(Por Sergio Rodríguez Gelfenstein / AVN)
Caracas, 13 Feb. AVN.- El debate sobre el «fin del ciclo progresista» se mantiene y amplía, sobre todo después que se han cumplido dos meses de aplicación en Argentina de lo que -como dijimos la semana pasada utilizando un concepto de Immanuel Wallerstein- podría denominarse un modelo de «fascismo democrático». Así mismo, su caudal se viene a alimentar con las acciones de la oposición venezolana encaminadas a hacer retroceder las conquistas de los trabajadores y el pueblo en los últimos quince años, los nuevos intentos desestabilizadores de la derecha y ciertos sectores de las fuerzas armadas ecuatorianas y la incertidumbre respecto del resultado del referéndum en Bolivia. Todo ello apunta a confirmar la tesis de aquellos que aseguran que ha habido un ciclo progresista y que el mismo está llegando a su fin.
Desde mi punto de vista, hablar de ciclos entraña un pensamiento lúgubre y fatalista de la historia que apunta a la idea de que los avances logrados en la lucha de los pueblos pasa por ciclos que necesariamente van a tener un retroceso. Suponer que esos momentos de flujo o, como se ha dado en llamar «ciclos progresistas» están vinculados a la llegada al gobierno de una fracción del movimiento popular, en el marco de democracias liberales representativas, cuando la estructura del poder económico no se ha cambiado (por las razones que sean), es simplificar la significación de la lucha de los pueblos por su liberación. Asumiendo incluso que las transformaciones estructurales no se han hecho, simplemente porque no existen las condiciones para ello, se da cuenta de la superficialidad con que se acepta la idea de «ciclo», toda vez que la persistencia de un momento de flujo del pueblo depende de su capacidad de ensanchar en cantidad y calidad el espectro de fuerzas que configuran la masa que va a actuar como sujeto del proceso de transformación. El solo hecho de que esa correlación de fuerzas pueda ser revertida, incluso estando en el gobierno algún representante de una fracción progresista, democrática, independentista o anti imperialista, nos habla de un proceso dialéctico en el que el «ciclo» es solo un factor temporal, tal vez importante para los académicos que necesitan sistematizarlo para efectos didácticos.
Aunque la idea de paso de un ciclo de una situación de flujo del movimiento popular a una de reflujo, expone la continua ley dialéctica de negación de la negación, no considera de la misma manera, las de la unidad y lucha de contrarios y mucho menos la de los saltos cuantitativos a cualitativos. Desde el punto de vista de la dialéctica la aplicación de estas leyes, discurren de manera tal que en términos estratégicos la historia siempre camina hacia adelante. Es en ese sentido, que me parece que hablar de «ciclos» tiene un carácter pesimista y desmovilizador. Vale recordar que si comparamos la América Latina y el Caribe de hoy con la de 1998 cuando el Comandante Chávez ganó las elecciones por primera vez, la situación en términos de organización, formación y conciencia política de los pueblos, es infinitamente superior. Eso siempre ha sido así, ha habido avances de los pueblos independientemente de si llegan o no al gobierno, aunque generalmente ese ha sido el parámetro para medir tal adelanto.
Veamos la historia de América Latina y el Caribe al respecto. El primer gran momento político de los pueblos de la región lo inaugura la Independencia de Haití en 1804, ello sirvió como impulso y apoyo político y moral a los independentistas en las colonias hispanoamericanas, que una a una fueron logrando su emancipación en la década siguiente, incluso la visión estratégica del Libertador Simón Bolívar atisbó la necesidad de la integración como vía de dar presencia a la región en el mundo del futuro. Pero en 1830 comenzó un proceso de regresión cuando las oligarquías se hicieron cargo de los Estados nacientes y establecieron políticas encaminadas a satisfacer intereses particulares de grupos, en detrimento de las mayorías nacionales y de la región.
Los próximos ochenta años fueron de hegemonía comercial inglesa, desintegración de naciones, penetración del capital extranjero, intervenciones militares de Estados Unidos, guerras fratricidas, secesión de países, avance en la implementación jurídica de la idea panamericana, hasta la transformación a finales del siglo XIX de Estados Unidos en primera potencia mundial, todo lo que se podría llamar un «largo ciclo conservador y retrógrado». Era la época de las políticas imperiales del «Gran garrote» y «Diplomacia del Dólar». Sin embargo, ya a inicios del siglo XX habían comenzado a ser fundados partidos de tendencias democráticas y reformistas y sindicatos que organizaban a la clase obrera en función de sus propios intereses, cuestionando por primera vez el orden establecido. Cien años después de la Independencia, la Revolución Mexicana fue el primer gran proceso de transformación profunda en la América emancipada ejerciendo un impacto ideológico y emocional sin parangón en la historia y dando un influjo a las luchas populares en la región. No sé si eso llegó a ser un «ciclo». La nueva Constitución mexicana de 1917, surgida de la revolución fue un modelo para la institucionalización de las ideas progresistas y anti feudales, dando un papel predominante al Estado y rechazando al imperialismo. Estados Unidos se vio obligado a desatar una política ultra conservadora a fin de frenar el ejemplo de la Revolución mexicana, lo cual devino en un nuevo momento de reflujo del movimiento popular.
