Venezuela: mucho más que unas elecciones

(Por Alejandro Fierro / Celag)

En Venezuela, cada cita con las urnas significa mucho más que la elección de unos determinados cargos. Desde que Hugo Chávez accediera a la Presidencia en 1999, los comicios han adquirido un halo plebiscitario. Toda contienda electoral se transforma en un debate sobre ese sistema que llegó para disputarle la hegemonía al neoliberalismo. Las elecciones legislativas que se celebran este 6 de diciembre no son una excepción.

Para una persona no venezolana es prácticamente imposible conocer de una forma más o menos veraz el escenario electoral. El espejo deformante que los medios de comunicación de masas aplican sobre el país caribeño lo convierte en una caricatura que poco tiene que ver con la realidad. En la prensa internacional se ha adoptado el principio de que todo vale contra Venezuela, vulnerando constantemente el derecho a la información de sus audiencias y las más básicas normas deontológicas del periodismo.

El marco de sentido que ha construido la oposición neoliberal interna y externa para estas elecciones, y que difunde a través de sus poderosas terminales mediáticas, se basa en caracterizar el momento actual como una situación dantesca, sin parangón en la historia reciente. Según este relato apocalíptico, Venezuela sería comparable a países devastados por catástrofes naturales, hambrunas o en guerra. Al desabastecimiento generalizado y la inflación descontrolada, siempre de acuerdo a este planteamiento, habría que añadir unos niveles de inseguridad desatados que diezman a una población que se siente prisionera en su propio país.

Este es el marco de sentido que plantea la oposición. Como todo frame, aspira a no ser cuestionado. El objetivo es instalarlo como sentido común. Después se puede debatir sobre las causas, los responsables o las alternativas, pero siempre a partir de la premisa de que Venezuela está en el abismo. La oposición ha sabido consolidar este sentido común en el extranjero, pero ha fracasado en el plano interno. El éxito internacional es una victoria amarga por insuficiente. Al fin y al cabo, es el pueblo venezolano el que vota.

Es cierto que la situación económica, especialmente en lo tocante a abastecimiento y precios, es calificada por la mayoría de la población como negativa. Así lo ratifican todos los sondeos de percepciones. Pero esos mismos estudios certifican que, a pesar de las dificultades, los venezolanos y venezolanas no comparten en su totalidad la visión apocalíptica que propone la derecha.

En primer lugar, hay que señalar que el Gobierno de Nicolás Maduro realiza un gran esfuerzo para garantizar el suministro de bienes y servicios, especialmente a las clases populares, a precios razonables, al mismo tiempo que decreta aumentos salariales para contrarrestar la inflación. Se trata de una alternativa heterodoxa fuera de las lógicas neoliberales. Buena parte del pueblo ha naturalizado que el abastecimiento diario puede desarrollarse bajo paradigmas ajenos a la ley del mercado y aplaude estas iniciativas con la misma fuerza con la que la oposición trata de ocultaras. Se publica la fotografía del anaquel vacío de una tienda pero no la imagen de un operativo estatal de alimentación que surte a una comunidad a un costo razonable.

También ocultan que a pesar de las dificultades, agravadas por la abrupta bajada del precio del petróleo, principal y casi única fuente de ingresos de Venezuela –su cotización en el momento de escribir este artículo es de 34 dólares el barril frente a los 147 que llegó a alcanzar en 2008-, Maduro se ha comprometido a mantener la inversión social en educación, sanidad, vivienda, pensiones, etc. En este ámbito, el Gobierno venezolano vuelve a situar las necesidades de las personas por encima de los intereses del capital y adopta una postura totalmente contraria a las políticas de austeridad que han arrasado a los países del Sur de Europa como lo hicieron en el pasado con Latinoamérica. De nuevo, la satisfacción con la que las mayorías populares acogen estas medidas contrasta con el silencio de la derecha.

La construcción del marco del apocalipsis, por tanto, se tambalea dentro de Venezuela con la misma facilidad con la que se refuerza, inútilmente, en el resto del mundo. Aún así, la oposición avanza en la consecuencia lógica de este relato. Es la evidencia de que el modelo chavista ha fracasado. La situación del país es la prueba incontrovertible. La victoria de Mauricio Macri en Argentina inaugura una nueva etapa.

Este fin de época por decreto también choca con la realidad, al menos en Venezuela. La II Encuesta Nacional de Juventud, realizada en 2013, señala que el 60% de los venezolanos y venezolanas entre 15 y 29 años consideran el socialismo como el mejor modelo económico, frente a un 21% que se decanta por el capitalismo. Este mismo estudio y otros de tipo generalista reflejan una valoración mayoritariamente positiva de las mejoras sociales alcanzadas bajo el chavismo.

Por tanto, puede ser cierto que la población exija un cambio de rumbo, pero no parece acertado deducir que ese cambio deseado sea hacia postulados neoliberales. Al contrario, las exigencias populares se centran más bien en pedirle a Maduro mayor firmeza y profundidad en sus decisiones, sobre todo en las medidas económicas. Es decir, no otro sistema, sino más sistema.

