(Por Alfredo Serrano Mancilla)
Lo que está sucediendo en algunos países progresistas de América Latina en nada se parece a las revueltas destituyentes que acontecieran a fines del siglo XX. No son procesos destituyentes de masas. En esta ocasión, se trata de diferentes arremetidas diseñadas desde arriba en busca de una irradiación hacia abajo con el objetivo final de lograr un cambio de rumbo político. El poder económico, el poder mediático y el poder judicial operan como “poder detonante”. La estrategia no necesariamente pasa por la vía del estallido social. Las movilizaciones sociales son necesarias pero no suficientes. Se trata más bien de demostrar que hay músculo social capaz de acabar con el actual ciclo político. El propósito es crear un clima destituyente en base a la emergencia de un nuevo imaginario: existen otras fórmulas políticas, no de izquierdas, que también tienen capacidad para “ganar la calle”, para lograr un futuro mejor. Pero no es éste el fin en sí mismo. La estrategia es utilizar este “mal ambiente social” para hacer creíble la necesidad de una ruptura definitiva con el orden constituido. Se persigue hacer ver que estamos frente a una crisis de régimen, y entonces, no queda otra que acudir a otras propuestas electorales.
Luego de años intentándolo infructuosamente, esta vez parece que los resultados sí han comenzado a llegar, aunque sean todavía parciales. Se logró en Argentina con la llegada de Macri poniendo punto y final a la etapa K. En Venezuela, la oposición ganó las elecciones del pasado 6D en la Asamblea y ahora se fija como meta cambiar al Ejecutivo (sea por revocatorio, o incluso procurando inconstitucionalmente achicar el periodo presidencial de seis a cuatro años). En Brasil, se intenta con ahínco destituir a Dilma a través de un juicio político al mismo tiempo que se pretende sacar a Lula de la próxima pelea electoral también por la vía judicial. En Ecuador, desde el año pasado se viene llevando a cabo un plan de desestabilización con la vista puesta en lo que resta para las elecciones de Febrero de 2017 en las que no se presenta Rafael Correa. Y en Bolivia, se abre un nuevo periodo político luego de la derrota del oficialismo en el referéndum para la repostulación de Evo Morales de cara a la nueva cita electoral presidencial en 2019.
Cada caso tiene su particularidad pero en todos y cada uno de ellos se observa un proceso destituyente en desarrollo que comienza a tener un alto grado de efectividad. La pregunta es por qué la tienen ahora y no antes. La explicación no obedece únicamente a la fuerza descomunal de quien lo intenta con todos sus medios. Los intentos de ese “poder detonante” no son novedosos pero hasta ahora no habían mostrado capacidad para dar el golpe certeramente. ¿Por qué ahora pareciera que sí? Hay una importante cuota de explicación que radica en las propias resquebrajaduras al interior de los procesos. Esta vez no son grietas ocasionadas por políticas de ajuste neoliberal como aquellas que hace décadas desprotegieron a las mayorías. No es eso. En esta oportunidad, las fisuras abiertas al interior de los proyectos políticos progresistas se derivan de otros factores que no han sido tenidos en cuenta en su justa medida y a su debido tiempo. En muchas situaciones, aparecen dilemas y contradicciones a resolver ocasionadas por la dinámica transformadora de cada proceso. En este sentido, cabe atender a la nueva clase media de origen popular creada en esta época, así como encontrar la forma de sintonizar con los jóvenes, con los nuevos marcos culturales, con los nuevos medios (redes sociales). Se abre un periodo que requiere también un mayor grado de exigencia en la eficiencia de la gestión pública. Y además, no se puede dejar por afuera la cuestión económica como variable crítica en esta coyuntura. El viento de cola a favor se tornó en contra. Los precios del petróleo y de otros commodities están a la baja. El frente externo adverso constituye una limitación para continuar con el ritmo de importaciones que había servido de respuesta económica para satisfacer la expansión de la demanda interna. El nuevo homo consumus latinoamericano quiere más a pesar de la restricción económica externa. Por todo ello, se torna cada vez más complicado ilusionar hacia adelante, y en consecuencia, se cae excesivamente en un relato retrospectivo que abusa demasiado del pasado en vez de crear expectativas de futuro.
Estas características de época abonan un terreno relativamente fértil para la tentativa destituyente. Aunque todavía ésta no ha contagiado con suficiente fuerza hacia abajo. Por tanto, no todo está perdido a pesar de los augurios tanto de los habituales derrotistas como de aquellos promotores de profecías auto cumplidas. Los gobiernos progresistas tienen más margen de maniobra del que creen. Las condiciones sociales-laborales actuales todavía son sobradamente sólidas para pensar e iniciar una segunda fase creativa-propositiva que afronte los nuevos desafíos. Seguramente se terminó este “primer ciclo corto” que duró en muchos casos más de una década. Sin embargo, el ciclo largo de transformaciones no se ha acabado. Todo dependerá de quien sea el ganador del pulso entre una nueva era generadora de cambios y el intento destituyente. Aún hay tiempo para reaccionar, pero el tic tac ha comenzado a sentirse.
* Este artículo ha sido publicado en el diario uruguayo El Cambio
Fuente: Celag
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