(Por Katu Arkonada)
El 22 de noviembre América Latina podría perder el primer gobierno progresista desde que en 1998 el Comandante Chávez dejara atrás la época de cambios, muchos de ellos terribles para las mayorías sociales durante la larga noche neoliberal, y diera inicio a un cambio de época en la región.
Es por ello que cualquier lectura que hagamos de los resultados, tanto de la primera vuelta como del balotaje, no puede evadir una mirada desde la geopolítica continental.
El kirchnerismo, en cuanto a expresión de lo nacional-popular y la izquierda realmente existente en Argentina (parece claro que ni el pueblo ni la clase trabajadora argentina se sienten representados en el trotskista FIT, que ha sacado el 3% de los votos) realizó en los últimos años numerosos avances que conviene repasar.
La Asignación Universal por Hijo, como recuperación de un derecho y como política redistributiva es tal vez el mayor acierto de la gestión kirchnerista. Para la clase trabajadora, la reapertura de paritarias y el aumento semestral del monto de jubilación con sus respectivas moratorias se han convertido también en un derecho irrenunciable. Debemos subrayar el hecho de que el kirchnerismo ha desendeudado el país manteniendo el poder adquisitivo de las y los trabajadores mientras en paralelo se han creado millones de empleos para sacar a gran parte de los sectores populares de la desocupación. Estas políticas se han apoyado en dos grandes acciones de ejercicio de soberanía económica, la nacionalizaciónde la AFJP y la estatización de la empresa de hidrocarburos YPF.
Hay que destacar también las políticas de inclusión social y de ampliación de derechos, junto con la defensa de la memoria, la verdad y la justicia, que se traducen en una nueva política de Derechos Humanos y la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, así como una Ley de Medios contra el terrorismo mediático, que en Argentina adopta la forma de monopolio ostentado por el grupo Clarín, además del impulso a la soberanía tecnológica que ha supuesto poner en órbita los satélites ARSAT; y todo ello sin olvidar el ámbito internacional donde hay una apuesta clara y meridiana por la integración sudamericana y latinoamericana que cristaliza en el apoyo firme y decidido a UNASUR y CELAC, además de otros instrumentos como Mercosur, todo ello desde la defensa de la soberanía nacional en la batalla emprendida contra los fondos buitre.
Es cierto que este proyecto tiene límites, muchos más de los que querríamos, expresados en una reprimarización y sobre todo sojización de la economía, y en un régimen impositivo que no favorece la reducción de la desigualdad. Esos límites toman forma en un sujeto del cambio difuso y en un candidato no tan difuso, sino encuadrado en el peronismo conservador, aunque haya que reconocer su lealtad al proyecto kirchnerista desde el inicio y en los momentos difíciles.
Pero una parte, aunque marginal, de la izquierda, hace trampas al solitario cuando plantea que Scioli y Macri son lo mismo. No lo son. Macri representa una nueva derecha latinoamericana que, aunque caprilizada, tiene muy claro que su proyecto de clase es un Neoconsenso de Washington; una derecha transformista que apela a sectores populares y poco politizados (el apoyo de las elites ya lo tiene) desde la estética (porque no tiene capacidad de discutir ni ética ni programa); una derecha cipaya que entiende al Estado solo como impulsor de nuevos mercados para favorecer al capital transnacional; una derecha anti patria que entrega soberanía no solo económica, sino territorial (#MalvinasArgentinas).
Aquí y ahora
Por eso, no da lo mismo Scioli que Macri. No da lo mismo un futuro incierto donde los movimientos sociales y clases populares tengan oportunidad de disputar el sentido común de época, que el regreso al pasado.
Es muy probable que el voto macrista haya tocado techo, y todo aquel que, convencido o no, pretendía votar a Macri, ya lo haya hecho. Puede que un porcentaje del voto massista no peronista se desplace pero probablemente el peronismo tradicional que no votó por Scioli se realinee ante la posibilidad real de perder el gobierno nacional. Pero en cualquier caso es necesaria la disputa voto a voto para, una vez conseguida la victoria en el balotaje, poder hacer frente a las deficiencias en el proyecto que esta campaña electoral ha desnudado.
La izquierda argentina y latinoamericana sigue teniendo pendiente el debate sobre los nuevos sujetos, como reactualizar su proyecto para seducir a las clases medias y la juventud, pero este desafío y debate necesario no debe entorpecer el camino de la integración latinoamericana. Hasta el momento la derecha no ha sido capaz de obstaculizar este proceso de integración debido a que los dos principales países con gobiernos de derecha en la región, México y Colombia, tienen presidentes que o bien están implicados como Santos en un proceso de paz que tiene el apoyo de la región, o bien son insignificantes en el debate continental, como Peña Nieto.
Pero es una posibilidad terrible pensar en Macri ejerciendo de quinta columna en una UNASUR que ha sido fundamental a la hora de frenar intentos de desestabilización imperial, o en una CELAC que deja atrás el modelo caduco y obsoleto de la OEA; por no hablar de una posible incorporación de Argentina a la Alianza del Pacifico que incorporaría el eje Atlántico y partiría América Latina por la mitad.
A 10 años del momento álgido del cambio de época, donde el proyecto de desintegración latinoamericana llamado ALCA fue derrotado precisamente en Mar del Plata, no podemos perder ni uno solo de los gobiernos progresistas. La segunda vuelta en Argentina, al igual que las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en Venezuela, o el referéndum constitucional del 21 de febrero en Bolivia, se convierten en tres partes de un mismo punto de bifurcación del cambio de época. En la medida en cómo se resuelva esta ecuación electoral es que podremos seguir avanzando y profundizando el proceso de cambio que vive Nuestra América.
Fuente: Blog Telesur
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