Discurso pronunciado por Fidel Castro en el encuentro con los Pastores por la Paz

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA Y PRESIDENTE DE LOS CONSEJOS DE ESTADO Y DE MINISTROS, EN EL ENCUENTRO CON LOS PASTORES POR LA PAZ, EN LA MISION DE CUBA EN LA ONU, NUEVA YORK, EL 25 DE OCTUBRE DE 1995, «AÑO DEL CENTENARIO DE LA CAIDA DE JOSE MARTI».

(VERSIONES TAQUIGRAFICAS-CONSEJO DE ESTADO)

Queridos amigos:

Me alegro de que mi queridísimo hermano Lucius Walker haya hablado breve, no porque me cansen los discursos largos –excepto los míos (RISAS)–, sino porque me han emocionado mucho sus palabras, y no es fácil resistir la emoción durante mucho tiempo que me produce la expresión cariñosa, fraternal, generosa y cristiana de Lucius.
Algunas bromas tengo que hacer para poder resistir la emoción (RISAS). Y ustedes se habrán preguntado: ¿Qué hizo Castro en Nueva York? –si quieren me pueden llamar Fidel, que es mi santo y siempre me llamaron así–, y lo primero que les diría es: pasar hambre en Nueva York (RISAS). Eso no lo creería nadie en el país que produce tantos cientos de millones de toneladas de alimentos.

El programa y el trabajo han sido tales, que a mí me han invitado a reuniones, a almuerzos; pero inmediatamente empiezan los discursos y las preguntas, y creo que he rebajado algunas libras aquí en Nueva York (RISAS). Por eso, cuando Lucius habló

de cena se me produjo una gran confusión, y digo: «¿Habrá una cena aquí?» Pero de repente me acordé de la Biblia y digo: «Bueno, espero que no sea la última cena» (RISAS), tampoco fue la primera.

Me preocuparon más cosas todavía: después de la última cena hubo crucifixión. Pero, hay algo que sí no habrá aquí: podrá haber hambre, última cena –si hubiera–, crucifixión si es necesario, aunque algunos me han querido crucificar en Nueva York, pero si de algo estoy seguro es de que aquí no habrá Judas.

Debo decir que, realmente, para mí es motivo de emoción especial reunirme con ustedes, y que puedo apreciar todo el honor y toda la felicidad que significa reunirme con ustedes. Es también una emoción especial estar en la casa de Lucius, que tantas veces nos hemos visto en Cuba, que tantas veces nos ha visitado llevando la amistad, llevando el cristianismo, llevando la generosidad, llevando el cariño hacia nuestro pueblo. ¡Cuánto me place poderle decir: Gracias, gracias para ti, para todos los que son como tú y para todos los que tienen una generosidad como la tuya!

Debo decir aquí lo que en Cuba, que siento un especialísimo cariño, una extraordinaria gratitud y un enorme afecto por él, y a través de él les doy las gracias a todos ustedes, que han sido tan amistosos no solo con Cuba, sino con otras muchas causas justas en América Latina y en el mundo.

Le doy las gracias a la señora Campbell, le expreso el gran honor que siento de que ella esté entre nosotros, y también a Smith.

No hablo bien inglés, pero creo que hay un idioma que nos une, que es el de la gratitud; gratitud hacia ellos, gratitud hacia todos.

Me faltaría decir que siento una especie de elevación espiritual cuando veo que nuestra misión, con ustedes aquí, se ha convertido en una iglesia.

Sobre mi visita a Nueva York debo decir que, en primer lugar, era un deber participar en el 50 aniversario de Naciones Unidas, y tratar de recordar las muchas injusticias que todavía quedan en el mundo. Debía venir porque aquí hay adversarios que combaten a Cuba; debía venir porque había un poco de riesgo y no podemos rehuir el riesgo, aunque hemos sido muy bien tratados y muy bien cuidados por las autoridades norteamericanas. He tenido confianza en su sentido del deber y en su profesionalidad.

Como ustedes ven, estamos terminando la visita y estoy aquí sano y salvo, no explotó ningún coche bomba, no hubo disparos, no hubo bazucas contra el carro blindado, bien blindado, en que me transportaban aquí. Pero yo debo tener algo de cristiano, no por mis bondades, sino por mis convicciones, por mi capacidad de dar la vida por las convicciones y porque admiro a aquellos cristianos que morían en la cruz, o morían en las plazas romanas víctimas de las fieras. Y por eso, si me dicen que hay fieras, siento ese espíritu cristiano de demostrar mi falta de temor a las fieras. Así podemos ver cuántas cosas nos unen.

