(Por Graziella Pogolotti)
Comenzaban los 80 del pasado siglo cuando el compañero Fidel concedió una entrevista a un académico junto a un congresista, norteamericanos ambos. Fue publicada entonces en un folleto por la Editora Política. De aquella lectura, recuerdo dos puntos que me han parecido siempre reveladores de aspectos esenciales de su pensamiento y conducta.
A la pregunta sobre el empleo frecuente de la improvisación en los discursos, respondió que lo hacía por falta de tiempo, pero también porque a la gente le gusta ver el parto de las ideas. Creo que la observación trasluce un profundo conocimiento de la sicología social. Provoca un diálogo implícito con el oyente, convocado de esa manera a la participación activa, tal y como lo describe el Che en El socialismo y el hombre en Cuba.
Más adelante, casi al término de la conversación, evocando al filósofo griego Heráclito, afirmaba que el hombre no puede bañarse dos veces en las mismas aguas, no solo porque las aguas no son las mismas, sino porque el hombre tampoco es el mismo. En síntesis, con empleo de la dialéctica, demostraba la necesidad del cambio en función del yo y sus circunstancias.
A pesar de las numerosas obras publicadas sobre el Che y Fidel, subsiste un enorme vacío en cuanto a la evaluación del pensamiento de la Revolución Cubana y el debate de ideas desarrollado en el mundo en los últimos 150 años. Nada sale de la nada. Por ello, nuestras fuentes son diversas. Proceden de los libros y de la experiencia vivida. Se nutren de la historia nacional en sus vínculos con la América Latina y con el resto del mundo, esa articulación entre lo local y lo universal tan anhelada por Carpentier.
La raíz martiana, nunca reducida a citas descontextualizadas, sigue recorriendo nuestro ideario. El Maestro comprendió la singularidad de nuestra América y para ella diseñó sus propuestas educacionales y analizó críticamente la Conferencia Monetaria celebrada en Washington. Sin ser economista de profesión, diagnosticó los peligros que nos amenazaban en un terreno altamente técnico y de gran complejidad.
En lo que se refiere a la guerra de Cuba, Martí estudió los problemas que contribuyeron a la derrota de la lucha iniciada por Céspedes. Hubo las fracturas internas en razón del localismo, de confrontaciones entre algunos protagonistas y diferencias nacidas de la variedad de posiciones ideológicas. Dificultades similares surgieron a la hora de recabar fondos en el exterior para armar expediciones. Los potentados cubanos que disfrutaban largas temporadas en Europa y en Estados Unidos fueron remisos a la hora de entregar la ayuda demandada. Martí edificó el consenso entre los veteranos y los pinos nuevos, fue haciendo el Partido Revolucionario desde abajo, siguiendo la línea de masas, como se diría más tarde, y recaudó fondos centavo a centavo con el respaldo de la emigración trabajadora.
Marx, Engels y Lenin han sido también para nosotros herramientas para el análisis de la realidad. A esa fuente se incorporó el pensamiento socialista latinoamericano con figuras tan imprescindibles como Mella y Mariátegui. Con la fragua de esos ingredientes de vida y estudio, hemos tenido plena conciencia de que ningún modelo era trasplantable a nuestro contexto por motivos económicos, históricos y culturales.
En La Historia me absolverá, Fidel establece una definición inclusiva de pueblo. Descarta tan solo a las capas que mantienen vínculos de intereses económicos con el imperialismo. Más adelante, en vísperas de Girón, se referirá a nuestra Revolución socialista «de los humildes, por los humildes y para los humildes». El empleo preciso de las preposiciones evidencia la intencionalidad orientada a un proyecto participativo, hecho con las manos y la inteligencia de todos. Y que a todos pertenece. El aprendizaje de infancia y juventud en Birán, unido a la experiencia de la Sierra, le revelaron la extrema precarización del campesinado y su potencial revolucionario.
La proyección internacionalista se plantea en el Manifiesto Comunista. Por otras vías surge el propósito integrador de América Latina. «Patria es humanidad» y Las Antillas se constituyen en muro de contención ante las ambiciones del imperio, según José Martí. En ambos casos, la acción generosa se fundamenta en la necesidad de unir fuerzas en una plataforma común, hecha de puntos de convergencia de las voluntades emancipadoras.
Ante las desviaciones sectarias, Fidel encontró el respaldo popular. Con la verdad en la mano, ha contado siempre con la confianza de las masas. En medio de la euforia del triunfo, advirtió que tendríamos que vencer obstáculos mayores. Predijo el derrumbe de la URSS antes de que se produjeran los acontecimientos definitivos. Coincidió con el Che en conceder importancia al desarrollo de la conciencia y en rechazar esquemas y dogmas. En nombre de la Revolución no nos pidió que creyéramos. Nos invitó a leer y a pensar. El pensamiento renovador de la Revolución se inscribe en el debate contemporáneo. Se inscribe en la corriente tricontinental orientada al desmontaje de todas las expresiones de colonialismo atrincheradas hoy en el poder financiero y en la ideología neoliberal.
En enero de 1959, mi padre publicó un artículo titulado Soldado y maestro. Destacaba entonces la intención pedagógica en los discursos de Fidel. Esta voluntad de hacer conciencia responde también a la tradición martiana.
Fuente: Juventud Rebelde
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