(Por Omar Rafael García Lazo / Al Mayadeen)
Fidel Castro Ruz está a punto de cumplir 90 años. Para cualquier ser humano vivir casi un siglo de vida es un privilegio, más si el paso por la vida permite dejar huellas profundas en la familia, en el país, en el continente y en el mundo. Así ha sido la vida de Fidel, el líder de la Revolución Cubana. Un hombre que ya a sus 33 años, había trascendido las fronteras políticas e históricas de su isla y de América Latina.
Fidel ha sido siempre un hombre de contraataque, cualidad de estrategas que estudian cada paso del contrincante, esperan el golpe, resisten y responden, siempre por el lado más débil, y a veces vital, del enemigo.
Después de graduarse en la universidad, Fidel organizó un movimiento alternativo ajeno a todos los partidos y organizaciones que interactuaban en el escenario político cubano de aquel entonces, donde la penetración económica, política y cultural de EE.UU. laceraba la dignidad nacional.
El Movimiento se propuso la lucha armada como vía para derrocar la dictadura y el 26 de julio de 1953 atacó las fortalezas militares de Santiago de Cuba y de Bayamo, con el fin de ocupar ambas ciudades, llamar a la huelga general y en caso de fracasar, continuar la lucha en las montañas aledañas a ambas localidades.
Sin embargo, el factor sorpresa fracasó y el asalto terminó con el asesinato de 49 de los 131 asaltantes después que fueran detenidos, pues solo seis cayeron en las acciones militares. Fidel fue apresado vivo debido al cansancio y la ingenuidad y salvó su vida gracias al honor de un militar de carrera.
Y aquí se produjo la primera gran riposta de Fidel. La derrota militar la convirtió en una extraordinaria victoria política. Durante el juicio a los asaltantes que lograron salvar su vida, incluido su hermano Raúl, y en su alegato de defensa posteriormente divulgado clandestinamente bajo el título: “La historia me Absolverá”, Fidel denunció los crímenes de la dictadura, hizo un análisis de la situación del país para resaltar el derecho a la rebelión y expuso el programa de lucha del Movimiento que pasó a llamarse Movimiento 26 de Julio, en honor a la fecha del asalto y a los compañeros caídos y asesinados.
Amnistiado, Fidel partió hacia México, reagrupó las fuerzas, las entrenó y se lanzó al mar para desembarcar por la costa suroriental de Cuba, al pie de la gran Sierra Maestra, al frente de 82 jóvenes combatientes, entre ellos Ernesto Che Guevara.
Pero los planes fallaron nuevamente. El mal tiempo y el esfuerzo para rescatar a un compañero caído al mar retrasaron el viaje e impidieron hacer coincidir el desembarco con el alzamiento armado de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956. El ejército, alertado, detectó el desembarco y se produjo el primer y fatídico encontronazo de la novel guerrilla con la dictadura. La muerte y la dispersión se hicieron protagonistas del momento.
Solo un par de semanas después se reencontraron los primeros dos grupos: “¿Cuántos fusiles traes?” Preguntó Fidel a su hermano Raúl. “Cinco”, respondió el menor de los Castro. “Cinco que traes tú más dos que tengo yo son siete… ¡Ahora sí ganamos la guerra!” Dijo proféticamente, en medio de un panorama desolador, el joven que guiaría los destinos de Cuba desde entonces. Fue esa su otro gran contraataque que lo llevó al triunfo el 1ro de enero de 1959. El joven guerrillero entraba por la puerta ancha a la galería de los grandes estadistas.
El estadista guerrillero
En medio de las tareas de gobierno, Fidel nunca dejó de conspirar ni de guerrear a la riposta. Consciente de las debilidades y fortalezas de la joven Revolución, manejó la política como el ajedrez. De forma milimétrica hizo avanzar sus planes, sin espacio a la espontaneidad y aprovechando cada error del enemigo.
Mientras EE.UU. intentaba destruir el proceso cubano mediante la asfixia económica y los planes subversivos como instrumentos políticos, Fidel respondía a cada acción estadounidense con una medida más radical.
Cuando se hizo evidente la invasión armada, Fidel armó al pueblo y convirtió al país en una gran trinchera. Paralelamente, creó un sistema de vigilancia colectiva contra los mercenarios internos para evitar los golpes en la retaguardia.
Cuando EE.UU. impidió el suministro de combustible, Fidel ordenó comprarlo en la Unión Soviética. Cuando las refinerías en Cuba, propiedad de compañías de EE.UU. se negaron a refinar petróleo “rojo”, pues Fidel lideró, personalmente, la nacionalización de las refinerías. Cuando Washington prohibió la importación de azúcar cubano, Fidel respondió con la nacionalización de las fábricas de azúcar estadounidenses y otras empresas radicadas en Cuba. A cada acción enemiga, una respuesta revolucionaria.
Pero en la arena internacional, los contragolpes de Fidel también provocaron movimientos telúricos que lanzaron a planos estelares la política exterior de la Revolución Cubana.
