(Por Carlos Fazio / La Jornada)
Caracas. Abril parece ser un mes clave para los planes intervencionistas de Estados Unidos en Venezuela. Mientras impulsan una guerra de espectro completo multiterrenos en varios países de América Latina −en la coyuntura con epicentro en Brasil y con Dilma Rousseff e Inacio Lula da Silva como objetivos−, el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) intensifican sus acciones abiertas y clandestinas contra el gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro.
De manera acelerada, el guión del golpe de Estado de factura estadunidense en Venezuela contempla una nueva etapa de intoxicación (des)informativa a través de los medios de difusión masiva bajo control monopólico privado –en particular los electrónicos−, combinada con medidas de coerción sicológica unilaterales y extraterritoriales y un vasto accionar subversivo articulados con redes sociales, partidos políticos y dirigentes de la derecha internacional (como el español Mariano Rajoy), poderes fácticos y poderosos grupos económicos trasnacionales y la injerencia de organismos regionales, como la Organización de Estados Americanos (OEA).
La nueva fase de intervención estadunidense contra la revolución bolivariana responde a las directivas del Pentágono sobre enemigos asimétricos y guerras no convencionales, irregulares o de cuarta generación, que no se circunscriben a las reglas establecidas por los códigos internacionales y evaden las restricciones fronterizas de estados, incluso mediante el uso de fuerzas terciarizadas, que, como ha venido ocurriendo desde la vecina Colombia, echa mano de grupos paramilitares, escuadrones de la muerte y organizaciones mercenarias que operan bajo la fachada de compañías de seguridad privadas.
La dominación de espectro completo abarca una política donde lo militar, lo económico, lo mediático y lo cultural tienen objetivos comunes. Dado que el espectro es geográfico, espacial, social y cultural, para imponer la dominación se necesita manufacturar el consentimiento. Es decir, colocar en la llamada sociedad civil determinados símbolos y sentidos comunes que de tanto repetirse se incorporan al imaginario colectivo de manera acrítica e introducen, como única, la visión del mundo del poder hegemónico. Eso implica la formación y manipulación de una opinión pública legitimadora del modelo de dominación imperial.
A través de un intenso asedio mediático internacional, en la fabricación del consentimiento se manejan dobles estándares y se hace una presentación simplista y maniquea de la realidad. Además, se eliminan las causas, el contexto, la memoria y la historia del conflicto fratricida venezolano.
Para la manipulación de las emociones de la población resultan claves las imágenes y la narrativa de los medios masivos, con sus mitos, medias verdades, mentiras y falsedades. La ingeniería del consenso y la construcción social del miedo para el control elitista de la sociedad descansan sobre un eficaz sistema de adoctrinamiento, impuesto con matrices de opinión dirigidas contra el enemigo a estigmatizar y el proceso a desestabilizar y caotizar (Maduro, la revolución bolivariana). Lo que implica, de suyo, la domesticación de los medios y una mentalidad de manada en los encargados de la cobertura (des)informativa.
Con base en la distorsión de los parámetros de la ética periodística, mediante la fabricación de una noticia se logran generar grandes campañas de excitación mediática y un clima de desestabilización facciosa, a la vez que fomentar un odio inquisitorial clasista y racista, atizando el enojo de sectores medios de la población.
Verbigracia, en el caso venezolano, la instigación de la violencia fratricida vía las guarimbas y la posterior construcción del terrorista Leopoldo López como preso político, para quien se intenta legislar una ley de impunidad que el pueblo venezolano ha llamado de amnesia criminal o del autoperdón, lo que es complementado con la satanización del gobierno de Nicolás Maduro y la tácita legitimación de un eventual intento de golpe parlamentario.
Dicha visión ha logrado permear y ser impuesta mediante una campaña de intoxicación propagandística instrumentada vía una cartelización editorial transregional a través del Grupo de Diarios de las Américas (GDA), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), CNN y medios españoles como Antena 3, entre otros, lo que ha derivado en un virtual bullying mediático internacional contra el proceso bolivariano.
Huelga decir que la actual ofensiva imperial contra Venezuela se inscribe en una nueva fase de acumulación capitalista, cuyo objetivo final es apropiarse, mediante la violencia y el despojo, de los hidrocarburos del país que tiene las reservas más grandes del mundo. Todo ello, como parte de un sistema de muerte donde el enemigo es la sociedad toda y uno de los objetivos centrales es la destrucción de su cultura.
En los últimos días, la diplomacia de guerra de EU ha instigado al secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, a que presione al gobierno venezolano con la amenaza de aplicar la Carta Democrática de la organización. Asimismo, en clara actitud injerencista, el propio secretario de Estado, John Kerry, ha dicho que Venezuela marcha en la dirección equivocada, mientras hasta su último día de gestión, en enero pasado, el ex jefe del Comando Sur del Pentágono, general John Kelly, no dejó de conspirar y ya estarían diseñadas las formas de una eventual intervención humanitaria con apoyo de algunos países vasallos de la región.
Todo indica que vienen meses de definición y de una agudización de las contradicciones internas. A la diplomacia de guerra de Washington el gobierno de Maduro ha opuesto una diplomacia de paz. No obstante, los escenarios que se avecinan vienen cargados de violencia. A toda revolución se opone una contrarrevolución. El chavismo ha logrado forjar una unión cívico-militar, y la historia enseña que hay coyunturas en que, frente a una intervención extranjera, el país agredido responde con la forma de lucha que corresponde.
Fuente: La Jornada
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