Sin embargo, las luchas populares continuaron. La crisis económica se enseñoreó en Estados Unidos, lo cual unido a su entrada en la segunda guerra mundial unos años después, creó una situación propicia para el avance de los pueblos. La potencia imperial se vio obligada a implementar la política del «Buen Vecino». Estados Unidos retiró sus fuerzas de intervención de los países que tenía ocupados ante un capitalismo debilitado, mientras en América Latina, los gobiernos estaban rendidos a los pies del poderoso. La región vivió una situación positiva desde el punto de vista del desarrollo económico y social producido por el alza de sus materias primas por efecto de la guerra. Nuestros países, ricos en energía, minerales y alimentos incrementaron sus ingresos generándose un derrame financiero que repercutió en el mejoramiento de las condiciones de vida, pero salvo los gobiernos de Getulio Vargas (bastante contradictorio) en Brasil y de Jacobo Arbenz en Guatemala, derrocado a sangre y fuego, no se podría hablar de «ciclo progresistas» en la región, a pesar de que hubo progresos muy importantes en la organización y la lucha popular. ¿Se podrá decir que fue un ciclo progresista generado por la crisis capitalista de 1929 y las repercusiones económicas positivas de la guerra? ¿Les suena conocido?
Casi al finalizar la década de los 50 del siglo pasado, con muy poca diferencia en el tiempo, cayeron las dictaduras de Perú, Colombia y Venezuela. Y vino el momento más alto jamás alcanzado desde la Independencia y la Revolución mexicana: la victoria del pueblo cubano en 1959 que sí cambió todo, ¿alguien puede explicar como una tromba revolucionaria como la que se produjo en la mayor de las Antillas no generó un «ciclo progresista»? ¿Por qué Perú, Colombia y Venezuela no siguieron el mismo derrotero de Cuba? Sin embargo, hay que decir que la persistencia y presencia de Cuba, su resistencia sin par a la agresión imperial, siempre ha sido un estandarte blandido por las fuerzas progresistas de la región. Pasó más de una década antes que Salvador Allende llegara al gobierno en Chile, antes militares progresistas como Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, intentaron desarrollar procesos de soberanía y defensa de los intereses nacionales. Por un breve período, se sumó el General Juan José Torres en Bolivia unos años después. Perón había regresado a Argentina. ¿Se puede atribuir al influjo de la Revolución Cubana este «nuevo ciclo»? Sin embargo, todo cayó bajo la noche negra del fascismo. Jamás escuché en esos años de persecución y muerte, de clandestinidad y riesgos que alguien hablara de «fin de ciclo». Sólo se pensaba en organizarse y luchar para derribar las dictaduras, retomar la democracia y avanzar hacia la revolución. Al final, igual que en la Independencia, las derechas reaccionarias y las izquierdas recicladas en Europa se hicieron cargo del Estado, despojando al pueblo de una victoria que le pertenecía, después de haber llevado la parte más dura de la confrontación.
Los triunfos de Nicaragua y Granada en 1979 parecieron inaugurar «un nuevo ciclo», pero fueron enfrentados con la guerra y la invasión, que paralizaron un proceso, retomado en diferentes condiciones 17 años más tarde en un caso, y destruido desde sus raíces el otro. De todas maneras, la revolución sandinista ejerció una influencia notoria en el fin de las dictaduras de seguridad nacional, y en el logro de la paz que con la sola excepción de Colombia se obtuvo en toda Latinoamérica antes de finales el siglo pasado. ¿A qué ciclo pertenecen estas luchas?
Y ahora… este debate, estéril para mí, sobre el fin del último «ciclo», el que inauguró Hugo Chávez y se supone, cerrando el gobierno de Mauricio Macri. Visto en la perspectiva histórica, vendrán nuevos «ciclos» porque la lucha de los pueblos no se detiene, es dialéctica, es continua, es permanente, se hace a veces en mejores condiciones cuando se han logrado algunos espacios de poder y en mucho peores en otras, cuando la represión, el asesinato, la tortura y la muerte es la alternativa.
De lo que si estoy seguro es que la América Latina de hoy es mejor que la de la Independencia, mejor que la de la revolución mexicana, mejor que la que inauguró el luminoso triunfo de Fidel Castro y el pueblo cubano en 1959, mejor que la del fin del siglo pasado cuando Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999 y será siempre mejor mientras los pueblos sigan luchando haya o no haya «ciclos progresistas».
Fuente: AVN
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