Aquí he tenido un programa fuerte, muy fuerte, no me atribuyan el mérito a mí, sino a los que organizan el programa. Tenía muchas invitaciones, 150, 200, 300, no sé cuántas, los compañeros fueron escogiendo según determinados criterios y yo fui aceptando cada uno de los planes.

Como los compañeros que organizan los programas son más nuevos que yo y no se cansan nunca, se olvidaron de que yo tengo ya algunos años, que ha pasado el tiempo, y digo: «Estos compañeros no me dan a mí el tratamiento de Deng Xiaoping (RISAS). Deng Xiaoping está de vacaciones, descansa, pasea, y estos compañeros a mí me ponen todos los programas habidos y por haber. Y así vine a Naciones Unidas, pero en Naciones Unidas he estado un rato nada más, todo el resto del tiempo reuniones de todas clases, y, como buen cristiano, me he reunido con los pobres, y, siguiendo la Biblia, me he reunido también con los ricos de Nueva York: los pobres y los hombres de negocios, y, realmente, todos me han tratado muy bien, a decir verdad, debo decirlo.

Me he reunido con las más prestigiosas instituciones de prensa escrita y televisada, me han hecho no sé cuántas entrevistas, no sé cuántas preguntas y he tratado de responderlas todas, en lo posible. Todos han sido muy amables, y anoche, cuando recibimos aquí a casi 200 personalidades, pude apreciar que estaban contentas, que estaban satisfechas de la visita y de los resultados de la visita.

He tratado de ser todo lo respetuoso que es posible con las autoridades del país, he querido evitar a toda costa que me acusen de traer la subversión a Nueva York (RISAS).

Me reuní con los de Harlem, ¡qué placer!, ¡qué felicidad!, ¡qué afecto!, ¡qué cariño encontré allí!, ¡qué espíritu de lucha, de combatividad pude apreciar allí! ¡Increíble! Hace 35 años tuve que refugiarme en Harlem, porque era tanta la hostilidad que me expulsaron del hotel donde yo estaba; yo no hice nada malo, pero había mucha bulla y el dueño del hotel dijo: «Esto no me conviene a mí», y nos pidieron respetuosamente, delicadamente, que nos fuéramos del hotel, y yo dije: ¿Para dónde vamos? Bueno, guerrilleros recién bajados de las montañas, el patio de Naciones Unidas, una casa de campaña y allí hospedarnos. Claro, habría sido un gran escándalo y se lo dijimos a las autoridades de las Naciones Unidas: A lo mejor nos hospedamos aquí. Pero surgieron contactos en el hotel Teresa, y surgió una idea mejor –a mí me gustaba más–, hospedarnos en Harlem, y aquello fue maravilloso. Ya había mucha campaña contra Cuba: una revolución en ese país no se puede permitir. Confundieron a mucha gente.

Y estaba en esta zona del hotel, acá, y había mucha gente que hacía así (señala hacia abajo), yo no sé bien lo que quiere decir, pero no parece muy amistoso (RISAS), y cuando llego a Harlem todo el mundo hacía así (señala hacia arriba), digo: esto debe ser amistoso (RISAS Y APLAUSOS). Aquella vez me exilié en Harlem, me refugié en Harlem, allí en el Teresa, casi me convertí en un personaje célebre: Jruschov, Nasser, Nkrumah, un conjunto de personalidades me fueron a visitar al hotel Teresa, y yo me convertí en un héroe en el Teresa, visitado por los principales líderes, en un ambiente maravilloso. En aquella época la lucha era dura por la cuestión de los derechos civiles contra la discriminación, y allí me recibieron maravillosamente bien, no lo podré olvidar nunca.

¿Pero a quién recibieron, a un revolucionario? Todavía no se podía demostrar, era una hipótesis. Ha habido tantos revolucionarios que después cambian, que nadie podía asegurarlo. Pero aquella gente confió.

Esta vez tiene mucho más valor mi visita, primero, porque yo quería expresarles mi recuerdo y mi gratitud hacia la forma en que me recibieron en aquella ocasión, y, segundo, porque habían pasado 35 años, y yo podría preguntarme: ¿Seré el mismo hombre de entonces o seré diferente? ¿Quién podía dar la respuesta? La gente de Harlem, y la gente de Harlem me recibieron con más cariño y con más afecto y emoción de lo que me habían recibido hace 35 años.

Pocas veces en mi vida he visto tanto entusiasmo, tanto afecto y tanto apoyo. Y si no olvidé el primer Harlem, jamás podré olvidar el segundo Harlem. ¡Ojalá viviera mil años para seguirlo recordando! Fue realmente muy emocionante para mí.

