(Por Luis Manuel Arce Isaac / Prensa Latina)
La Habana, 16 feb (PL) Hay un debate aparentemente bizantino que se inscribe dentro de la teoría del economista Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, en el cual se trata de hacer creer que el ciclo de los gobiernos progresistas está finiquitando.
Se trata de un concepto prefabricado sin cimientos ni otros soportes, según el cual los gobiernos progresistas responden a un ciclo sociopolítico con principio y fin, y eso ya es una gran falacia.
El ciclo comienza en las urnas donde el votante busca una solución a los problemas sociales agudos que lo torturan, y termina cuando el gobierno así elegido agota sus posibilidades de sostener un modelo de democracia participativa y no excluyente que sitúa al ser humano en el epicentro de sus decisiones.
Teóricamente, según ellos, el final marca el fracaso de esos gobiernos, aunque jamás admiten que si la gente eligió una administración diferente se debió a un voto antineoliberal frente a la crisis del sistema.
Los ideólogos de teoría tan falaz les niegan a esos gobiernos posibilidades de desarrollo en todos los campos, y encubren las razones por las cuales han surgido de ese voto popular incluso usando los propios instrumentos electorales de sus democracias.
Más que un debate filosófico, doctrinario o académico, estamos en realidad ante una plataforma propagandística de vieja data pero renovada en ocasión del triunfo neoconservador en Argentina para la cual se preparó la derecha por lo menos durante 10 años, aun cuando sea una victoria pírrica pues ganó la batalla por una cabeza, como dice el tango.
Mauricio Macri es un cuasi perdedor a pesar de ser considerado un producto de laboratorio a muy alto costo. Pero haber llegado a la Casa Rosada aunque fuera por el mínimo, es asunto que se debe tomar muy en serio.
Su ascenso al poder lo toman como referente del fin de los gobiernos progresistas -o fin de la historia- porque, a diferencia de lo que ocurre en Venezuela, las posibilidades de sobredimensionar el traspié del kirchnerismo como movimiento socio-político son mucho mayores y más «naturales» que en el fracaso electoral venezolano.
En cambio, en Venezuela la Revolución bolivariana no ha sido derrotada a pesar del severo golpe recibido, la batalla está en pie con un bolivarianismo renovado, y la lucha de clases arde como la caldera del diablo avivada por un fuego de montañas de dólares tributados por empresas transnacionales y la oligarquía criolla.
Argentina fue víctima de una realidad innegable: mantenerse dentro de la camisa de fuerza del capitalismo con todos los instrumentos de la derecha intactos sin que los nuevos creados por la izquierda los debilitaran ni los sustituyeran.
Venezuela le suma a esa causa una insuficiente o tal vez esquemática educación ideológica a la mayoría trabajadora, sustento de la Revolución bolivariana.
Pero en Venezuela la situación tiene matices diferentes a la de Argentina precisamente porque hay un proceso revolucionario vigente aunque complejo que se desarrolla dentro de los marcos políticos y estructurales del capitalismo neoliberal, con una derecha vengativa financieramente muy poderosa y estructurada como clase social, con divisiones antagónicas pero no irreconciliables.
Mauricio Macri es presentado por medios de comunicación afines a la teoría del fin de los gobiernos progresistas como factor que debe influir en vecinos como Bolivia, Ecuador y Brasil, los gobiernos de la región con perfiles más cercanos a la Argentina de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
A Nicolás Maduro, en cambio, pretenden presentarlo degradado y borradas todas las líneas positivas de su liderazgo, mientras remarcan los defectos que hasta Jesucristo tiene, con el fin de volar en pedazos el papel del líder en la historia para que el pueblo olvide a Hugo Chávez y su legado, o en todo caso convertirlo en una imagen inocua.
Considerar como un proceso cíclico a esos gobiernos es mucho más que una falacia. Es una reacción contra el avance de América Latina y el Caribe en los últimos años en materia humana, social, política y de integración, y una violenta guerra de posiciones dentro de aquella misma lucha de clases de antaño, pero renovada con Macri y la derecha venezolana.
Más que todo, el reverdecimiento de esa teoría demuestra que los gobiernos populares llegaron al poder porque sus programas socio-económicos fueron acertados y respondieron a los intereses de las mayorías que aspiran a cambios sin riesgos, ni escaseces o sobresaltos. Esa es la gran verdad.
La otra verdad, y a la que más temen, es que esos gobiernos tienen la posibilidad real de convertir esos procesos populares en verdaderas revoluciones sociales transformadoras de estructuras obsoletas como ha estado tratando de hacer el presidente Rafael Correa con la Revolución Ciudadana, o Evo Morales con el Estado plurinacional.
La pregunta es por qué ocurrieron esos tropiezos electorales en Argentina y Venezuela, y el gran reto es superarlos y demostrar que el surgimiento de gobiernos populares responde a causas socioeconómicas y políticas profundas y su existencia nada tiene que ver con propagandas enajenantes ni ciclos preconcebidos.
Fuente: Prensa Latina
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