Si la derecha va al gobierno, el pueblo a las barricadas

(Por Ángel Guerra Cabrera)

Mauricio Macri no ha hecho más que realizar su largamente anhelado arribo a la Casa Rosada y ya reconfirmó sus credenciales como hombre del partido del dinero y el orden, que no se anda con chiquitas ni remilgos cuando de imponer las políticas neoliberales se trata.  Cero impuestos a los terratenientes y subida de los precios de los servicios públicos a partir de enero.  Cualquier parecido con las políticas económicas de la dictadura militar de Videla, que lo enriqueció, y con los gobiernos de Ménem, que lo siguieron enriqueciendo, no es pura coincidencia. A partir de ahora, los de abajo a joderse y los de arriba a recuperar la mayor o menor tajada que se vieron forzados a ceder, pareciera ser el mensaje, se mire a Argentina o a Venezuela.

Por supuesto, no podía faltar el decretazo del flamante mandatario para llevarse de encuentro a la vapuleada Ley de Medios puesto que su imagen y candidatura se gestaron en los laboratorios de publicidad y las redacciones del conglomerado mediático Clarín y del diario La Nación, ambos  también cómplices y privilegiados beneficiarios de la dictadura y del menemismo.

Los decretos suscritos por el flamante mandatario carecen de legitimidad al no corresponder con las luchas e intereses del pueblo argentino, cuando no de ilegalidad, como es el caso del nombramiento, pasando sobre la soberanía del Senado, de dos jueces de la Corte Suprema de Justicia. Para colmo, ligado uno al Banco Mundial y el otro, integrante del Opus Dei.

Tan palmariamente inconstitucionales han sido esos nombramientos, que varios miembros de la coalición que llevó a Macri al gobierno se han deslindado de ellos.  Pero es muy chistoso que los mismos medios que antes golpeaban tanto a Cristina Fernández, arguyendo -entre otras mentiras-, su no apego a la institucionalidad,  hoy callen estruendosamente ante los enormes atropellos a la misma del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires.

En el caso venezolano vemos una contrarrevolución que está actuando y amenazando desde una subestimación de la fuerza del pueblo y una sobrestimación de su propia fuerza. Con solo que hagan la mitad de lo que han declarado, o se sabe que proyectan hacer aprovechando sus escaños parlamentarios, no tardarían en provocar una furiosa reacción popular en su contra.

Por no mencionar las amenazas de sacar a Chávez del Cuartel de la Montaña, donde reposan sus restos, que podría muy bien convertirse en la chispa que desencadenara un derramamiento de sangre de pronóstico reservado, con todo y el enorme patriotismo, aplomo, disciplina y contención que ha mostrado la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ante crispantes situaciones que la han puesto a prueba. El último caso han sido los alocados insultos a líderes militares por personeros del campo enemigo del proceso bolivariano, al percatarse de su inmutabilidad ante lisonjas y guiños.

En resumen, la contrarrevolución se propone desmantelar los  gigantescos logros sociales de la Revolución Bolivariana, entre ellos la independencia del país y entregar a Estados Unidos los primeros recursos del mundo en hidrocarburos.

Ante este panorama amenazador de conquistas sociales y civilizatorias en los dos países mencionados, parece necesaria la vuelta al combate en las calles de ese sujeto revolucionario creado por los movimientos populares y los nuevos gobiernos independientes latino-caribeños. Chavismo es su nombre en Venezuela pero está distribuido del río Bravo a la Patagonia.

Ese sujeto equivale hoy en América Latina y el Caribe (ALC) al proletariado. Aquel al que Marx consideró en la Europa occidental y central del siglo XIX el encargado de encabezar la revolución socialista. Hoy su tarea inmediata es impedir la restauración conservadora, preservar las conquistas sociales y la nueva cultura política conseguidas a partir del levantamiento indígena de Chiapas (1994) y la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, continuar demoliendo el neoliberalismo en nuestra región hasta las últimas consecuencias.

Afirmar que ahora sí termina el “ciclo progresista”, como lo han bautizado, porque haya sido electo por la mínima un presidente de derecha en Argentina, por la amenaza de desafuero contra la presidenta Dilma Rousseff o por la muy sensible conquista del parlamento a manos de la contrarrevolución en Venezuela es no conocer la historia de ALC.  Entramos en una fase más difícil y compleja de la lucha por la segunda independencia de nuestra América.

Fuente: La pupila insomne


 

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