Cuando EE.UU. se propuso aislar a Cuba de América Latina, con el concurso de la mayoría de los gobiernos de aquel entonces y en los marcos de la Organización de Estados Americanos, (OEA), Fidel anunció al mundo la Primera Declaración de La Habana en la que denunció los planes de EE.UU. y se patentizó el compromiso de la Revolución Cubana con los destinos revolucionarios y liberadores de los pueblos de América Latina y el Caribe. A partir de entonces se inició una historia de solidaridad que sembró para siempre el ejemplo y el prestigio de Cuba en la región y el mundo.
Pero la Revolución no solo ripostó en el “patio trasero de EE.UU”, como se consideraba a América Latina en aquel entonces. El accionar de Cuba trascendió a otras latitudes y alcanzó a África, Asia y el mundo árabe, respaldando de diversas formas, incluso la armada, a los movimientos de liberación nacional en esas zonas, trastocando los esfuerzos de equilibrio o convivencia que intentaban construir las dos principales potencias globales del momento.
De esta forma, Fidel le imprimió una nueva dimensión moral y liberadora al internacionalismo desde el propio “tercer mundo”, sobre la base de la firmeza y la coherencia de los principios que defendía.
En Asia, el ejemplo más hermoso fue la ayuda material y técnica al pueblo vietnamita, que de manera heroica libró una tenaz lucha contra el imperialismo francés primero y contra el estadounidense después. Fidel dejó asentado el compromiso al afirmar: “Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre”.
En África, Cuba jugó su papel moral al ayudar de diversas formas a la liberación de varios países y a la consolidación de sus soberanías. En el Congo, Argelia, Guinea Bissau, Etiopía, Cabo Verde, Mozambique, Zimbabue… la presencia de la ayuda de Cuba en distintos campos ayudó al desarrollo de esos países.
Gracias a la determinación de Fidel y al espíritu solidario del pueblo cubano, Angola pudo consolidar su soberanía, Namibia alcanzó su independencia, Sudáfrica se liberaba del oprobioso régimen del apartheid y Nelson Mandela salía en libertad para liderar a su pueblo. Cuba asestó de esta forma un golpe extraordinario al imperialismo en África y demostró, a manera de riposta y con carácter disuasivo, la capacidad política y militar de la Revolución Cubana.
Con el derrumbe de la URSS, la economía cubana sufrió un duro golpe. Al mismo tiempo, la moral de muchas organizaciones de izquierda que avanzaban en sus luchas en América Latina se debilitó. Sin embargo, nuevamente Fidel, el estadista guerrillero, convocó a las organizaciones y a los partidos revolucionarios y progresistas para fundar en 1991 el Foro de Sao Paulo, espacio de debate y articulación que sirvió para reorganizar y moralizar las fuerzas de izquierda en un momento en que la derecha se hartaba de sus triunfos y políticas neoliberales.
En 1998, Su Santidad Juan Pablo II recibió la invitación del Presidente Fidel Castro para visitar a Cuba. El Papa llegó a la Isla ataviado con el mérito que le atribuyeron los medios de prensa y los círculos políticos occidentales por su supuesto rol en el desmontaje del socialismo en Europa del Este. La visita provocó furor y alimentó esperanzas, como si la pequeña Cuba no hubiera resistido vendavales más intensos. La visita del Papa significaba para muchos en el mundo el impulso final que derribaría la Revolución Cubana.
Una vez más subestimaron a Fidel y a su pueblo. Ambos recibieron, seguros de su fe, al Papa, quien llegó y ofreció misas por todo el país, y se fue consciente de que había visitado un país singular, un país orgulloso de su historia y de su destino. Y se fue comprendiendo también, tal vez como pocos, el contragolpe político que, una vez más, daba Fidel.
Pero si un ejemplo más actual hiciera falta para caracterizar el modo de pelear del líder cubano, hay que subrayar su postura ante la visita del Presidente Barack Obama a Cuba. Para nadie es un secreto que la política que ha venido desarrollando Raúl Castro desde el 2006 es fiel continuadora de las líneas estratégicas trazadas por Fidel. En el caso de EE.UU., Fidel fue un firme defensor de la intención de normalizar las relaciones entre ambos países sobre la base del respeto mutuo.
Quiso la salud de Fidel y la maestría política de su hermano, que el líder revolucionario fuera protagonista desde su puesto de observador del suceso histórico que constituye el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la visita de Obama a La Habana. Ambos hechos interpretados como una extraordinaria victoria política de la Revolución Cubana y también la antesala de nuevos desafíos.
Consciente de ello, y como para no dejar de poner su granito de arena, pasado ya el momento de la exaltación, Fidel, nuevamente con su estilo guerrillero, dejó plasmadas en un artículo algunas verdades, desenmascarando con fina ironía el anhelo estadounidense y recalcando con filial vehemencia la importancia de asirse a la historia para construir el futuro. Fue ese artículo otro contragolpe de Fidel a los que, nuevamente, pensaron que comenzaba el final de la Revolución Cubana.
Fuente: Al Mayadeen
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