(Por Verónica Giordano*)
El intento de restauración neoliberal en la región no sólo altera el tablero político y económico. El género, y específicamente el femenino dentro del centro de poder, intenta ser reconfigurado por las derechas latinoamericanas. ¿Qué expresan las principales figuras femeninas? ¿Cómo son reflejadas sobre la sociedad civil?
En América Latina ya hemos tenido presidentas mujeres. Después de las truncas presidencias de Isabel Perón en Argentina (1974-1976) y de Lidia Gueiler Tejada (presidenta interina) en Bolivia (1979-1980) –ambas depuestas por golpes de Estado que iniciaron las más sangrientas dictaduras en sus respectivos países–, desde los años noventa han ocupado la presidencia (por orden cronológico): Ertha Pascal-Trouillot (presidenta provisional) en Haití (1990-1991); Violeta Chamorro en Nicaragua (1990-1997), Rosalía Arteaga en Ecuador (1997), Mireya Moscoso en Panamá (1999-2004), Cristina Fernández de Kirchner en Argentina (2007-2011 y 2011-2015) y Laura Chinchilla en Costa Rica (2010-2014). Y actualmente, Michelle Bachelet en Chile (que ejerció el cargo en 2006-2010 y hoy en funciones por un nuevo período), y Dilma Rousseff en Brasil (desde 2011), quien hoy está atravesando un fuerte embate de la derecha.
No obstante, son las recientes figuraciones de las esposas de Mauricio Macri en Argentina (Juliana Awada, primera dama) y Michel Temer en Brasil (Marcela Temer, señalada por la prensa opositora como “cuasi” primera dama) quienes nos proponen un nuevo rodeo sobre la relación entre estética y política.
En Brasil, el 18 de abril la archi-opositora revista Veja dedicó un artículo a la joven Marcela Temer (32 años), casada con el vice-presidente Michel Temer de 75 años. Como se ha dicho, la joven mujer fue presentada como la “quasi” primera dama, con un claro ademán de salto en el tiempo que pone en acto la destitución de Dilma, cuando todavía el proceso que eventualmente derivaría en su salida está en curso y por tanto sin veredicto. Veja tituló la nota sobre la esposa de Temer con tres calificativos: “bella, recatada y hogareña”.
En Argentina, el 21 de abril el diario La Nación se embelesó con la noticia de que la primera dama Juliana Awada hubiera posado en la residencia presidencial para la reconocida revista de moda internacional Vogue, de España. La Nación, “tribuna de doctrina” que imaginara Bartolomé Mitre, recalcó estos atributos de la esposa del presidente Mauricio Macri: “su pasión por la moda”, su preocupación por tener una “activa presencia en la educación de sus hijas” (Valentina de 13 y Antonia de 4 años), y su deseo de ser “sostén emocional” de la familia.
En la misma semana, dos medios han ilustrado las figuras femeninas de las derechas latinoamericanas encarnando el canon moderno de mujer, encumbrando la belleza, la fertilidad, el amor. Nada se ha dicho que menosprecie a estas mujeres por ser figuras que “acompañan” a varones prominentes. Al contrario, es la capacidad de “acompañar” con afable carácter lo que convierte a estas mujeres en objeto de elogio.
El contraste con las figuraciones de género de las mujeres presidentas es notorio. Tres de ellas eran viudas de prominentes figuras de la política nacional (“Isabelita” viuda de Perón; Violeta Chamorro, viuda de Pedro Chamorro –una y otra incluso llevan el apellido de sus maridos–; Moscoso, viuda de Arnulfo Arias). Y fue su condición de “viuda de” el principal atributo con el que se legitimó o deslegitimó su ejercicio del poder. El caso de Michelle Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner y de Dilma Rousseff es diferente, pues se trata de mujeres que tenían una nutrida militancia previa. Sin embargo, no faltaron los calificativos peyorativos: títere de doble comando, la una; ojito derecho de Lula, la otra.
Sigamos con los contrastes. En la politización de la estética de estas dos mujeres despuntan apelativos grotescos: Cristina, yegua; Dilma, lesbiana… Mientras que en otras los zapatos, las carteras y las joyas remiten a la elegancia, en Cristina han sido objeto de enérgicos repudios. Si en otras el “look” a tono con la moda es motivo de elogio, en Dilma ha sido considerado un cambio de imagen con fines proselitistas.
¿Cómo interpretar estos contrastes? La realidad nos muestra que cuando el estilo estético-político de las mujeres vinculadas a las estructuras de poder se sale del canon de la femineidad, todo lo relativo al mundo femenino aparece como estigma.
* Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora de CONICET. veronicaxgiordano@gmail.com
Fuente: Cuadernos de Coyuntura
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