Sin pretenderlo, ella fue haciéndose alma de la Revolución, de esas almas raras que a lo necesario suman siempre lo bello…
(Por Leticia Martínez Hernández)
Puede que el título me traiga algún embate. Habrá quien diga, y es completamente cierto, que pocas mujeres han sido tan terrenales como Celia, tan pegada al dolor de la gente, a los problemas cotidianos, a los detalles que casi nadie veía. Podrían estar en esas tres últimas palabras el motivo de mi idea inicial. Celia conseguía lo que pocos, lograba mirar donde solo los “elegidos” podían hacerlo…Y luego de pasar varios días leyendo sobre ella, que el noveno día de mayo estuvo cumpliendo ¡96 años!, nadie me saca del convencimiento de que, alejada de las pompas, Celia era un ser de otro mundo.
Quién, como ella, hubiera podido estar al tanto de la más mínima necesidad de los guerrilleros en la Sierra, desde un fusil hasta una curita. A quién, si no a ella, Raúl hubiera nombrado “madrina del destacamento” en aquella carta en que confiesa: “te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti”.
Y así, sin pretenderlo, fue haciéndose alma de la Revolución, de esas almas raras que a lo necesario suman siempre lo bello, como en los días en que se “armó” la Comandancia de la Plata y fue Celia quien la ideó funcional y bella, con sus escalones y barandas, sus mantos y sus flores, en medio de aquella guerra, brutal como todas.
Todavía leo, releo y vuelvo a pasar sobre la página 251 del libro “Celia, ensayo para una biografía”, del escritor Pedro Álvarez Tabío, donde se revela una mujer todoterreno que con ese cuerpo eternamente delgado llevaba sobre su hombros la atención de todos los asuntos administrativos generados en el territorio rebelde; velaba por la recogida, ubicación y distribución equitativa del ganado encontrado en la zona; supervisaba la instalación de la comunicación telefónica en la serranía; centralizaba la dirección del trabajo de los arrieros; atendía los talleres de costura, la provisión de víveres y medicamentos, el desarrollo de huertos, la cría de cerdos y pollos; supervisaba la construcción de trincheras; llevaba el control de los mensajeros y enlaces que salían o entraban; y casi a diario le escribía a Fidel un parte de todo su trabajo, casi siempre de madrugada, a la luz de un farol. “Te has hecho indispensable para todos nosotros”, le escribiría el Comandante más de una vez.
Ella, que además, se había convertido en la primera mujer en usar un fusil en la Sierra Maestra; que había apadrinado decenas de bodas entre campesinos; que había sido nombrada madrina de cuanto niño nació por aquellos días en el lomerío; que andaba con una flor en el pelo, con uniforme y botas que cubrían sus pies magullados; que acompañó a los rebeldes en el primer ascenso al Pico Turquino, con la escondida emoción de haber recorrido esos mismo parajes con su padre años atrás para llevar hasta el lugar más alto de la Patria un busto de Martí.
De qué galaxia había salido Celia que en medio del fragor de la lucha iba guardando como hormiga laboriosa cada nota, cada mensaje, cada orden militar, muchas de las cuales transcribía como resguardo por si se perdían. Cómo era posible que una mujer en plena guerra, sin ostentar jamás grado alguno, fuera reconocida tácitamente por todos.
Tenía que ser una rara avis encantadora para que se convirtiera en mano derecha del líder de la Revolución, para lograr aterrizar el torbellino de ideas que se desprendía del cerebro siempre acelerado de Fidel, para acompañarlo sin cansancio en cada lugar de esta Isla que el Comandante visitó. Cuentan que a donde no podía llegar él porque el tiempo no le alcanzaba, allí estaba Celia, poniendo su mano tierna en el más mínimo problema.
Hasta el final de su vida sorprendió por ser única en su especie, cuando la salud le jugó la peor de las cartas. Una semana después de la operación en la que le extirparon un pulmón, reinició sus estudios de Licenciatura en Ciencias Sociales. Ella se había propuesto terminar el curso junto a los demás compañeros y aquellos últimos meses de 1979 también estaría ocupada con la Conferencia Cumbre de los Países No Alineados en La Habana y el viaje con Fidel a la sede de las Naciones Unidas. El once de enero se le apagó la vida y poco tiempo después se le otorgó post mortem el título universitario que tanto anheló.
Cuentan que desde entonces su tumba amanece con una flor. Así de sencillo ha sido siempre el tributo para quien, con los pies siempre en tierra, fue diosa que hizo florecer todo lo que tocó.
Celia de los Desamparados, no imaginarás nunca cuanta falta haces.
Celia Sánchez Manduley (9 de mayo de 1920 Oriente – 11 de enero de 1980, La Habana). Combatiente revolucionaria, política e investigadora cubana. Integró el Movimiento 26 de Julio durante la Guerra de Liberación Nacional de Cuba, desde donde organizó por orientaciones de Frank País la red clandestina de campesinos que fue vital para la supervivencia de la guerrilla dirigida por Fidel Castro. Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 asumió importantes tareas y responsabilidades, siendo participante activa de los momentos más trascendentales de las primeras décadas del período revolucionario. Es conocida como la flor autóctona de la Revolución.
Fuente: Cubahora
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