(Por Carlos Rodríguez Almaguer*)
«Amamos a la patria de Lincoln,
tanto como tememos a la patria de Cutting.»
José Martí.
Vindicación de Cuba. The Evening Post.
Nueva York, 25 de marzo de 1889.
Para muchos cubanos vinculados por vida y profesión a la República Dominicana, cada 25 de marzo es fecha de obligada recordación. Pues fue en la norteña ciudad de Montecristi donde José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y el dominicano Máximo Gómez, maestro del arte militar para los patriotas cubanos, héroe invicto de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba en la Guerra Necesaria de 1895, firmaron el visionario Manifiesto que ha quedado en la historia registrado con el nombre de ese entrañable rincón de la hermosa Quisqueya.
Este 25 de marzo, sin embargo, tendrá nuevos motivos de recuerdo y reflexión. La visita que, entre los días 20 y 22 de marzo, realizará a Cuba el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, marcará un hito en la historia contemporánea de la mayor de las Antillas. Más de ocho décadas después del último arribo de un presidente norteamericano a la isla, vendrá Obama a pisar el suelo sagrado de la patria de José Martí, tierra por cuya libertad, independencia y soberanía el banilejo Máximo Gómez desafió de frente a la muerte a lo largo de 30 años.
El acontecimiento ha sido recibido con beneplácito por la inmensa mayoría de los cubanos de la isla y de todas partes, además de los millones de amigos que la resistencia estoica de Cuba le ha ganado en el último medio siglo, pues esta visita confirma la intención de ambos gobiernos de construir nuevas relaciones sobre la base del respeto mutuo a la soberanía de las naciones y al derecho internacional. Sin embargo, para algunos ha sido vista, por un lado, como una «concesión» del gobierno de Obama, y por otro, como un «giro audaz» hacia la política de soft y el smart power, que pretende atacar, precisamente, el núcleo duro de los argumentos que los representantes de la isla han esgrimido durante medio siglo y que básicamente incluyen el bloqueo económico, comercial y financiero, la ocupación ilegal de la Base Naval de Guantánamo y la política de doble rasero aplicada a Cuba en temas migratorios, para no hablar de las campañas mediáticas dirigidas a socavar el inmenso prestigio que la política exterior de la isla le ha granjeado en la mayoría los pueblos y gobiernos del mundo, especialmente de Asia, África y América Latina.
Desde el 17 de diciembre de 2014 han sido numerosas las voces de amigos que alientan a los cubanos a cuidarse de semejante acercamiento. No obstante, en más de un año de avances en las conversaciones se ha podido comprobar la mesura del gobierno cubano y la serenidad con que ha demostrado su buena intención de avanzar sin hacer concesiones de principios por los que se ha peleado durante casi doscientos años. A lo largo de todos los continentes, los hombres y mujeres de buena voluntad y de honrada memoria tienen claro las circunstancias en que se ha llegado hasta aquí: nada se nos regala; lo hemos ganado los cubanos con firmeza y sin odio. Rara combinación ésta en los tiempos que corren.
Pero es bueno echar una mirada a la historia para ir a la raíz de esas justificadas aprensiones que, si bien han de tenerse en cuenta y a la vista, no deben convertirse en freno del proceso en el que están inmersas ambas naciones. Siempre será mejor dirimir las diferencias en paz y respeto que por medio de la coerción y la violencia.
Un 25 de marzo de 1889, seis años antes de la firma del Manifiesto de Montecristi, aparece publicado en el diario neoyorquino The Evening Post, el artículo Vindicación de Cuba, firmado por José Martí. Aquel texto rebatía las descalificaciones que contra el pueblo y el carácter cubano lanzaban algunos diarios norteamericanos como The Manufacturer, de Filadelfia. Martí señala, en una lección de equilibrio moral y justicia política, los hechos admirables de la historia del pueblo de los Estados Unidos que eran asumidos como suyos por el naciente pueblo de Cuba. Celebra lo digno de alabanza, y con esa misma honestidad señala los peligros que determinadas fuerzas internas, tendentes al imperialismo continental, representaban para los deseos de libertad e independencia de la pequeña isla antillana, esclava todavía, luego de tres siglos, del despótico colonialismo de España.
