(Por Aram Aharonian y Pedro Brieger / Nodal)
Vivimos en una democracia liberal y en ella, el voto es el que decide quién gobernará el país. Sin importar los doce años de gobierno kirchnerista, que sacaron al país de la enorme crisis del 2001-2002, con medidas de distribución de la renta, defensa de los derechos humanos, leyes de protección de género y otras tantas para los sectores más desfavorecidos, la ciudadanía argentina decidió este domingo 22 de noviembre que el próximo presidente será Mauricio Macri, a la cabeza de un conglomerado conservador denominado “Cambiemos”.
Macri es un empresario conservador y neoliberal, que tras presidir el club Boca Juniors, ha sido por ocho años el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El análisis de sus opiniones (aunque nunca presentó un plan, propuesta o proyecto de gobierno claro) preanuncia la aplicación de un ajuste neoliberal por parte de la nueva administración que asumirá el 10 de diciembre próximo. Por sus propuestas generales y las declaraciones de sus asesores económicos se puede prever una fuerte devaluación, un acuerdo con los “fondos buitre”, nuevos endeudamientos y libertad de compraventa en el mercado cambiario. Además, su administración podría eliminar las retenciones a las exportaciones sojeras y una muy fuerte suba de las tarifas por la caída de los subsidios estatales a los mismos. Ajuste fiscal, política monetaria restrictiva y apertura de la economía a las importaciones completan el programa de ajuste económico de Macri.
Pese a la victoria, Macri no tiene demasiado margen de maniobra, y eso tiene que ver con la gobernabilidad. Su victoria en la segunda vuelta es por menos de 3 puntos de diferencia, y tampoco llegó al 54% que obtuvo Cristina Fernández en primera vuelta en 2011.
En plena crisis económica mundial y sin tener mayoría parlamentaria, deberá enfrentar la oposición de medio país (la que se inclinó por su oponente), de la mayoría de los gobernadores provinciales, y también la desconfianza de la mitad que lo votó. Cambiamos, pero todavía nadie sabe a ciencia cierta por qué ni para qué.
Por más que lo declame, Macri no podrá prescindir del aparato estatal ni podrá eliminar inmediatamente los subsidios a los servicios públicos o los planes asistenciales. Todo indica que no podrá devaluar enseguida el peso, sino que seguramente primero contraerá grandes préstamos y hará acuerdos de inversión leoninos para tratar de contener prioritariamente la resistencia social.
El obstáculo para definir un posible gobierno es la facilidad con la que Macri se desdice de varios planteos que realizó. Con carácter resbaladizo, repitente de un discurso lleno de generalidades incontrastables, decidido a seguir el libreto de sus asesores en mercadeo de acuerdo al humor general en cada momento, debilita cualquier pretensión de discusión política.
Primero proclamó que el valor del dólar debía fijarlo el mercado y prometió terminar el 10 de diciembre mismo con el control cambiario, pero en la última semana antes del balotaje, después de ataques de sinceridad de algunos de sus asesores, afirmó que una devaluación no es el camino para solucionar los problemas. Hace un año que clama por la apertura total de las importaciones: ahora niega que la propicie.
Sus mejores amigos políticos en el exterior son José María Aznar y su Partido Popular, el ex candidato presidencial de la derecha chilena Joaquín Lavín, de la Unión Demócrata Independiente, y el expresidente colombiano Álvaro Uribe, que se opone a los acuerdos de paz que lleva adelante el presidente Juan Manuel Santos con la participación de Cuba y Venezuela, país éste que Macri propone suspender del MERCOSUR aplicando la cláusula democrática del organismo.
Ninguna de sus relaciones externas ni su dichos permiten garantizar la continuidad del multilateralismo y la apuesta decidida a la integración regional. Y menos aún, en gestos amistosos hacia Caracas.
En Argentina no se produjo ninguna revolución, pero en los últimos 12 años se concretaron las mejores políticas públicas en casi siete décadas, los niveles de desocupación más bajos, el nivel de equidad de oportunidades más favorable de la historia bicentenaria del país, el rescate de la dignidad como pueblo, el posicionamiento regional e internacional, y la recuperación del orgullo de ser argentinos: todas las condiciones para seguir avanzando y profundizando un proyecto político que cambió la vida a los argentinos. ¿Si el expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez –cuyas medidas de ajuste llevaron al Caracazo de 1989- viviera, calificaría esta definición electoral como un “autosuicidio”? ¿Habría utilizado otra vez aquella memorable palabra que entró en la historia de Venezuela?
Fuente: Nodal
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