La oposición lo sabe y por eso oculta su verdadera agenda y se vuelca en el ejercicio de travestismo político que toda opción neoliberal adopta en su asalto al poder. La propuesta electoral se limita al señalamiento de lo que está mal y a presentar el cambio como la solución. No importan los programas. El concepto “cambio” se mitifica y se presenta como un valor en sí mismo, autosuficiente y autónomo con respecto a cualquier tipo de medida. No importa hacia dónde se cambia. Solo importa el cambio.

El problema para los opositores venezolanos que el votante, y muy especialmente el de clase popular, sabe perfectamente quiénes son. La Revolución Bolivariana ha sido un curso acelerado de formación política. El voto de los más humildes ya nunca más es un voto ignorante. Muchos electores pueden estar irritados con el chavismo, pero eso no les llevará automáticamente a echarse en manos de la derecha. Conocen cuál es su agenda y no la quieren.

A este rechazo ideológico hay que añadir la ausencia de nuevos liderazgos con capacidad de seducción. La derecha venezolana es una amalgama de dirigentes procedentes de las clases alta y media-alta, detentadores de un enorme poder económico, alejados por completo de las clases populares, responsables a los ojos de las mayorías sociales del saqueo del país en el pasado siglo y de los golpes contra la democracia en el siglo actual, esencialmente corruptos… Henrique Capriles fue quien más se aproximó al perfil de candidato aséptico con el que las derechas latinoamericanas quieren recuperar el poder, pero tras la derrota en abril de 2013 frente a Maduro mostró su verdadera cara llamando a la agitación callejera que provocó el asesinato de once militantes chavistas.

Las denuncias de ausencia de democracia que realizan estos dirigentes tienen eco en el exterior pero carecen de credibilidad dentro de Venezuela. La ciudadanía considera que sus derechos y libertades están razonablemente salvaguardados y no se reconocen en ese régimen autoritario descrito por la oposición. Leopoldo López no es visto como un preso político, sino como un político preso por conspirar contra el orden legalmente establecido con el funesto balance de 43 personas asesinadas, la mayoría de ellas en acciones de los golpistas. Su condición de mártir queda, nuevamente, para el consumo mediático internacional.

La oposición tampoco está sabiendo manejar el supuesto cambio de ciclo en Latinoamérica, inaugurado con la derrota del kirchnerismo en Argentina. Las declaraciones del secretario ejecutivo de la alianza opositora, Jesús Torrealba, apoyando la propuesta de Macri de expulsar a Venezuela de Mercosur por una supuesta vulneración de derechos humanos, son un auténtico despropósito en términos tácticos. Nadie entiende cómo la oposición apoya que se perjudiquen los intereses venezolanos. La derecha sigue sin comprender la profundidad de los cambios experimentados en el país. La defensa de la soberanía y el rechazo a cualquier tipo de injerencia son ahora principios irrenunciables y transversales a amplios sectores con independencia de su alineamiento partidario.

Este panorama lleva a concluir que la derecha no puede ganar las elecciones pero el chavismo sí puede perderlas. El resultado, obviamente, es el mismo, pero la forma en la que se llega a él es diferente y también lo son las consecuencias. La derecha no ha podido constituirse en un bloque con identidad programática y simbólica propia. Se define tan sólo en oposición al chavismo, que de esta forma compite contra sí mismo en unas elecciones que se desarrollan en unas circunstancias inéditas: es la primera vez en el periodo revolucionario en la que se irá a votar viviendo sensiblemente peor que el día anterior. La incógnita consiste en ver si los venezolanos y venezolanas responderán a los automatismos electorales que castigan a los gobernantes en caso de dificultades económicas o, por el contrario, valorarán más el capital político acumulado en estos años, reafirmando así la peculiaridad del proceso bolivariano.

En cualquier caso, la oposición no aceptará el veredicto de las urnas sea cual sea este. Si pierde, de inmediato denunciará fraude y no reconocerá los resultados. Si gana, anunciará el fin del chavismo y maniobrará con todos los medios a su alcance para derrocar al Gobierno de Maduro. Esos medios van desde la utilización de la Asamblea para bloquear políticamente al país –la Constitución Bolivariana de 1999 otorga al poder legislativo enormes competencias para controlar e incluso maniatar a los poderes ejecutivo y judicial- a todo tipo de estrategias desestabilizadoras ya utilizadas en el pasado reciente.

Se puede augurar, por tanto, un 2016 extraordinariamente convulso en Venezuela, máxime cuando a mitad de año se abre la posibilidad legal de revocar al presidente Maduro mediante referéndum y a finales se celebrarán elecciones a gobernadores de los 23 estados. En las situaciones complejas, el chavismo siempre ha reaccionado profundizando la acción transformadora y llevando el proceso a una etapa más avanzada. Ante cada acometida neoliberal en formas de golpes de Estado o sabotajes petroleros, Chávez se defendió avanzando, nunca retrocediendo. La experiencia argentina demuestra que el inmovilismo conduce a la derrota. El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, lo sintetizó claramente: “Argentina reveló la disyuntiva: o profundizar los procesos revolucionarios desde adentro o regresa la derecha”. El chavismo, con la experiencia de estos años y el aval que le confieren los enormes logros alcanzados, puede convertir esta amenaza en oportunidad y volver a ser la vanguardia latinoamericana en los procesos de emancipación popular.

Fuente: Celag


 

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