Entonces me hice la pregunta: ¿Seré igual? ¿Habré sido fiel a mis ideas, a mis principios? Los hombres y mujeres de Harlem y de otros lugares de Nueva York, negros, blancos, hispanos, norteamericanos y de muchos países allí estaban juntos y trajeron a mi ánimo la idea de que yo no había cambiado, de que me mantenía fiel a mis principios (APLAUSOS).

Otro día estuve en el Bronx, donde hay medio millón de puertorriqueños, y fue un acto igual, me recibieron con gran afecto, gran entusiasmo. Fue también un encuentro emocionante; no era exactamente igual que en el acto de Harlem, tenía otras características. Naturalmente que en todas partes fui muy cuidadoso, no quería aparecer como un subversivo, y que mañana publicaran: «Aquí vino Castro a subvertir el orden en Nueva York.”

Pero, ¿quiénes podrían acusarme? ¿Los periódicos? No, se han portado excelentemente bien, amables con nosotros. ¿Quiénes podrían acusarme? ¿Los empresarios? ¡No!, se portaron excelentemente bien conmigo y se reunieron y conversaron.

Entonces me pregunté: ¿Qué clase de individuo soy? Me reúno con los ricos, y me tratan muy bien; me reúno con los pobres, y me tratan excelentemente bien, todos con mucha educación, mucha cortesía, y siento un fenómeno nuevo, una experiencia nueva.

¿Cómo saldré de Nueva York, es que habré convertido a los ricos en pobres?, ¿es que habré convertido a los pobres en ricos? ¿Qué soy yo, Lucius, un revolucionario? Creo que no, creo que soy el mismo; pero cada vez hay en este país más personas que piensan, que razonan, que comprenden que el bloqueo es injusto, que no es honroso, que no es glorioso, que no es justo mantener esa política contra Cuba y solo Cuba, nadie más que Cuba. ¿Y por qué Cuba?

No voy a hablar de las virtudes de Cuba, aunque soy un firme y orgulloso convencido de las cosas nobles que ha hecho Cuba. He mencionado algunas.

Sé que ustedes fueron a Nicaragua, a El Salvador y a otros lugares. Yo recordaba que mandamos 2 000 maestros a las montañas de Nicaragua, y cuando pedimos 2 000 voluntarios, se ofrecieron 30 000; y cuando algunos maestros fueron asesinados por la contrarrevolución, se ofrecieron 100 000. Todos los maestros primarios fueron voluntarios. Nosotros vimos en eso un fruto de la semilla sembrada en la conciencia de nuestro pueblo.

Recordábamos que más de 15 000 médicos han prestado servicios gratuitos en el Tercer Mundo y han salvado cientos de vidas; recordamos que nuestra sangre se derramó luchando por la independencia de las colonias portuguesas (APLAUSOS), luchando por la independencia de Namibia (APLAUSOS), luchando contra el apartheid en Sudáfrica (APLAUSOS), que tenía armas nucleares, y nosotros lo sospechábamos, estábamos casi convencidos de que las tenían, y tuvimos que adaptar nuestra táctica a la posibilidad de las armas nucleares. Hoy se sabe que las tenían, lo ha confesado el gobierno. Dos investigadores, uno norteamericano y el otro sudafricano, afirman que tenían decenas de bombas nucleares, granadas nucleares.

Ahora habría que preguntarse, si se habló del Irangate, si se ha hablado del Watergate y se ha hablado no se sabe de cuántos «gates», cómo llegaron las armas nucleares a Sudáfrica, y cuántas tenían, y qué se hicieron, porque algunos afirman que los racistas y los fascistas sudafricanos guardaron algunas de esas armas, y nadie sabe dónde están; el gobierno anterior dijo que las habían destruido, y nadie más sabe nada de eso. Se podría investigar cómo llegaron y dónde están, no sea que terroristas, racistas, pretendan usar algunas de las armas nucleares que guardaron.

Pero nuestro país pequeño, a miles y miles de millas, luchó junto a los angolanos, a los namibios y a los sudafricanos, contra el apartheid, y derramó su sangre en esa lucha. Hoy todo el mundo aplaude la independencia de Namibia, el cese del apartheid; pero nadie quiere mencionar el precio de sangre que nuestro noble pueblo pagó en esa lucha.
Recordaba también que cuando el accidente de Chernobil miles y decenas de miles de niños quedaron afectados, y que Cuba ha atendido, gratuitamente, a 13 000 niños de Chernobil (APLAUSOS). Cuba sola, en medio de bloqueo y cuando desapareció la URSS y el campo socialista, ha atendido a más niños de Chernobil que todo el resto de los países juntos.

