«Actuar en silencio»
Alegato presentado en la vista de sentencia celebrada el 27 de diciembre de 2001.
Ahora, en este punto, me yergo con mi alma robusta.
Walt Whitman
(en «Canto de mí mismo»)
Su Señoría:
Permítame expresar que comparto todo lo expuesto en esta Sala por mis cuatro hermanos de causa: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, René González y Fernando González. Ellos hablaron con dignidad y coraje ante esta Corte. Nuestros alegatos se fundamentan en la estricta verdad, en la solidez de los principios que abrazamos y en el honor del heroico pueblo cubano. Honrado es destacar que los abogados y sus asistentes actuaron con gran profesionalidad, honestidad y valor, así como que el trabajo de las traductoras, de Liza, de Richard y de los alguaciles fue con una alta ética y profesionalismo.
Al comienzo escribí en el diario de mis largos días: «…el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.» Son palabras de José Martí, que a más de un siglo de expresadas, impulsan, viven y son esencia de lo más puro y altruista.
Muchas veces es difícil
encontrar vocablos precisos,
pero estos han estado dentro de mí:
agolpados,
estremecidos,
incubados en la verdad,
esperando romper la fuente y ver la luz.
Y ha llegado el día.
Permítame explicar, Su Señoría, de la forma más diáfana y concisa, mi razón:
Cuba,
mi pequeño país, ha sido
atacado
agredido
y calumniado,
década tras década,
por una política
cruel,
inhumana
y absurda.
Una guerra verdadera,
voraz y abierta
de terrorismo,
precursor del horror;
de sabotaje,
generador de ruinas;
de asesinato,
causante del dolor,
del dolor más profundo,
la muerte.
No solo los documentos y datos del Gobierno de Cuba han puesto al descubierto esta agresión, sino los propios documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos, que él mismo ha desclasificado.
Esta agresión ha incluido el reclutamiento, pago y entrenamiento de agentes contrarrevolucionarios por la CIA; la Invasión de Girón; la Operación Mangosta; pretextos para una intervención militar; planes de asesinato a jefes de Gobierno y Estado; infiltraciones de grupos armados; sabotajes; violaciones del espacio aéreo; vuelos espías, riego de sustancias bacteriológicas y químicas; ametrallamiento a las costas y edificaciones; bombas en hoteles y otros centros sociales, culturales, históricos y turísticos; provocaciones de todo tipo, con crueldad y con saña.
Y como resultado de estos actos:
Más de tres mil cuatrocientos muertos; la incapacidad total o parcial de más de dos mil personas; cuantiosos daños materiales a la economía, a la fuente de la vida; cientos de miles de cubanos que nacen y crecen bajo un férreo bloqueo y en el clima hostil de la guerra fría. Terror, vicisitudes y dolor sobre el pueblo.
¿Dónde se han fraguado y financiado tan incesantes y despiadados actos?
En su gran mayoría, en el propio territorio de los Estados Unidos de América.
¿Qué se ha hecho por parte de las autoridades del gobierno de este país para evitarlos?
Prácticamente nada… Y la agresión no ha cesado…
Hoy, aún transitan libremente por las calles de esta ciudad personas que son responsables de algunas de estas acciones. Y estaciones de radio y otros medios publican y promueven nuevos hechos de agresión contra el pueblo cubano.
¿Por qué tanto odio hacia el pueblo de Cuba?
¿Porque Cuba escogió
un camino distinto?
¿Porque su pueblo
quiere el socialismo?
¿Porque eliminó
el latifundio y erradicó el analfabetismo?
¿Porque le dio educación
y atención médica gratuitas
a su pueblo?
¿Porque le da
un libre amanecer a sus niños?
Cuba jamás ha atentado contra la seguridad nacional de los Estados Unidos ni cometido un acto de agresión ni de terrorismo contra este país; quiere profundamente la paz y la tranquilidad y desea las mejores relaciones entre ambos pueblos. Ha demostrado que admira y respeta al pueblo norteamericano.
«Cuba no es un peligro militar para los Estados Unidos», declaró en esta Sala el Almirante Carroll.
