(Por Micaela Ryan y Fernando Vicente Prieto)
La disputa está abierta en el ámbito de los organismos políticos, diplomáticos y de integración continentales. Los avances de los partidos de derecha en Argentina y en Venezuela, junto a la consolidación de la Alianza del Pacífico, han renovado la expectativa de Estados Unidos por relegitimar a la Organización de Estados Americanos (OEA).
Este movimiento se inscribe en una contraofensiva más amplia para retomar el liderazgo de la región, erosionado desde hace una década, tras la derrota del ALCA en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en noviembre de 2005. Durante este período, el ALBA se consolidó como un bloque pequeño pero de alto dinamismo en el tablero regional, bajo el impulso clave de Venezuela. A esta iniciativa le siguió Petrocaribe, que reúne a casi todos los Estados insulares en el mar que EEUU considera su “zona de seguridad”. Y poco más tarde, en alianza con el bloque neodesarrollista que condujo el Mercosur (Brasil, Argentina y Uruguay), el ALBA impulsó primero la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur, concretada en 2008) y luego la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), reunida por primera vez en 2011.
Durante la II Cumbre de la CELAC, celebrada en La Habana en diciembre de 2014, los países de América Latina y el Caribe declararon a su territorio como “zona de paz”, mientras que reafirmaron el principio de “no intervenir directa o indirectamente” en asuntos internos de otros países y reafirmaron el respeto del “derecho inalienable” de cada Estado a elegir su sistema político, económico y cultural.
Durante este encuentro se dio inicio a los Diálogos de Paz entre el gobierno de Colombia y las FARC-EP –que actualmente se encuentra en su momento definitorio– y se respaldó el reclamo del gobierno de Cuba por el levantamiento del bloqueo económico impuesto desde hace más de 60 años por Estados Unidos y avalado por la Unión Europea.
La OEA fue creada en 1948, y su sede ha estado, desde entonces, en Washington D.C. La doctrina de la OEA reproduce la Doctrina Monroe, instalada en 1823, y que estableció la línea de la política de Estados Unidos hacia sus vecinos: “América para los americanos”. En ese marco, la OEA decidió en 1962 la expulsión de Cuba por “no respetar la democracia” según la entiende el organismo, pero al mismo tiempo avaló los golpes de Estado e intervenciones extranjeras ocurridos durante la segunda mitad del siglo XX.
La reconfiguración del tablero durante 2005-2015 marcó una nueva etapa en la larga historia de lucha por la independencia en América Latina y el Caribe, implicando la pérdida de influencia relativa de la OEA, que dejó de ser el ámbito privilegiado donde los países del continente discutían los temas geopolíticos, siempre bajo el control estratégico de Estados Unidos. Al punto que las Cumbres de las Américas -organizadas por la OEA- se convirtieron en un escenario complejo para el Departamento de Estado.
La última Cumbre de las Américas, realizada en Panamá en abril de 2015, mostró las dificultades por parte de los sectores más conservadores para lograr el aislamiento de Venezuela, de Cuba y en general, de los procesos de cambio en el continente. En esa ocasión, el presidente ecuatoriano Rafael Correa puso en palabras la meta final de esta construcción de la unidad desde el sur: “LA CELAC debe ser el foro para las discusiones latinoamericanas y caribeñas”, señaló. “Y la OEA debiera convertirse en el foro para que, como bloques, la CELAC y América del Norte procesen sus diferencias y conflictos”.
El actual secretario general de la OEA es el uruguayo Luis Almagro, otrora canciller del ex presidente José “Pepe” Mujica. Su designación representó la expectativa de un organismo menos penetrado por EEUU. En su discurso oficial, Correa saludó a quien había sido recientemente electo señalando que “tiene ante sí un reto difícil pero insoslayable: transformar radicalmente esa institución”. Sin embargo, sus primeros meses de gestión ofrecen serias dudas respecto a esta orientación.
¿Una nueva etapa?
En el último año, la presión de la derecha sobre el gobierno brasileño, la derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias y fundamentalmente, el triunfo de Mauricio Macri como presidente de Argentina, dieron lugar a un nuevo escenario, todavía no definido pero que puede implicar una restauración del viejo equilibrio.
El pasado 27 de enero se llevó adelante en Quito la IV Cumbre de la CELAC. Durante su discurso, Correa, que dejó la presidencia pro témpore en favor del presidente dominicano Danilo Medina, insistió: “Necesitamos un organismo latinoamericano y caribeño capaz de defender los intereses soberanos de sus miembros. La OEA nos alejó de ese propósito reiteradamente”. Allí, una vez más planteó que es necesario “un nuevo sistema interamericano” en el que la CELAC y América del Norte procesen las coincidencias y conflictos en la OEA como bloques diferentes, pues “las Américas al norte y al sur del Río Bravo son diferentes”.
La voz cantante del cambio regresivo en el tablero la llevó adelante el nuevo gobierno de Argentina. Por un lado, con la ausencia del presidente Mauricio Macri, quien no estuvo en condiciones de salud para reunirse con sus pares del continente, aunque sí para concurrir en los días previos al Foro de Davos. Pero además, la vicepresidenta Gabriela Michetti insistió en privilegiar la intervención de la OEA por sobre la de la CELAC, por ejemplo, en torno al debate por la crisis en Haití.
Apenas postales de una confrontación que se profundizará en los próximos meses, donde el gobierno de Macri será una ficha clave en el intento de vaciamiento de Unasur y CELAC y la reorientación hacia la OEA.
Este debate por cuál será el ámbito de discusión de los países de América Latina, refleja una larga disputa que ha marcado a sangre y fuego la historia del continente: ¿Qué y quién es América? ¿El norte y el sur reúnen características similares para negociar en condiciones de igualdad? ¿Cuál es el efecto de una política norteamericana que tiene como saldo más de un centenar de intervenciones militares, económicas y políticas en América Latina? ¿ Qué condiciones existen y cuál podría ser el efecto de una integración como la planteada hace ya dos siglos por Simón Bolívar?
Una disputa material y simbólica que se definirá en el terreno concreto de las relaciones de fuerza. Allí será fundamental entonces lo que suceda con la Revolución Bolivariana, hoy asediada por un bloque de derecha fortalecido. Y serán claves también las luchas sociales protagonizadas por todos los pueblos de la América mestiza. Es decir, aquellas luchas que abrieron el ciclo para un nuevo escenario geopolítico, hoy bajo amenaza de restauración.
Fuente: Notas.org.ar
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