Cuba ha luchado por la salud de otros pueblos, y a pesar de que nos llevaban médicos, tenemos el más alto promedio de médicos per cápita del mundo, el pequeño país, y el más alto promedio per cápita de profesores y maestros del mundo.

¿Es que hemos cometido algún crimen contra la humanidad? ¿Es que hemos cometido algún crimen contra nuestro pueblo, nuestro pueblo noble, generoso, solidario? ¿Habría permitido injusticias dentro del pueblo? ¿Habría permitido crímenes, desaparecidos, torturas dentro de Cuba?

Como he dicho otras veces, una mentira, una calumnia se puede repetir cien veces, mil veces, un millón de veces, pero nunca será una verdad, y los cristianos lo saben, porque las más terribles calumnias y mentiras se dijeron contra los cristianos cuando empezó el cristianismo, y al propio Cristo lo crucificaron, y a millones de cristianos los crucificaron y se los lanzaron a los leones. Pero eso no significa ni significó que tuvieran razón aquellas mentiras, aquellas calumnias que decían, que hacían sacrificios humanos, que sacrificaban las vidas de la gente y todas aquellas cosas horrorosas contra tanta gente noble que dio su vida por amor a los demás.

Un millón de veces que se repitan las calumnias contra Cuba no se convertirán en una verdad y, aunque una parte pueda ser confundida, como decía Lincoln, incluso, aunque todo el mundo pueda ser confundido una parte del tiempo, todo el mundo no puede ser engañado todo el tiempo (APLAUSOS). Pero la mejor prueba son ustedes, porque hubo una parte del pueblo que no pudo ser nunca engañada, y ustedes representan esa parte del pueblo.

Por eso nosotros hemos podido disfrutar el privilegio de la amistad de ustedes, de la solidaridad de ustedes, de las batallas de ustedes contra el bloqueo, contra las agresiones a Cuba, porque ustedes no son guerreristas, ni son lanzadores de bombas atómicas. ¿Qué es un bloqueo? Un arma atómica silenciosa que mata mujeres, hombres, niños, adolescentes; ese es el bloqueo. Se habla contra la guerra atómica, se habla de Hiroshima y de Nagasaki, ¿y qué se quiere hacer contra nuestro pueblo al tratar de privarlo de alimentos y de medicinas sino matar como en Hiroshima y Nagasaki, y matar silenciosamente como una especie de bomba de neutrones, según dijo alguien cuando explicaba esto? No destruye las propiedades, pero destruye las vidas.

Nuestra lucha –Lucius lo sabe, ustedes lo saben– ha sido una lucha contra esa guerra, no contra el embargo; el embargo es una palabra piadosa, el bloqueo se acerca más, no es ni embargo ni bloqueo, es una guerra económica contra nuestro país, que no se le permite comprar una aspirina, no se le permite comprar un citostático, no se le permite comprar en Estados Unidos una medicina que pueda salvar vidas, y este es uno de los países más avanzados en las investigaciones médicas.

Yo conozco casos de personas en nuestro país que han muerto porque nosotros, dando vueltas por el mundo, no hemos podido obtener alguna medicina necesaria que se produce en Estados Unidos, y hemos tenido que hacer grandes esfuerzos en las investigaciones científicas y médicas para salvar vidas. Y al reducir, por ejemplo, la mortalidad infantil, a pesar de todo eso, de alrededor de 60 por cada 1 000 nacidos vivos a menos de 10, hemos salvado la vida de cientos de miles de niños (APLAUSOS). Al elevar las perspectivas de vida de 50 años aproximadamente a casi 76, le hemos garantizado un tercio más de la vida a nuestro pueblo.

Les hemos garantizado la educación a todos los niños del país, la asistencia médica, la seguridad social, aun en medio de la guerra económica y aun en medio de la desaparición del campo socialista y de la URSS, con cuyo comercio nos defendíamos del bloqueo. Perdimos abruptamente el 75% de nuestras importaciones, casi el ciento por ciento de nuestras exportaciones y, sin embargo, no hemos cerrado una sola escuela, un solo hospital, un solo policlínico (APLAUSOS); no hemos cerrado un solo círculo infantil, un solo hogar de ancianos. ¿Cómo lo hemos hecho? Con grandes sacrificios y repartiendo lo que tenemos entre todos, queriendo multiplicar los peces y los panes con nuestro esfuerzo y con nuestro trabajo.

