(Por Graziella Pogolotti / Juventud Rebelde)
Comentan algunos que los hijos de esta pequeña Isla nos consideramos el ombligo del mundo, aunque nunca se nos haya ocurrido atribuirnos un destino mesiánico. Al margen de cualquier manifestación de megalomanía, es justo reconocer que, por múltiples razones, nos ha tocado desempeñar un papel que desborda nuestra modesta dimensión, por lo cual hemos sido carnada apetitosa para las grandes y pequeñas potencias.
La llamada globalización comenzó con los viajes de Colón y la consiguiente conquista y colonización de América. A partir de entonces, los conflictos empezaron a dirimirse en los mares que nos rodean. De América procedían las riquezas que garantizaron la acumulación originaria de capitales. La España empobrecida se desangró con el pago de las deudas contraídas. En un primer momento, la fiebre del oro despobló la Isla. Los aventureros más ambiciosos marchaban a México y al Perú, seducidos por la leyenda de El Dorado.
Tuvo razón Arrate, uno de nuestros primeros historiadores, al caracterizar a Cuba con la retórica del siglo XVIII de «llave del nuevo mundo, antemural de las Indias Occidentales». En efecto, situada en la boca del Golfo de México junto a la corriente marina que conduce las aguas cálidas al norte de Europa, la Isla ocupaba una posición estratégica. La Habana se convirtió en punto de encuentro de las flotas, se amuralló y la entrada del puerto recibió la protección de un sistema de fortificaciones. Todo ello impulsó una economía de servicio y la instalación temprana de astilleros para reparar y construir embarcaciones de gran porte para la metrópoli. La importancia del país se definía por su posición estratégica en un tablero internacional que tenía el Atlántico como eje central. También se configuró una mentalidad desde los criollos de primera generación de espíritu abierto hacia anchos horizontes. En Occidente se comunicaba a través del Atlántico. En el resto del país, se contrabandeaba con el Caribe contando con la complicidad de autoridades civiles y eclesiásticas, tal y como lo revela el secuestro del obispo Altamirana en Espejo de paciencia, nuestro modesto poema épico.
En el siglo XVIII, los ingleses ocuparon La Habana por motivos estratégicos, hecho que sobrevive en la memoria popular como «la hora de los mameyes» por el color de los uniformes británicos. Pero, en la misma centuria, se produjeron dos acontecimientos de mayor relevancia para el destino de Cuba. Las independencias de las Trece Colonias y de Haití. La apropiación de Cuba estuvo desde el primer momento en la perspectiva de algunos padres fundadores de Estados Unidos. Podían esperar la ocasión propicia, porque en el continente faltaba mucho terreno por ocupar hacia el Oeste y el Sur con la anexión de buena parte del territorio mexicano. A partir de la insurrección haitiana, Cuba sustituyó a la vecina isla como proveedora de azúcar para el mercado mundial.
Los criollos esclarecidos con experiencia cosmopolita aprovecharon la oportunidad. La trata negrera fue la base de inmensas fortunas, mientras en la zona occidental se concentraba la fabricación del dulce. Miguel Aldama fue un ejemplo característico de aquella estirpe. Economista y prudente, invirtió parte de su capital en Estados Unidos. Poco le importó que congelaran sus rentas cubanas durante la Guerra de los Diez Años. Siguió disfrutando los ambientes lujosos de Nueva York, París y los excesivos baños de aguas medicinales. El resultado final de este proceso fue la condena de nuestro país a mantenerse como monoproductor y monoexportador, sujeto a los vaivenes del mercado. La situación se agravaría en la etapa neocolonial con la construcción de grandes centrales en la zona oriental, unidos a los latifundios cañeros en manos de empresarios norteamericanos. El hambre, el desempleo y el tiempo muerto enseñaron a los cubanos claves esenciales del vínculo entre el destino personal y los acontecimientos del mundo. Al tanto de las noticias, observaban desde lejos el desencadenamiento de guerras más allá de los mares con la esperanza de efímeras vacas gordas que interrumpieran el curso de las vacas flacas. Ya no volvería a suceder porque muchas cosas habían cambiado en el rejuego entre producción y mercado.
Ahora, la globalización neoliberal maneja recursos más sofisticados. Mediante la educación, la cultura, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías se interviene en la conciencia de los sujetos. Cuba sigue siendo codiciada, no solo por los Aldama de nuevo cuño, por los intereses transnacionales, por su posición geográfica en el entorno del canal de Panamá. Hay razones geopolíticas de mayor envergadura, vueltas hacia las enormes reservas de bienes naturales concentrados en la América Latina. La Isla es un símbolo con sus barbudos descalzos que derrotaron un ejército, con su capacidad de multiplicar focos de resistencia en América Latina y en África, de animar, al decir del Che, varios Vietnam. En esa amplia visión convergieron las ideas de Fidel y el Che.
Los grandes pasos de la historia trascienden la breve vida humana. La independencia es un primer paso hacia la emancipación. Lo más complejo viene después. Por eso, en la actualidad, nos concierne lo nuestro y también lo que ocurre en Grecia, en Oriente Medio y en nuestra frontera más cercana, la América Latina donde se aplican las técnicas más sofisticadas para derrocar gobiernos progresistas. Como decía Brecht: «Primero se llevaron a los negros. Pero no me importó. Porque yo no era negro (…) enseguida se llevaron a unos obreros, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era, (…) luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó; ahora me llevan a mí, pero ya es demasiado tarde».
Fuente: Juventud Rebelde / Foto: Sergio Serrano
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