran un colegio con cátedras de Gramática, Filosofía y Teología. Pero les impuso diez condiciones que no fueron aceptadas por mis cofrailes. Sobre todo, pesó en la hostilidad entre los frailes y el obispo el hecho de que este insistiera en que la universidad funcionara en el barrio periférico de San Isidro, mientras que los dominicos insistían en que abriera sus puertas junto al convento de San Juan de Letrán, en el centro de La Habana.
Con la autorización del papa y la aprobación del rey Felipe V de España en sus manos, fray José Poveda fundó la Universidad el 5 de enero de 1728 junto al convento de San Juan de Letrán. Estaban presentes todas las autoridades, con excepción del obispo Valdés. Ni siquiera el hecho de que los frailes bautizaran la Universidad con el nombre de Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana aplacó los ánimos de Gerónimo Valdés.
Hay que resaltar dos aspectos de la fundación de la Universidad: nació con un carácter independiente, como deber ser el de toda universidad, pues el pensamiento humano jamás puede ser aprisionado. Y otro aspecto curioso es que esta universidad reúne en su historia a tres Gerónimos.
El primero es San Gerónimo, que figuraba en su nombre primitivo de Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana. Entre los siglos IV y V, San Gerónimo tradujo la Biblia del griego al latín, e hizo duras críticas al aburguesamiento de la Iglesia, que después de tres siglos de persecuciones del Imperio Romano, fue cooptada por el emperador Constantino. En sus cartas, San Gerónimo denuncia a los sacerdotes y obispos que preferían los lujos de la nobleza romana y no el servicio a los más pobres.
La presencia de los dominicos en la Universidad de La Habana va del obispo Gerónimo Valdés, en 1728, al capitán general Gerónimo Valdés, que laiciza la Universidad en 1842, tras un período de 114 años en que estuviera bajo la orientación de los frailes dominicos.
De esta Universidad fueron alumnos los cubanos más destacados, desde Félix Varela hasta Fidel Castro. Si siempre se recuerda al padre Varela como “el que nos enseñó a pensar”, creo que no exagero en reivindicar para los dominicos el título de “los que enseñaron a Varela a pensar”.
Pero, ¿quién enseñó a los dominicos a pensar? Fue un pagano de origen griego conocido por el nombre de Aristóteles. Sobre la base de su filosofía, Santo Tomás de Aquino, un fraile dominico del siglo XIII, erigió su monumental catedral teológica, que aún hoy se sigue considerando basamento de la teología oficial de la Iglesia Católica. Y, sin embargo, hay quienes hoy se escandalizan cuando dominicos como Gustavo Gutiérrez, considerado el padre de la Teología de la Liberación – título que comparte con Leonardo Boff — utiliza en su texto clásico, Teología de la Liberación, elogiado por Fidel, categorías marxistas para analizar el sistema capitalista.
Siglos antes, Tomás de Aquino fue duramente criticado por utilizar como base de su teología el pensamiento filosófico de un pagano. Ahora bien, solo un cristiano cuya fe sea débil puede temerle a Aristóteles o a Marx. O un cristiano equivocado, que considera que el cristianismo es una ideología o el marxismo una religión.
Otro alumno de esta Universidad que merece destacarse es al gran dirigente estudiantil de las luchas contra Batista, José Antonio Echevarría, que era católico y fue presidente de la FEU, fundó el Directorio Revolucionario, y el día del asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, murió peleando junto al muro de la Universidad.
En 1842, la administración colonial intentó secularizar la Universidad, no precisamente para librarla de la influencia religiosa, sino para tratar de impedir que se sembraran aquí ideas revolucionarias.
Es curioso que la huella de los dominicos en la historia de Cuba no sea solo la de haber abierto las puertas de la primera y más importante de sus universidades. La dejaron también por su espíritu emprendedor. Fue fray Antonio Bermúdez quien en 1593 propuso que se implantara una industria azucarera en Cuba. Y en 1720, la Orden Dominica financió la instalación de la primera imprenta de Cuba, dirigida por el belga Carlos Habré, quien imprimía textos religiosos y tesis universitarias.
Debo decir que este inmerecido homenaje que recibo de Cuba representa para mí un desagravio por el modo como la dictadura militar brasileña subvirtió mi carrera académica. Tal vez muchos aquí no lo sepan: como Raúl Castro, a quien tanto admiro y a quien me comparo solo en este aspecto, no poseo ningún título universitario formal, razón por la cual nunca me fue posible aceptar las muchas invitaciones que me hicieran en Brasil para participar en tribunales académicos para la concesión de grados de maestría o doctorado.