Claro, no tenemos el privilegio de poderlos criar así como explica la Biblia que Dios los crió, pero lo que hemos querido hacer es eso, pan para todos, peces para todos, y si no vino para todos, por lo menos agua para todos (APLAUSOS), repartiendo lo que tenemos y lo que recibimos, como lo sabe Lucius. Lucius sabe la forma como se reparte cada cosa que llega a Cuba, sin que nadie se robe absolutamente nada. Eso es lo que hacemos con las donaciones que recibimos, eso es lo que hacemos con honradez.

Ahora, ¿qué país habría podido resistir lo que resistimos nosotros, sin el consenso de nuestro pueblo, sin el apoyo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo? ¿Por la fuerza? Eso no es posible; la fuerza es nuestro pueblo, es nuestro pueblo quien tiene las armas, es nuestro pueblo quien tiene el poder, es nuestro pueblo el que tiene todo. ¿Por qué acusarnos? ¿Por qué calumniamos? ¿Por qué hablar de violaciones de los derechos humanos que no han tenido lugar jamás en nuestro país, donde nunca ha habido un desaparecido, nunca ha habido un asesinado político en las calles, nunca ha habido un torturado? No importan las publicaciones pagadas que se hayan escrito sobre eso; un millón de veces que se repitieran ¡es mentira!, ¡es mentira!, ¡es mentira!, puesto que nuestros sentimientos y los de nuestro pueblo son inconciliables con el abuso, con la injusticia, con el crimen, con la violación de la integridad física de las personas.

Cuando desaparecieron todos los países socialistas, muchos creían que al otro día llegarían las noticias de la desaparición cubana, y han pasado cinco años y estamos luchando; no nosotros, sino nuestro pueblo (APLAUSOS).

¿Después de 35 años de embargo, de agresiones, de hostilidades, qué otro pueblo habría podido resistir, si las calumnias que se han publicado contra Cuba fuesen verdad? Nuestro pueblo no habría podido resistir un minuto, nuestro pueblo no lo habría permitido jamás, porque se educó precisamente en la Revolución, en la lucha contra el crimen, en la lucha contra las torturas y en la lucha contra las injusticias; sin embargo, somos el único país bloqueado en el mundo.

No se prohibió la venta de alimentos y medicinas a Sudáfrica, donde mataban a cientos de personas todos los días; no se prohibió en Guatemala donde, desde la invasión contra Arbenz –como ustedes saben–, han desaparecido más de 100 000 personas, allí no se puede hablar de presos, porque los presos no se conocen; y en Argentina, de 20 000 a 30 000 desaparecidos, o en Chile, o en otros lugares, miles de desaparecidos, crímenes, torturas, escuadrones de la muerte, horrores de todo tipo y nadie prohibió venderles alimentos y medicinas. Y nosotros no estaríamos de acuerdo con que lo hubieran prohibido, cualquiera que hubiese sido el gobierno, porque esas medidas van contra los niños, contra los ancianos, contra los hombres, contra las mujeres, son inhumanas, tan inhumanas como las armas atómicas (APLAUSOS).

Perdónenme que me haya extendido en estas consideraciones, porque hay tanta desinformación sobre Cuba que me pareció necesario, para que se comprenda un poco cuál es nuestro sistema, cómo se rige, cómo participa el pueblo, cómo es el pueblo el que rige sus destinos, cómo el pueblo es el que se gobierna y cómo nuestras instituciones parten de la más estricta participación popular; más que en Atenas, que se dice que fue cuna de la democracia, allí donde por cada hombre libre había cinco esclavos, o cinco siervos y plebeyos desprovistos de todos los derechos. En nuestro país no hay esclavos ni hay siervos, ni hay plebeyos, sino ciudadanos iguales, con las mismas posibilidades, con los mismos derechos a la dignidad y al respeto. Esas son las cosas que hemos defendido durante muchos años, y si no fuera serio, si no fuera así, no existiría Revolución Cubana, no existiría Cuba, que ha tenido que soportar la presión y la hostilidad del país más poderoso del mundo y de la historia, en el terreno económico, en el terreno político y en el terreno militar. Por eso tengo que admirar y agradecer de manera tan profunda la actitud de hombres y mujeres como ustedes, que han salvado el honor del país, ustedes y el pueblo norteamericano.

El pueblo puede ser engañado –como dije antes– una parte del tiempo, pero no se podrá engañar a todo el pueblo todo el tiempo. Y hoy mucha gente piensa diferente, incluso los hombres de empresa están contra el bloqueo, no solo por lo que puede representar materialmente el mercado cubano, sino que un hombre de empresa es un hombre de empresa y no quiere que le prohiban participar, no quiere que le prohiban competir.