El peligro militar para los Estados Unidos que ofrece Cuba es «cero», testificó el General Atkinson.
Incuestionable es el derecho de mi Patria —como el de cualquier otro país— a defenderse de quienes intentan hacer daño a su pueblo.
Compleja, difícil ha sido la tarea de frenar estos actos terroristas, porque estos han gozado de complicidad o indolente tolerancia de las autoridades.
Mi país ha hecho todo lo posible por advertir al gobierno norteamericano de los peligros de estas acciones, para lo cual se han usado canales oficiales; discretos o públicos. Pero nunca se ha podido lograr una cooperación recíproca.
En la década del noventa, alentados por el derrumbe del campo socialista, grupos terroristas intensificaron sus actividades contra Cuba. Era, según sus criterios, la tan esperada hora para crear el caos final, aterrorizar al pueblo, desestabilizar la economía, dañar la industria del turismo, fomentar la crisis y dar el golpe de muerte a la Revolución Cubana.
¿Qué podía hacer Cuba para defenderse y estar prevenida de los planes terroristas en su contra? ¿Qué podía hacer en aras de evitar un conflicto de mayor magnitud? ¿Qué opciones tenía para salvaguardar la soberanía y la seguridad de sus hijos?
Una de las formas posibles de impedir los actos brutales y sangrientos, de evitar que el sufrimiento creciera con más muertes, era actuar en silencio.
No quedó otra alternativa que contar con hombres que —por amor a una causa justa, por amor a su Patria y a su pueblo, por amor a la paz y a la vida— estuvieran dispuestos a cumplir, voluntariamente, ese honroso deber en contra del terrorismo. Alertar del peligro de agresión.
Prevenir un conflicto que sembrara dolor en nuestros pueblos, ha sido el objeto de mis actos y la razón de mi deber, como lo ha sido para mis compañeros.
No hemos actuado por dinero ni por rencor. Ninguno de nosotros ha tenido la idea de hacer daño al noble y laborioso pueblo americano. No lesionamos la seguridad nacional de este país. Ahí están los récords de la Corte. Los que duden, examínenlos y encontrarán la verdad.
Los bestiales ataques terroristas contra el Centro Mundial del Comercio y el Pentágono del 11 de septiembre pasado, llenaron de indignación a quienes amamos un mundo de paz. La muerte sorpresiva e insólita de miles de inocentes ciudadanos de este pueblo nos sembró un profundo dolor en el corazón.
Nadie niega que el terrorismo es un fenómeno inhumano, despiadado y repugnante, y debe ser exterminado con urgencia.
«Para alcanzar la victoria se debe tener a disposición la mejor inteligencia posible». «Se requiere unidad para fortalecer las agencias de inteligencia, para así conocer los planes antes de que sean perpetrados y detectar a los terroristas antes que ataquen.»
Esas dos afirmaciones no fueron hechas por el Presidente de la República de Cuba, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, sino por el Presidente de los Estados Unidos de América, a raíz de esos horrendos ataques. Me pregunto y me vuelvo a preguntar: ¿Esas afirmaciones no tienen valor para Cuba, que es víctima del terrorismo?
Precisamente eso es lo que Cuba ha hecho para intentar poner fin a ese flagelo, que también por tantos años ha azotado su territorio y martirizado a su pueblo.
Su Señoría,
… hubo un «juicio»,
lo sabe esta Sala;
convivimos y velamos
días repletos de declaraciones,
testimonios,
indicios,
evidencias,
argumentos,
mociones,
compromisos,
dudas,
injurias,
falacias,
deliberaciones…
No vengo hoy aquí a justificar nada,
vengo a decir
la verdad.
«Sólo con ella estoy comprometido».
Acuerdo, no hubo otro que no fuera el compromiso de ser útil al mundo, de servir a una causa valedera llamada humanidad y también Patria.
Intención, no hubo otra que no fuera la de evitar la insensatez y el crimen, y salvar la flor viva de la muerte fortuita, brusca, vana y prematura.
No se traspasó. No se ultrajó. No se ofendió.
No se hurtó. No se engañó. No se defraudó.
No se intentó ni se cometió espionaje.