Sin chovinismos ni mezquindad alguna, Martí declara, refiriéndose a los Estados Unidos, que los cubanos «Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting.»
La confirmación de esta sentencia final sobre las relaciones de los cubanos con los estadounidenses se ha demostrado fehacientemente a lo largo del último medio siglo de Revolución en el poder. Por respeto a la patria de Lincoln, en las innumerables marchas y concentraciones en las que millones de cubanos han protestado contra las continuadas agresiones de que han sido víctimas por parte de la política injerencista del gobierno norteamericano, jamás se ha quemado una bandera de ese país, ni se ha agredido a la que hasta hace poco fue su Oficina de Intereses, ahora embajada. En pocos países ha tenido un ciudadano norteamericano tanta seguridad, simpatía y hospitalidad como en la agredida y calumniada Cuba. Cuando han llegado diversas delegaciones solidarias, como la Caravana de los Pastores por la Paz, han sido recibidas con el cariño y la admiración que jamás la cultura del pueblo cubano le ha negado a gesto noble alguno en los doscientos años de forja de su nacionalidad profundamente arraigada en valores propios y, al mismo tiempo, con vocación ecuménica y universal.
De igual manera se han recibido a sus delegaciones oficiales, y a los organismos con los que las distintas instancias del Estado cubano han coordinado acciones conjuntas con sus homólogas norteamericanas a fin de hacer avanzar investigaciones científicas, proyectos culturales y deportivos, o preservar la seguridad de ambos pueblos frente a diversas contingencias. Jamás se ha condicionado la colaboración cubana a este nivel por cuestiones ideológicas, religiosas o de otra índole.
La rosa blanca de José Martí ha sido cultivada y entregada por igual a amigos y a enemigos, a estos últimos solo hasta donde aconseja la prudencia. Pero cuando se ha acercado a nuestro horizonte, en lugar de la bondad patriótica de Lincoln, la oreja peluda del picapleitos Cutting, entonces vuelve a su urna la rosa blanca del Apóstol y brilla fiero, bajo el sol del trópico indomable, el duro acero del machete del Titán de Bronce, Antonio Maceo. La imagen y el recuerdo de Baraguá han pasado a ser la capital moral de la república y el intruso ha tenido que vérselas entonces, como los romanos con los galos, con un pueblo de moral estoica y valor espartano, como en Playa Girón o la Crisis de Octubre.
El próximo lunes, cuando el presidente Obama rinda el merecido tributo a José Martí en el Memorial donde el pueblo de Cuba honra su memoria y en cuyos muros inscribió, en letras de oro, las máximas sagradas que encierran la fe en que fue fundada la Nación, habrá de recordarse que ese día de 1889 fue el escogido por Martí para escribir aquella tremenda protesta que constituyó su artículo Vindicación de Cuba publicada un 25 de marzo. Y ese espíritu, a la vez rebelde frente a todo lo que hiera la dignidad cubana, y solidario hasta la ternura en todo lo que toca su sensibilidad de pueblo amasado con esa rara mezcla de espiritualidad y de bravura, habrá de ser tomado en cuenta para continuar dando los pasos necesarios a fin de devolverle a los cubanos el trozo de patria secuestrado en Guantánamo y acabar de una vez con el estrangulamiento vergonzoso que ha significado estas más de cinco décadas de bloqueo, para acercar definitivamente, sin suspicacias ni temores, a dos pueblos leales que han sabido pelear por lo que creen.
Solo entonces, cuando el respeto y la confianza hayan enterrado al odio y la agresión, podremos invocar en justicia aquella sentencia magna del Apóstol de Cuba, que vivió la tercera parte de su vida en las entrañas mismas de la nación norteamericana, cuando aseveró, confiado en lo mejor del ser humano, que «el mundo es un templo hermoso donde caben en paz los hombres todos de la Tierra.»
Santo Domingo, 18 de marzo de 2016.
En vísperas de la llegada de Goliat a visitar la casa de David.
* Historiador cubano
Fuente: Prensa Latina
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