Hoy les prohiben también a los norteamericanos visitar a Cuba, Lucius Walker lo sabe muy bien, ¡lo sabe muy bien! (RISAS.) Un ómnibus no puede pasar la frontera: Huelga de hambre. Un ómnibus para los niños de una escuela pareciera una bomba atómica. Ellos desafiaron eso con gran valor, dieron realmente un gran ejemplo, multiplicaron la conciencia sobre Cuba, multiplicaron la idea de que lo que se hace no tiene racionalidad, no tiene justicia, y han creado las bases de una hermandad eterna entre nuestros pueblos. Nosotros vemos en ustedes y en sus acciones, realmente, la expresión de las mejores virtudes y de las mejores cualidades del pueblo norteamericano, y nos premia a nosotros, que nunca hemos culpado al pueblo norteamericano, ni aun aquellos que hayan estado confundidos o engañados, sabemos que el pueblo no tiene la culpa.

Los norteamericanos que han visitado nuestro país saben que es el país donde más se les respeta, donde se les trata con más hospitalidad, es el país de donde nunca sale una palabra ofensiva contra un norteamericano. Esa es la educación, esa es la conciencia de nuestro pueblo y ustedes nos están demostrando que teníamos mucha razón.
Dicen que Cristo le dijo a Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia.» Nosotros podemos decir de ustedes, de los amigos de Cuba, de los Pastores por la Paz, aquello que Cristo dijo: Ustedes son como piedras de hermandad, de solidaridad, de nobleza y sobre esas piedras se edificarán las eternas relaciones amistosas y fraternales entre los pueblos de Estados Unidos y de Cuba.

Me pedían que hablara algo sobre la situación de la Iglesia en nuestro país.

Quiero decir, en primer lugar, que yo nací de una familia que tenía algunos recursos económicos. Mi padre era terrateniente, aunque debo decir –en honor a la justicia– que era un hombre muy generoso; español, casi analfabeto. Mi madre también era una campesina, y trabajando duro en los primeros años de la república adquirió alguna condición económica de relativa importancia. Claro, a mí me enviaron a colegios en la ciudad –no quiero que la historia sea larga–, la maestra convenció a mi padre de que me mandara para su casa y allí pasé más hambre que en Nueva York (RISAS).

Conocí algunos sacrificios, la gente era muy interesada, todo el mundo tenía necesidades. Allí me daban clases, me daban albergue, aprendí las tablas de multiplicar, dividir, restar, hasta que por fin –y como consecuencia de mi propia protesta, a pesar de que era muy joven– me mandaron a una escuela católica y estudié 12 años en esa escuela.

Era otra época, no había el ecumenismo que hay ahora, no se podían mencionar las demás religiones. Si se mencionaba un protestante, decían que era peor que lo que dice de mí mucha gente en Estados Unidos (RISAS), ¡Lucifer sobre la Tierra! Se hablaba, recuerdo aquello, un sectarismo terrible contra las iglesias protestantes, contra los judíos, contra los musulmanes, mahometanos –estoy hablando de los años 1935, 1936, cuando yo tenía 10 años y me daban clases de religión.

Realmente me impusieron una creencia dogmática. Me habría gustado comprender, que me persuadieran de los problemas religiosos, que me explicaran. Me decían: «Tienes que creer en eso, si no crees en eso vas para el infierno». Realmente creo que debían haber ido al infierno los que querían que yo creyera sin convencerme. Además, de verdad –y no quiero herir en lo más mínimo el sentimiento de ninguno de ustedes–, no quiero creer en el infierno; es muy duro.

Recuerdo que hacía unos ejercicios espirituales, y para convencerme de lo malo que era el infierno y de lo bien que debía portarme, me decían que si el mundo fuera una bola de acero y una mosca cada 1 000 años rozara con su trompa la Tierra, se acabaría la Tierra y los condenados seguiríamos en el infierno. Hoy diríamos que en las Naciones Unidas no estarían de acuerdo con esa condena eterna, que sería una flagrante violación de los derechos humanos (RISAS).

Pero, ¿qué somos nosotros? Parece que el hombre es capaz de hacer grandes cosas; pero el hombre es una criatura que viene al mundo sin que nadie lo consulte. Nos traen al mundo con todos los defectos habidos y por haber y después, si tenemos alguna falta, nos condenan a la eternidad.

