(Por Nazareth Balbas)
El diálogo ha sido un ritornello infructuoso en los años de la Revolución Bolivariana. Los intentos del chavismo por disminuir la conflictividad con la oposición se han topado con las apetencias disonantes de una derecha fragmentada.
La imagen está allí: el presidente Hugo Chávez, después de tres días de secuestro, habla en la madrugada desde el Palacio de Miraflores. Es la madrugada de 14 de abril de 2002 y el pueblo ha revertido el golpe de Estado. Con tono cansado, pero firme, agradece la respuesta popular y, para sorpresa de muchos de quienes lo acompañan, hace un llamado inesperado: un diálogo con la oposición que 72 horas antes lo había derrocarlo de forma violenta.
Con la contundencia de esa coyuntura se inauguró el ciclo del diálogo en la era del chavismo, un camino plagado de intentos, consecutivos y casi siempre fallidos, por regularizar la relación política entre la nueva hegemonía revolucionaria y los partidos de derecha que habían repartido el poder durante 40 años.
Recientemente, el gobierno de Venezuela se anotó un tanto en la Organización de Estados Americanos (OEA) al impedir el avance de los sectores que, con la anuencia de la derecha nacional, pretendían ejercer presión política para la activación de un referendo revocatorio, sin que se cumplieran los requisitos establecidos por la Constitución. La carta de Caracas para neutralizar la movida injerencista fue el llamado a un nuevo diálogo con la oposición.
Las conversaciones, alentadas esta vez a través de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) por los expresidentes de España, José Luis Rodríguez Zapatero; de Panamá, Martín Torrijos; y de República Dominicana, Leonel Fernández, no han logrado mayor avance. A pesar de que representantes del gobierno venezolano han asistido a dos sesiones con los mediadores, la oposición no termina de ponerse de acuerdo para determinar si participa o no en el diálogo. La duda, por recurrente, surge con naturalidad: ¿Es posible el éxito de esta nueva iniciativa?
Diálogo esquizofrénico
La falta de cohesión en la oposición es, para el analista político Ernesto Parra, el principal obstáculo para garantizar el éxito de un diálogo entre el chavismo y la derecha.
En el gran vientre de la oposición, dice, «hay cuatro fuerzas que se están disputado la hegemonía: la Asamblea Nacional (controlada mayoritariamente por partidos de derecha), los factores radicales que apuestan al golpismo, los partidos tradicionales y el poder económico».
«De haber un diálogo, sería casi esquizofrénico», comenta Parra, quien duda que la voluntad del gobierno para establecer puentes con la oposición y menguar la cáustica retórica del discurso de derecha sea efectivo.
La realidad parece advertir que es así. Luego que la canciller venezolana Delcy Rodríguez anunciara la disposición del Ejecutivo para participar en una mesa de diálogo, los distintos voceros de la oposición salieron en un coro polifónico para hacer peticiones contradictorias: sentarse a negociar, patear la mesa o acudir a la presión internacional.
Esta semana, Henrique Capriles, derrotado tres veces consecutivas por el chavismo en elecciones presidenciales, se negó de plano a la posibilidad de participar en cualquier negociación. Por otro lado, voceros de derecha radical como la esposa de Leopoldo López aseguran que creen en el diálogo pero, paradójicamente, respaldan la injerencia internacional que pretende saltarse el proceso constitucional establecido en Venezuela para la convocatorio a un referendo revocatorio.
Con el tiempo en contra para ejecutar el proceso de consulta y un liderazgo fragmentado que tiene apetencias distintas, Parra considera que la oposición venezolana «perdió no sólo la oportunidad de oro al no convocar el referendo a tiempo, sino el chance de incluso liderar el proceso de recuperación económica del país, a través de los actores que ellos mismos representan».
El ‘déjà vu’ del consenso
El analista político y actual presidente de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel), William Castillo, refiere que el diálogo en Venezuela «siempre ha sido convocado por el gobierno y la oposición se sienta cuando no le queda más remedio».
Pero los resultados de esos llamados no son los más alentadores. En los últimos tres lustros, la derecha ha demostrado que en su apuesta por tratar de recuperar el poder político que el chavismo conquistó con votos, es capaz de sacrificar cualquier iniciativa de consenso.
Después del golpe de 2002 y el llamado a diálogo de Chávez, la oposición decidió participar unos meses en las mesas de negociación pero luego se retiró. Seis meses más tarde, el antichavismo encabezó el sabotaje a la industria petrolera que le produjo al país pérdidas superiores a los 20.000 millones de dólares.
La situación se repitió en los años siguientes. Luego de que Chávez fuese ratificado en la presidencia con una victoria en el referendo de 2004, la derecha optó por no participar en las elecciones parlamentarias de 2005 y promover una cáustica campaña internacional para azuzar la idea del supuesto carácter «dictatorial» del gobierno bolivariano.
Ese proceder no ha cambiado en la historia reciente. La llegada de Nicolás Maduro a la presidencia luego de ganar las elecciones de 2013, casi mes después de la muerte de Chávez, fue seguida por un brote de violencia de la derecha alentado por Capriles, el perdedor de los comicios. El saldo de esa acción: once muertos y cientos de heridos.
Ver documental «A confesión de partes» sobre las guarimbas de 2014
La respuesta de Maduro fue convocar a un diálogo en Miraflores a los principales voceros de oposición que, por primera vez, se transmitió en vivo y directo, en cadena nacional. Los esfuerzos, sin embargo, fueron boicoteados un mes mas tarde por los sectores más radicales de derecha que, en febrero de 2014, encabezaron nuevas «guarimbas» violentas que dejaron 43 víctimas fatales y más de ochocientos heridos.
Aunque para Castillo «la posibilidad de un diálogo siempre ha estado abierta», la actitud de la oposición venezolana hace prever otro fracaso en la mediación.
«(La derecha) pretende condicionar su participación en la mesa a la imposición de un cronograma de referendo que no es factible en la Constitución y al mismo tiempo juega con un discurso que alienta a presionar la calle para una salida golpista», señala.
Conversaciones silenciadas
Aunque la percepción internacional sea la de la total incomprensión entre el gobierno y la oposición, hay acercamientos clave que -apunta Parra- han sido mal entendidos o silenciados.
«Es una cuestión de enfoque. Por ejemplo, el diálogo ha prosperado con sectores económicos que no necesariamente acompañan el proyecto político del chavismo. Se han reunido para destrabar una relación ciertamente lesionada y complicada, pero que ha avanzado para activar el aparato productivo», asevera el analista.
No obstante, considera que el reto para el chavismo es aún mayor porque encarna un diálogo aún más complicado, puertas adentro.
«A mí, por ejemplo, me gustaría ver el diálogo del presidente Nicolás Maduro con esos dos millones de personas que le dieron voto castigo en las elecciones parlamentarias (de diciembre de 2015) o se abstuvieron de votar. Pienso que ese intercambio sería más fructífero y eficaz que insistir en conversar con una oposición esquizofrénica, narcisista, fragmentada y mediática».
Fuente: Actualidad RT
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