Ingresé en la universidad en marzo de 1964, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Brasil en Río. Un mes después se produjo el golpe militar, y Brasil quedó sometido a una dictadura que se prolongó durante 21 años. Como desde los 13 años militaba en la Acción Católica, de la cual me convertí en uno de los dirigentes nacionales entre 1962 y 1964, en junio de 1964 fui a dar a la cárcel por primera vez durante quince días. A fines de aquel año, decidido a ingresar en la Orden Dominica, interrumpí mis estudios de Periodismo, y en 1965 hice el noviciado religioso.
Entre 1966 y 1968 estudié Filosofía en la Escuela Dominica de Teología de Sao Paulo, y Antropología en la Universidad de Sao Paulo. La dictadura no le concedió un reconocimiento oficial a la Escuela Dominica, lo que me impidió obtener un diploma válido, a pesar de haber concluido el curso, y la persecución policial me obligó a trasladarme a Río Grande do Sul, de modo que interrumpí los estudios de Antropología, que nunca terminé.
En 1969, inicié estudios de Teología en el seminario de los jesuitas en Sao Leopoldo. Desde allí proseguí mi participación en la lucha revolucionaria en Brasil, en especial en la tarea de facilitar la fuga, por la frontera de Rio Grande do Sul con Uruguay y Argentina, de compañeros y compañeras perseguidos por la dictadura. Por procurar la libertad de tantos, caí prisionero. En cuatro años de cárcel en Sao Paulo pude completar, de manera informal, pero intensa, los estudios de Teología, e incluso iniciarme en los de Cosmología y Astrofísica.
Durante los últimos 35 años he sido testigo de la historia de Cuba. Aquí llegué por primera vez en 1981 invitado por la Casa de las Américas, en cuyos eventos participé innumerables veces, y gracias a los cuales me convertí en amigo de intelectuales y artistas prestigiosos como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano y Mario Benedetti. Aquí tuvo intenso contacto con el Departamento de América y, en especial, he cultivado una gran amistad con el Comandante Manuel Piñeiro. Aquí promoví, con el apoyo de Fidel, tres encuentros latinoamericanos de Educación Popular, lo que posibilitó la difusión en Cuba de la obra de Paulo Freire y la adopción por el Centro Memorial Martin Luther King de la Educación Popular, acogida por el pastor Raúl Suárez y su hijo Joel Suárez. Aquí participé en los encuentros sobre la deuda externa convocados por Fidel y realicé la entrevista que dio por resultado el libro Fidel y la religión, que tanta influencia tuvo en la vida de fe del pueblo cubano. Me encontraba aquí cuando se iniciaron las transmisiones de la radio pirata mercenariamente llamada José Martí, y el día en que Brasil decidió restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba. Aquí estaba mientras caía el Muro de Berlín, y volví aquí en el Vuelo de la Solidaridad durante el Período Especial. Aquí y en incontables viajes por el mundo me uní a la nación cubana en la lucha por el fin del criminal bloqueo, el regreso de Elián a la patria y la libertad de los Cinco Héroes. Aquí seguí las visitas de los tres papas: Juan Pablo II en 1998, Benedicto XVI en 2012, y Francisco el mes pasado.
Termino rindiéndole homenaje al alumno más notorio de esta institución: Fidel Castro Ruz. En este año 2015 se cumplen 70 años de su ingreso a la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Mientras tantas universidades de todo el mundo han formado a hombres y mujeres que construyeron las bombas de Hiroshima y Nagasaki (los más horrendos atentados terroristas de toda la historia), el napalm de la Guerra de Vietnam, los instrumentos de tortura utilizados por innúmeros cuerpos policiales y los modelos económicos que hacen a los ricos cada vez más ricos y a los pobres siempre más pobres, la Universidad de la Habana formó a hombres como Varela y Fidel, y a hombres y mujeres que combatieron por la victoria de la Revolución y consolidaron en Cuba un sistema socialista que comparte los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano.
En esta tarde en que recibo este título, el mérito mayor es de Cuba y de los cubanos, por haberle dado a la América Latina y al mundo hombres y mujeres que en su modo de pensar y con los ejemplos de sus vidas, encarnan los más profundos y valiosos valores humanos. Y los verdaderos valores humanos son también valores evangélicos.
Muchas gracias.
Fuente: Cubadebate / Foto: Anabel Díaz – Granma
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