Yo quería creer, pero no lograron nunca inculcarme una convicción religiosa, era superficial, era formal. Por eso después pude conocer otros métodos de enseñar la religión, que es persuadir, persuadir al hombre del bien, del mal. Yo no tuve ese privilegio, en mi época la enseñanza religiosa era muy dogmática, pero estudié 12 años en un colegio religioso. Conocí muy buenos maestros, muy buenos profesores, muy buenos hombres, en su comportamiento, y sentí un respeto por la Iglesia y por lo religioso. En el transcurso de mi vida, fui tomando conciencia de los prejuicios, fui tomando conciencia de la falta de unidad que había, fui tomando cierto espíritu ecuménico, y aunque no soy un caballero de tantos años, por lo menos no tengo tantos como Matusalén (RISAS), he podido apreciar cambios, sobre todo en los últimos 30 años, hacia un sentimiento más ecuménico en la religión, en la Iglesia, menos prejuicios.

En realidad, en Cuba, colonia española, la Iglesia Católica era la Iglesia preponderante y era la Iglesia de los ricos, no era la Iglesia de los esclavos, no era la Iglesia de los campesinos, no era la Iglesia de los pobres.

Cuando surgen los conflictos sociales, la alta jerarquía católica adopta posiciones en contra de la Revolución, y aquella clase rica constituyó parte de la gente que emigró del país. Así se produjeron algunas contradicciones, y hubo de todo, hubo conspiraciones. Pero nosotros creo que tuvimos el acierto de manejar estos problemas con mucho tacto, con mucho cuidado, porque no queríamos, bajo ningún concepto, que la Revolución pudiera ser presentada como antirreligiosa. Esa fue una idea básica. Alguna vez estuvo preso algún sacerdote, pero un mínimo de tiempo, lo poníamos en libertad.

Si ustedes –como seguramente han hecho– conocen la historia de todas las revoluciones, saben que fueron duras, hubo conflictos fuertes entre la Iglesia y la Revolución. Los hubo en América Latina, los hubo en México con la guerra de los cristeros, y hubo muchos sacerdotes que fueron fusilados.

En la Guerra Civil Española había sacerdotes de un lado y de otro, fue cruenta esa guerra, hubo fusilados; en la Revolución Francesa, una parte importante del clero estaba con la Revolución y hubo muchos sacerdotes fusilados; en la Revolución Rusa, un gran conflicto, hubo muchos sacerdotes fusilados. Yo les puedo asegurar que Cuba ha sido la única Revolución profunda donde nunca hubo un sacerdote fusilado, ni uno solo, a pesar de que algunos, por supuesto estaban en contra; hubo un nuncio que ayudó a las relaciones entre la Iglesia y el gobierno, y esos problemas, a mi juicio, fueron manejados con sabiduría. Me estoy refiriendo a la Iglesia Católica.

Después hubo un período extendido de calma, de buenas relaciones; ninguna iglesia fue jamás cerrada en Cuba, nunca, no hay un solo caso de esos.

Ahora, las relaciones con las iglesias evangélicas y protestantes eran, como regla, muy buenas, realmente excelentes; no tuvimos esos problemas porque las iglesias evangélicas sí fueron al campo. La mayoría de la población era campesina y sí fueron a los lugares de trabajadores, de gente humilde y no se produjeron conflictos sociales entre la Iglesia Protestante y la Revolución. Hubo algunas excepciones porque había algunas iglesias que tenían posiciones sobre el servicio militar, sobre las donaciones de sangre y otros problemas que chocaban directamente con el Estado, no solo en Cuba sino en otros países; pero, incluso, con esas iglesias las relaciones en los últimos tiempos han mejorado mucho, a decir verdad.

Nos habría gustado tener una Iglesia Católica como la de Brasil y la de otros países, la de la Teología de la Liberación. No hemos tenido esa suerte, desde luego, pero a pesar de eso, sí un respeto legal, constitucional por la religión en nuestro país.

En cierto tiempo y debido a estos conflictos éramos muy estrictos en el Partido y el creyente no era militante del Partido. Debo decir que afortunadamente eso fue superado.

Quiero con toda modestia decir que tuvimos que discutir duro, porque las teorías marxista-leninistas, el ateísmo se convirtió casi en una religión y nosotros comprendimos que la inmensa mayoría de los creyentes, creyentes de todo tipo –católicos, protestantes, fanáticos de San Lázaro, por ejemplo, cuando la Iglesia Católica criticaba a San Lázaro– eran revolucionarios. Hemos tomado conciencia de que aquello era una discriminación, libramos una batalla dentro del Partido para que los creyentes pudieran pertenecer al Partido y ganamos la batalla, y hoy hay en nuestro Partido creyentes, todos los creyentes; si lo desean pueden pertenecer al Partido.