Nadie nunca me pidió buscar información clasificada alguna. Aquí en esta Sala lo confirmaron las declaraciones de testigos, no sólo de la Defensa, sino de la propia Fiscalía.
Léanse los testimonios del General Clapper, de Joseph Santos, del General Atkinson, por citar algunos, y se confirmará lo que con total honestidad digo.
Tal como vinieron a este recinto Dalila Borrego, Edward Donohue, Tim Carey, pudieron asistir muchas personas para explicar cómo era mi vida; para exponer qué hacía cada día. En cambio, en mi contra nadie vino, ni sería posible hallar persona alguna que, con sinceridad, señalara una falta en mi conducta ante la sociedad.
Yo amo la Isla donde crecí, me eduqué, y en la que viven mi madre, uno de mis idolatrados hijos y muchos otros de mis seres queridos y amigos; también amo a este país en el cual nací, donde en los últimos 10 años de mi vida he dado y recibido verdaderas muestras de amor y solidaridad.
Tengo la certeza de que es inevitable, no sólo un puente de amistad entre ambos pueblos, sino entre todos los pueblos del mundo.
Le corresponde a usted, Su Señoría, dictar Sentencia en este largo y tortuoso juicio.
¡Júntense pruebas y evidencias!
Voces dirán que no existen.
¡Tómense hechos y argumentos!
Voces dirán que no imputan.
¡Léanse casos y testimonios!
Voces dirán que no es posible
culpar a estos hombres.
Voces que salen del propio corazón.
Voces que llevan el vigor de lo justo.
Voces que no quisieron ser, o que no fueron
escuchadas por un jurado
que no pudo impartir justicia.
¡Se equivocaron! Su veredicto fue un sacrilegio. Pero teníamos conciencia, desde un inicio, de que tratándose del tema de Cuba, era Miami un lugar imposible a tal propósito.
Ha sido este, por encima de todo, un juicio político.
En lo personal, no tengo otra cosa que pedir: sólo justicia, por el bien de nuestros pueblos, por el bien de la verdad. Una sentencia justa, libre de ataduras políticas, plena, hubiera sido un importante mensaje en este trascendental momento de lucha contra el terrorismo.
Permítame reiterar que nunca he hecho daño personal a nadie ni causado daño material alguno. Nunca he intentado realizar acción que pusiera en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos.
Si se me pidiera una cooperación similar, volvería a hacerlo con honor. En este momento viene a mi mente con fuerza y pasión un fragmento de una carta que el general cubano Antonio Maceo, quien luchó por la independencia de Cuba en el siglo XIX, le escribió a un general español:
«No hallaré motivos para haberme desligado para con la humanidad. No es pues una política de odio la mía, es una política de amor; no es una política exclusiva, es una política fundada en la moral humana.» (Fin de la cita.)
Por su sentencia, mis entrañables hermanos y yo deberemos guardar una injusta prisión, pero desde allí no descansaremos en la defensa de la causa y los principios que hemos abrazado.
Llegará el día que ya no vivamos en la zozobra del temor y la muerte, y en ese día de la historia, se verá la justicia real de nuestra causa.
Su Señoría:
¡Han pasado muchos meses y días de un encierro injusto, rudo y horrible!
A veces me he preguntado, ¿qué es el tiempo? Y como San Agustín me he respondido: «Si me lo preguntan no lo sé. Pero si no me lo preguntan, yo sí lo sé.» Horas de soledad y de esperanzas; de reflexión ante lo injusto y ruin; eternos minutos donde arden los recuerdos: ¡Recuerdos hay que queman la memoria!
Tomo versos de Martí, para esta última página, que anoté en el diario de mis largos días:
«He vivido: al deber juré mis armas
y ni una vez el sol dobló las cuestas
sin que mi lidia y mi victoria viere…»
(versos libres)
Y cito en esta Sala al poeta uruguayo y universal Mario Benedetti:
«…la victoria estará como yo
ahí nomás germinando…»
Porque al final reposaremos libres y victoriosos frente a ese Sol que hoy nos ha sido negado.
Gracias.
Antonio Guerrero
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