Estados Unidos sí, pero no

(Por Ariel Terrero)

Los primeros acuerdos, las sonrisas públicas y las visitas pudiesen alentar una lectura imprecisa: Estados Unidos se acerca a la economía de Cuba después de un distanciamiento que ha durado más de medio siglo. Pero la potencia mundial nunca ha estado alejada de nuestras cuentas. Tampoco su comercio y sus inversiones serán ahora la tabla de salvación de la economía cubana, como cavilan algunos, demasiado deslumbrados quizás ante la perspectiva de paz.

La proximidad ha sido constante, intensa, aunque obviamente no en armonía mercantil. Mediante leyes y la inquisición de la OFAC (Oficina para el Control de Activos Extranjeros), el gobierno estadounidense ha rastreado cada operación comercial y financiera cubana con otro país. Muchas veces ha logrado su propósito: abortarla.

Durante décadas, el estrecho cerco económico ha distanciado a los bancos de terceros países, ha encarecido importaciones, ha trabado exportaciones, ha impedido la compra de tecnología avanzada y ha espantado las inversiones extranjeras. El drama cotidiano del bloqueo económico ha costado cientos de miles de millones de dólares, según estimados cubanos.

La normalización de relaciones bilaterales pondría a Cuba ahora en una situación casi inédita, ventajosa: por primera vez en casi 120 años podríamos diseñar y construir nuestro destino sin la sombra del país que se considera a sí mismo principal autoridad de la Tierra.

Pero el beneficio inmediato –y más saludable, en mi opinión- vendría desde otros países y bloques regionales. Los primeros síntomas y oportunidades se aprecian con la explosión de delegaciones empresariales y gubernamentales que llegan a la mayor de las Antillas desde Europa, Asia y el Medio Oriente. No esperaron mucho después del 17 de diciembre de 2014. Quieren tomarle la delantera a la competencia norteamericana. Le temen, pese a las advertencias del gobierno cubano.

“No queremos depender de un solo mercado y esto es una política fundamental del programa de actualización económica que impulsa el Estado”, reiteró hace unos pocos meses ante empresarios extranjeros el ministro de Comercio Exterior, Rodrigo Malmierca.

Es un problema de sentido común. Los Estados Unidos no pueden convertirse en la alternativa, la única, la imprescindible. En buena ley, no es necesario ni conveniente asumirlos así. Sería tropezar por cuarta o quinta vez en la historia con la misma piedra de la monodependencia comercial externa. Primero de España. Luego, de los propios EEUU. Le siguió la Unión Soviética. Independientemente de objetivos, modos y beneficios, distintos en cada caso, el daño se hizo visible siempre en los momentos de crisis o ruptura. La concentración es menor hoy, pero todavía un grupo reducido de países, encabezados por Venezuela y China, absorben el grueso del flujo comercial externo cubano.

La diversidad de nexos comerciales externos ha estado más presente en la letra que en la práctica de la estrategia económica cubana. ¿Por qué ha sido tan huidizo ese propósito?

El bloqueo económico ha cerrado caminos comerciales y financieros con el mundo, pero no es la única causa de un mal hábito con raíces anteriores en la historia. La diversidad también la frenan el exceso de centralización, la falta de motivación y preparación de las empresas cubanas para lidiar en mercados externos, el acomodamiento comercial, y la interferencia de pactos políticos, entre otros factores.

Sería un disparate, además, la apertura ingenua de una economía pequeña a un gobierno y país que no han cedido en su psicología de metrópoli mundial, como mostró el discurso simpático de Obama en el Gran Teatro de La Habana. Entre citas martianas, frases en español, calculadas lisonjas al público y la promesa de no volver a pisar el callo que más duele a la identidad de sus anfitriones –“el futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano”-, al visitante se le escapó alguna pifia, si es que no lo hizo con la intención de reiterar la idea muy yanqui de que el mundo depende de EEUU; y Cuba, lo quiera o no, se encuentra en el mundo. La típica prepotencia estadounidense afloró cuando Obama dijo, en pose humilde, como él, mestizo, pudo “aspirar al más alto cargo de la Tierra y ganarlo”. Son sus palabras.

¿Sorprende acaso que el Presidente de EEUU se vea a sí mismo como al gobernante de más autoridad en el planeta? Es la ideología que ampara a los norteamericanos cuando meten las narices o las armas en cualquier país, con invitación o sin ella.

A pesar de los peligros, más torpe sería cerrarles las puertas, si aceptan una relación bilateral con respeto mutuo. Es una de las mayores economías del mundo, centro de referencia obligado de los movimientos de capitales, las inversiones, el desarrollo tecnológico y la dinámica de mercados globales, y cercano, además geográficamente.

El intercambio conviene en áreas como la agricultura, la producción de medicamentos, las comunicaciones y la informática, el transporte y el turismo, entre otras. A esa mesa, Cuba acude no solo como comprador o exportador de tabaco y ron. Tiene ofertas de avanzada también: la biotecnología y potencialmente la informática.

Pero la recuperación de una convivencia civilizada no implica la apertura mansa, descontrolada, forzosa –neoliberal, en una palabra-, de la economía cubana a las compañías, las inversiones y el comercio de EEUU, como temen amigos latinoamericanos con los que he hablado. También lo creen, y lo manifiestan ya, algunas de las pudientes empresas estadounidenses que se oponen al bloqueo.

Con pragmatismo similar al indicado por la escuela gerencial norteamericana, habrá que administrar con sabiduría, desde Cuba más que desde EEUU, la entrada de esas compañías. De lo contrario, corremos el riesgo de quedar atados una vez más a una economía más poderosa que la cubana o a empresas que tienen como objetivo sagrado su propia ganancia financiera y no la cooperación altruista. ¿Qué país en América Latina, o en el mundo, ha hallado la ruta del desarrollo mediante la libre apertura al capital extranjero, estadounidense por más señas?

Cuando Estados Unidos admita en sus leyes –no solo con embajadas y visitas- el fin del bloqueo, se abrirá una puerta al desarrollo. Pero los beneficios económicos no dependen de un supuesto paraíso de inversiones e importaciones Made in USA.

Hora va siendo de hacer ley las palabras de un hombre que reflexionó temprano en todos los ángulos y riesgos posibles para la independencia nacional. “El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad”, dijo José Martí en 1891. Y remató ese día, en la Conferencia Monetaria de las Repúblicas Americanas: “El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político (…) El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir alguno, prefiera al que lo necesita menos, al que le desdeñe menos.”

Los avances se verán a medida que Cuba establezca, despliegue y sepa aprovechar las relaciones con múltiples focos y actores de la economía mundial, libres por una vez de acosos y multas yanquis. La renegociación de la deuda cubana con el Club de París, aceptada raudamente después del 17 de diciembre por ese pináculo de la usura primermundista, revela el giro de la disposición europea. Queda a Cuba aprovechar la oportunidad con administración eficiente de su economía.

Los Estados Unidos serían apenas un país más en el abanico de relaciones externas. Importante, sin dudas, pero un país más. Con mejor tino unos que otros, llegarán inversionistas, compañías, bancos, cadenas hoteleras y turistas gringos, y Cuba decidirá con prudencia a cuál deja compartir la escena con empresas cubanas y de otros lares. Y quizás vuelva otro presidente de EEUU a La Habana, para llevarse de recuerdo, como Barack Obama, una foto de sus andanzas por la Plaza de la Revolución bajo el mural gigante de un gigante que dejó registrada para siempre la advertencia: “No se puede confiar en el imperialismo pero ni tantito así, nada”.

Fuente: Blog de Patricio Montesinos


 

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