En la misma política con relación al Estado, el señor Smith mencionaba al Reverendo Suárez, Suárez es diputado a la Asamblea Nacional y hay otros diputados a la Asamblea Nacional también. De modo que aquellos problemas que existieron en algún tiempo, ciertamente, se han ido superando, hemos sido pacientes también. A veces en la Iglesia se hacen pastorales, se hacen ataques muy duros a la Revolución y nosotros hemos tenido absoluta tolerancia, absoluta paciencia. Ha habido debates en la prensa sobre teorías, sobre muchas cosas de la Iglesia.

Realmente, la Iglesia Católica la heredamos de España, y en nuestra guerra de independencia la Iglesia Católica estaba contra la independencia, como regla, siempre había excepciones. Existía ese tipo de tradiciones, así que aquello fue una herencia.

Pero, realmente, les puedo decir que nos sentimos satisfechos de la política que hemos desarrollado con las iglesias. Todo eso ha ido mejorando y digamos que ustedes, Lucius… Lucius es una especie de héroe en nuestro país. Toda esta política ha conquistado mucho los corazones, nos ha ayudado a la comprensión del problema, y ya el ateísmo no es una religión en Cuba, porque los marxista-leninistas, no se sabe por qué todavía –viejas luchas históricas, un poco derivadas de la historia de la Iglesia–, desde los tiempos heroicos de Roma hasta que la Iglesia se hizo Iglesia oficial, en el poder, y toda esa historia que muchos de ustedes conocen mejor que yo; hasta que llegó la Edad Media, llegó la época de Lutero, de Calvino, de la Reforma Religiosa, sublevaciones dentro de la iglesia y surgen todas las nuevas iglesias, guerras terribles entre los países por cuestiones religiosas –que, afortunadamente, han desaparecido de la Iglesia–, aunque existen no solo iglesias cristianas, iglesias mahometanas, budistas, hindúes, existen variadas iglesias. Pero hay una tendencia, incluso, entre las iglesias cristianas y no cristianas hacia una mayor…

Yo tengo la opinión, no sé si alguno de ustedes la comparte o no, de que este Papa, a pesar de que sobre algunos temas mantiene posiciones inflexibles, ha propiciado el principio del ecumenismo dentro de la Iglesia, visitando países, visitando iglesias con sus conflictos. Desde luego, debo decir con sinceridad que aprecio en el actual Papa una de las personalidades más brillantes de la Iglesia Católica de los últimos siglos, con el cual coincidimos en algunas cosas, aunque nos parece que no comprende totalmente el problema de la explosión demográfica en el mundo, la cuestión del matrimonio de los sacerdotes, la ausencia de las mujeres en las iglesias. Son puntos realmente de discrepancias. Habla de la sociedad de consumo con espíritu crítico, habla de la pobreza, de las injusticias sociales, con lo cual nosotros coincidimos.

Diríamos que en este momento, con la Iglesia Católica, que es con la que han existido esos problemas históricos, hay una situación de distensión y de coexistencia, y en nuestra Constitución es un principio sagrado el respeto a las creencias religiosas. Hemos modificado la Constitución, incluso, en algunos de estos aspectos y hay un respeto muy grande a la Iglesia, a las creencias religiosas, y unas relaciones excelentes con muchas iglesias. Y reitero que el ejemplo que ustedes han dado ha contribuido mucho a ese clima, y cuando Lucius y otros estaban en huelga de hambre allá en la frontera, muchos cubanos estaban también en huelga de hambre por el sentimiento de solidaridad. Y creo que es así como hay que trabajar realmente, con respeto a las creencias, independientemente de la filosofía, de las creencias que cualquiera pueda tener.

Yo he considerado a Cristo siempre como uno de los más grandes revolucionarios en la historia de la humanidad, y cuando multiplicó los peces y los panes, es lo mismo que nosotros queremos; cuando le pagó lo mismo al que trabajó dos horas, cuatro horas, ocho horas, es lo mismo que nosotros queremos hacer; cuando echó los mercaderes del templo, es lo mismo que nosotros queremos hacer. Y cuando dijo aquello del camello por el ojo de una aguja, que ha tenido tantas interpretaciones, que si camello quería decir una cosa, que si aguja quería decir otra cosa, a nosotros en español, nos venía muy bien, que más pronto pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Pero no negó que los ricos podían ir al reino de los cielos, sino que era más fácil que pasara el camello (RISAS).

Es lo que te puedo explicar, Lucius, sinceramente, sobre la situación actual de nuestro país. Pero a ustedes los queremos especialmente, siempre los recibimos con mucho amor en nuestro país. Ustedes nos están enseñando a ser cristianos.

Gracias (APLAUSOS).

Fuente: Portal Cuba


 

Comenta esta nota:

Comentarios

Comentarios cerrados